Georges Perec.
Desde hace algunos meses que quiero
escribir sobre él. Vengo anunciándolo en Twitter y aún no me
sentaba a escribirlo... Es que vi “Un homme qui dort” y me quedé
sorprendida. No había visto una película así, tan verdaderamente
existencialista, que tanto me recuerde a Beckett o a Cioran. No
recuerdo cómo llegué a Perec. No fue por Raymond Queneau, cuyos
ejercicios de estilo me parecían simpáticos hace muchos años. En
serio no recuerdo nada de cómo llegué a Perec; luego fui y me
compré “Especies de espacios” un libro que era superficialmente lo que intuía que podía ser, aparentemente simple, de
primera ojeada muy parco y sin anécdota. Todo lo contrario cuando se le presta atención, es esa clase de libros "engañosos" (conozco pocos libros así). En
“Especies de espacios” le pones tú la anécdota: los barrios son
tus barrios y las ciudades son tus ciudades, junto con sus vecinos y
sus cafés. Me encantan los libros que hablan sobre paredes. Éste es
uno de ellos. La parte de paredes y escaleras me gustan mucho, así
como el borrador de carta y su ejercicio de “lugares”.
Es curioso que yo escribiera “Lo que
no se nombra es el título” en una entrada del 27 de junio. Ahora
que releo a Perec me parece que tiene mucho de él en cuanto al
mecanismo que sigo: intento llegar a sensaciones que el lector puede
compartir mediante la enumeración escueta de situaciones cotidianas
(de lo que es 'misterioso' en lo cotidiano). Hay mucha labor del
lector en todo esto.
Y cómo lo lleva al cine. “Un homme
qui dort” es un chico que se rebela contra lo que se supone que
tiene que hacer. Yo, personalmente, no creo que esté reflejando un
día en el que cambia y decide ser de otra forma y no seguir yendo a
clases, etc. Creo que relata lo que hace siempre, sus divagaciones y
conflictos son de mucho atrás. Este chico tiene ansias de infinito,
de trascender. Por eso la voz en off que relata su pensamiento no
para, es una voz que relata la soledad, pero que por lo general es
dulce (en el sentido de la melancolía). Hay un poco de spleen...
pero se intercala con otros sentimientos como en una sinfonía. El
chico empieza y acaba en su cuarto las noches, sale a la calle,
pasea, devora su soledad.
El episodio que más me gusta es cuando
se sienta en frente de un señor mayor. Cómo batallan en sus bancos.
Se da por vencido y se da cuenta que no puede estar tan inmóvil como
el señor ahí al frente. El joven, al fin y al cabo, es un
jovenzuelo. Pero el estatismo, quietud y mansedumbre de su oponente
es tal, que cualquiera que experimente la desazón del paso del
tiempo o la irreversibilidad sabrá empatizar con este cuadro.
No todo es una soledad hermosa en este
film. Aparece la rabia, la música que rasga y la voz en off que se
enciende cuando se habla de los 'otros' como monstruos. Recuerda a la
“Tierra Baldía” de Eliot, por lo menos a mí me lo recordó,
aquello de “Ciudad Irreal, bajo la parda niebla de una madrugada de
invierno un caudal de gentes vi pasar y siendo tantos, nunca pensé
que la muerte llevara a tantos”. Así es como se describe a la
humanidad. Unos monstruos, unos entes de carcasa. El protagonista
sufre y lo quiere ver todo derruido, que todo se purifique. Como en
la canción de Tool: “Aenima” cuando pide que un maremoto acabe
con todo. Y así acaba la película. En medio de una ciudad
devastada. Perec puede ser un posmoderno, pero en la sensibilidad es de los
míos, de los de fines del XIX-comienzos del XX.