domingo, 13 de agosto de 2017

Poema de limpieza, pero yo no limpio muy bien

Un poema no se alumbra en voz alta porque las palabras se pintan se emborronan se amistan y se enemistan por sus tamaños y no sabemos nada cuando están dentro, solo cuando salen podemos sacarles sus parecidos y trabajarlas en base a sus formas. 
Si los enemigos conocieran a sus odiados de bebés, esa visión les incapacitaría y desarticularía todo propósito de odio.
Siempre es tarde cuando la dicha no espera o espera a otros.
Memoria para alumbrar los rincones de mi mente y encontrar huéspedes no gratos.
Rezar para que todo siga como siempre.
Esperas una palabra mágica que haga el día a día, aunque los Jardines de la Paz, allá en Lima lejos, sean el bálsamo al caer la tarde. 
Estamos limpiando la casa por dentro, pero ante todo cabe eludir la palabra corazón, que es muy cursi.
Quizá todo se trate de la retracción de rostros, o de lo que decía Holden Caulfield en El guardián entre el centeno: nunca cuentes nada a nadie que luego empezarás a extrañar a esas personas. Gamoneda hablaba del sufrimiento que se origina tras hacer que esos rostros dejen de ser desconocidos, sufrir porque debemos abandonarlos o porque ellos van a abandonarte.


No sé si todo se trate de eso, del abandono. A lo mejor parto de mis ojos de abandonada.

Rusia es recuerdo

He vuelto a la literatura rusa y aparte de un libro de cuentos rusos que he retomado en el que me he encontrado con la dama del perrito y el hombre ridículo (así de primera instancia y al azar), estoy revisando un libro que tenía por ahí de las musas rusas. "Las musas rusas" es una obra de investigación de una dupla afrancesada y periodística, los señores Vladimir Fedorovski y Saint Bris Gonzague. El estilo es un poco cargado, por momentos rococó por momentos espeso, quizá en la abundancia de descripciones y adjetivos. Es cierto que se decantan por palabras redundantes, como es el caso de egeria, la cual hace alusión a una de las ninfas protectoras de los partos, algo curioso, ya que las musas a las que describe quizá vendrían más en consonancia con el origen mitológico de la misma palabra, que viene de Mnemósine, la personificación de la memoria en la mitología griega. Mnemea, también una musa hija de esta deidad Mnemósine, es la encarnación de la memoria. El río Mnemósine en el infierno era el opuesto al llamado Lete, del que bebían todos los mundanos al llegar para olvidar sus vidas, pero solo los escogidos podían beber del Mnemósine. Origen de todas las inspiraciones es la memoria, sin ella no hay construcción. Pero volviendo al tema de cómo es este libro, ya nos podemos imaginar que un relato articulado con la voz de dos hombres de los años noventa hablando de mujeres... pueda estar plagado (aún) de lugares comunes y un tanto obsoletos para la visión que de las mujeres pretendemos potenciar hoy en día, ya cansadas de ser un instrumento pasivo. Pero una musa es casi un objeto decorativo, un elemento que se sienta y espera, lo notamos ya durante las primeras páginas de este libro... y una se empieza a inquietar y a plantearse la pregunta de rigor: de qué forma yo misma, como mujer, hubiera transmitido estas ideas. Porque está claro que existe una labor de reconstrucción de datos bastante interesante, podemos leer anécdotas y curiosidades que los escritores obtuvieron de primera mano, personas como Anastasia Tsvetaeva les relataron episodios que aparecen en estas páginas. Y estas semblanzas de la vida de distintos artistas que casualmente coincidieron espacio temporalmente: Tolstoi, Modigliani, Anna Ajmatova, Tsvietaievas, Gala, Olga Picasso, Marevna, etc...  son muy interesantes por momentos. Como por ejemplo esa visión de una Lou Andreas Salomé, que encandilara a Nietzsche, de la mano de Rilke -al cual daría nombre- yendo a casa del conde Tolstoi. O la visión de Anna Ajmatova sobre Modigliani. Y es aquí donde me planteaba yo si no hubiera sido más potente trabajar a estas mujeres así, según sus construcciones y no en tanto que elementos que aglutinan en torno a sí mismas una cantidad de amantes a los que inspiran, valorándoselas en tanto que bellezas o por cualidades que encajan con tópicos de las mujeres rusas. Tenemos a una Olga Picasso que, a pesar de saber de las escapadas de su marido, aguantó como un corderito. A un Diego Rivera precursor del abusador de Frida, en este caso ya dominante de su mujer rusa Marevna, y nosotros lo vemos aquí sellando pactos de amistad con sangre, todo un líder. Es curioso que a pesar de que este libro se titule "Las musas rusas" veamos casi cada episodio comenzar con el protagonismo de un hombre que en plan mecenas conectará a las mujeres con los artistas, o las hará a ellas mismas poetas o bailarinas. En las primeras cien páginas ya contamos con al menos tres o cuatro mecenas, Dhiaghilev y Vassilev entre ellos. Pero pensemos que mujeres como Anna Ajmatova o Marina Tsvetaeva no necesitan ser musas de nadie, más bien son ellas quienes tienen musas; Modigliani, por ejemplo sería una musa para Ajmatova. Mujeres escritoras, poetas que pueden ser una inspiración para nosotros, pero que ver en ellas el papel que tuvieron para seducir a más o menos hombres (y en el caso de Tsvetaeva también mujeres) nos puede ser irrelevante.
De los cuentos que releí me vino a la mente que el hombre ridículo era la némesis del hombre del subsuelo. Pero al final los veo hermanos. Y la concepción del amor humano como sufrimiento me hizo recordar a Amour de Haneke. En la dama del perrito me llegó esa visión de cansancio del hombre hacia la mujer que ama. Ellos son amantes y se quieren, pero él cuando ella habla piensa que se calle ya. Ese pensamiento de la histeria en la mujer subyace en la historia de Chejov. Aunque se quieran tanto y aunque la tragedia los lleve a tener una vida de camuflaje y silencio.

Abramtsevo y yo

viernes, 4 de agosto de 2017

Ciro Alegría

Cierro la trilogía de novelas peruanas con "los perros hambrientos", obra del indigenista Ciro Alegría.  Dividiría la novela en dos estados de ánimo, la primera parte es de naturaleza alegre contenida, un orden natural de cosas que se ve roto por la ausencia de lluvias y a partir de ahí todo degenera en un ambiente muy anormal, diríase hasta pesado y turbio. La transformación de hombres, animales, plantas y territorio se manifiesta ostensiblemente.
Nos situamos en la sierra norte del Perú, lugar casi mágico (de aguas en las que si bebes te da nuevo origen, pertenencia; dicen en un momento de la novela) de fábulas, historias y cercanía entre el humano y las fuerzas de la tierra. Pero lo llamativo es que la naturaleza no es tampoco un dios, no concede ni niega, también sufre. Es, pues, un personaje más a la altura de los perros animales y los perros humanos. O por lo menos, si no la naturaleza toda, la tierra y lo que hay en ella.  El sol no es en vano la deidad Inca y se libra de las desventuras al estar tan por encima:

El sol había terminado por exprimir a la tierra todos sus jugos. Los que anteriormente fueron pantanos u ojos de agua resaltaban en la uniformidad gris-amarillenta de los campos solo por ser manchas más oscuras o blancuzcas. Parecían cicatrices o lacras.
(...)
Sufría la naturaleza un sufrimiento profundo, amplio y alto que empezaba en las raíces...

La tierra está herida en sus cicatrices y los eucaliptos entristecen y todos sufren por igual. La fatalidad se cierne por ser pobres, y se es pobre porque no llueve y los ancianos ya conocen las sequías y saben que se puede estar mucho tiempo soportando esta sombra. De hecho la tragedia que se cuenta: la metamorfosis de los animales serviles en enemigos y ladrones, ya ha sido experimentada antes. Entonces el amigo del hombre es expulsado, porque al primer momento de comerse una de las ovejas ya está corrompido y se sabe que no pararán. Lo mismo sucede con los hombres que se le rebelan al comunero, éste responde con sangre, repitiendo la acción pero para defender a su ganado. Igual que el hombre con los perros. Son los perros hambrientos las mascotas del hombre que estaban llenos de virtudes, que servían con gran fidelidad y entregaban hasta sus vidas por sus dueños. Son también los trabajadores de la tierra arrendada, perros hambrientos que ven morir a sus hijos, a sus nietos. Cuando la muerte planea sobre ellos ya no hay fidelidad ni virtudes. Los perros son envenenados, se comen los unos a los otros, las estatuas de los santos ya no son veneradas, ya no se confía en las oraciones, ya ni se puede tener lástima por el prójimo.

La vida en esta novela es un ciclo, con el agua pueden volver los perros.