miércoles, 31 de enero de 2018

Tiempo


I

Sólo hay un tema que puede hacerle la competencia en frecuencia de aparición en los textos literarios a los del amor y muerte. Ahora que lo pienso, es simplemente una variación de estos grandes tópicos: y es el del paraíso perdido de la infancia.
Cuando los grandes nos topamos cercanamente con los pequeños (cuando era niña llamaba a los adultos "los grandes") los tiempos caen de golpe en la mesa como con el peso de una gran enciclopedia que cae del cielo.
Así de aplastante lo sentí ayer, cuando hablábamos mi hermano y yo con el vecino de nueve años que estaba en mi casa. De pronto nos pusimos a calcular lo que estábamos haciendo en el 2008, año en que él nació. Sobre la mesa había un álbum de fotos, mi hermano con seis años y yo once, de repente, tan de repente como levantar la vista y ver a ese señor barbudo con la misma cara del niño al que le falta el diente en las fotos, y sentir que son la misma persona, que veinte años duran lo mismo que una semana. ¿Qué ha pasado en este hueco, en el lapso entre esas fotos y el presente en el que estamos con este niño (con su insolencia de un presente que no acabamos de tocar)? Veo solo al niño, a mi hermano, es barbudo, pero es igual que ese otro niño.
En mi casa, allá en Lima, no había un limonero con frutos dorados como en los recuerdos machadianos. Pero teníamos una higuera y jilgueros. Los recuerdos saben a fruto del que no venden en este país, pertenecen al exótico país de la memoria.

II

Al entrar, era como si me hubieran preparado un escenario: la mesa de la sala con el album de fotos, el niño vecino y mi hermano.
Yo hacía las preguntas desesperadamente para situarme, sin dejar de sujetar mi asiento: ¿qué pasaba en 2008? (pregunta que tenía que ver con el niño presente) ¿dónde se han ido estos veinte años? (pregunta obligada por el album de fotos; de fondo, pero no expresada). Terrible sensación de pérdida y vacío del tiempo y el niño con su insolencia, representando a ese presente que pone en entredicho al mío, al de las fotos, haciéndome volver una y otra vez a “su” presente, amenazando al mío... y por otro lado mi hermano, que salvo detalles superficiales era el mismo, y corroboraba lo mío... tantas aristas, ese triángulo de locura (fotos y dos personas extras) y nadie enloquece. En situaciones así estamos obligados a fingir una naturalidad.

III



Y mi madre de fondo se oía “mira qué hijo tan grande tengo” y yo en las fotos era muy alta, y mi hermano no tiene un diente en una, en otra tiene el labio hinchado, en otra sale con amigos abrazado. Veo las fotos y está ese cumpleaños en el club, todos disfrazados, también están mis hermanas haciendo el clásico de reunirse en los cajones de debajo de la cama, y yo pienso que el mismo objeto que estoy tocando ya está atrasado en el tiempo, en lo que llamamos tiempo. El choque es tan grande y hay tanta información desde distintos frentes que me cuesta volver al momento en sí. Yo soy la madre de Almendra, le digo al niño, como quien utiliza un salvoconducto. 

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