La línea delgada que te arrulla en la fiebre.
Un
Cristo tumbado en el suelo para ser adorado.
Un
enano con gafas en el autobús.
El
sudor de la mano que estrecha a la tuya.
Un
centro comercial que se está arruinando.
Mirarse
los pies con un desconocido en el ascensor.
Cualquier
libro comido por polillas.
Una
colección de fotos tamaño carnet que parece retratar distintas
personas,
pero
es la misma.
La
aparición del Presidente de la República en todos los canales.
El
olor a pimienta en perfume de varón.
Cualquier
retrato de Dios con barba, un triángulo sobre su cabeza y dentro del
triángulo una paloma.
Shostakowicz
cuarteto de cuerda número 8.
Los
muñecos de yeso que representan duendes en los jardines.
Una
mandrágora, un jengibre, una trufa o cualquier tubérculo, seta o
ser telúrico que parezca un muñón.
Las
canas o calvicie en la cabeza amada.
Un
gato debajo de una mesa en una cocina vacía.
Un
señor en silla de ruedas avanzando lentamente, moviendo las ruedas
con sus manos y recorriendo un salón amplio, solo.
La
ropa de dormir de tus abuelos.
Los
juegos con tiza en el suelo tipo “Rayuela” o “Mundo” en el
año dos mil y algo.
Una
compresa limpia abandonada en la calle.
La
televisión encendida toda la noche en una habitación en la que
nadie duerme.
Los
huesos de pollo que quedan tras las comidas de personas adultas.
Las
formas ahuevadas u ovaladas de entre todas las formas geométricas.
La
neblina de Lima a las siete de la mañana en época de colegio.
Una
pecera abandonada con un poco de agua muy verde.
Cualquier
pez que no esté nadando.
Los
sótanos y los áticos.
Un
artilugio que venden en los sex shops para ponerte la nariz como la
de un cerdito.
Un
erizo cruzando la calle, junto a un descampado, por la noche. Un
erizo, no una rata.
El
parhelio cuando es llamado “chien du soleil”.
La
entrada de la novia en la boda y que todo el mundo se gire.
La
danza del derviche tembloroso.
Las
venas en alto relieve.
Los
que se sientan delante de las puertas de sus casas en un banquito o
silla que han traído expresamente para ello.
La
cornucopia. No sólo el referente al que señala, sobretodo el sonido
de la palabra.
El
soñar con manicomios o con caracoles.
El
volver a una casa de la infancia y que parezca una casa de muñecas.
La
frase bíblica “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora
la piedra angular”.
El
olvido de cada momento sin importancia en el que retas a la memoria
proponiéndote “recordar este momento aleatorio”. No se puede
engañar a la memoria.
El
pensamiento, que se parece a cualquier otro pensamiento diurno,
mientras buceas en una piscina.
El
momento nanoinfinitesimal que empuja a la normalidad con dedos de
vidrio, antes de que se produzca el accidente.
Las
celebraciones en las que te escondías en el baño.
La
alegría de la que todo el mundo se escandaliza. La alegría sin
pizca de tristeza, la de la gente vulgar.
Los
momentos de ensoñación con uno mismo en los que parece que no estás
solo porque te has diluido.
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