miércoles, 22 de noviembre de 2023

Vargas Llosa y Francia

 “Un bárbaro en París”, es el libro de Vargas Llosa que mi mente había renombrado como “Recuerdos de París” y por eso me quedé pensando en lo inexacto del título, pero claro, es que ese no era el título original… Y dándole vueltas a mi fallido recuerdo pensaba además en que este compendio de artículos de tono ensayístico-literario trata sobre diferentes retazos de cultura francesa y, sobre todo, de literatura francesa, que salpican en la vida del escritor peruano animándolo a hacer una remembranza y análisis de distintas figuras como Víctor Hugo, Dumas, Flora Tristán, Gauguin, Louis Ferdinand Céline, Flaubert, Simon de Beauvoir, Sartre, Camus, Bataille, Revel y alguno más. Quiero decir, ante todo, que es de mi interés la temática de la recepción peruana de estos autores por ser yo misma compatriota del que escribe este libro y que es un tema que ya me había llamado la atención en distintos momentos de mi vida. Sobre todo cuando empecé a leer a los clásicos y encontraba constantes alusiones a ciertos escritores franceses. Incluso cuando leía literatura rusa era frecuente la mención de rasgos y características de lo afrancesado (la politesse, la literatura encabezada por Tolstoi como piedra angular, las palabras en francés que salpicaban los textos rusos, etc). Culturalmente e históricamente lo francés tenía gran impacto en la literatura rusa del siglo XIX. Por mis aficiones, pues, llegué a la conclusión de que “lo francés” me llamaba con señales y, posteriormente, al encontrarme con la literatura latinoamericana del XX ya fue un canto evidente de sirenas. Dándome a conocer el surrealismo peruano, yo misma pude adentrarme en la literatura francesa, inevitablemente cruzada con este surrealismo. César Moro, Emilio Adolfo Westphalen, incluso César Vallejo y muchos más acabaron en las salas de París, en los cafés, compartiendo moda con Breton y viviendo, ante todo, esta pulsión de la que habla Vargas Llosa: lo internacional que confluye en París, como Meca y lugar de encuentro para gentes de todo el mundo, y como lugar iniciático, ante el que debías de pasar si tenías intención de ser realmente un escritor. Vargas Llosa, pues, sintió también esta llamada de sirenas, pero en una época en la que él mismo debía hacer el peregrinaje que otros tantos hacían. En los años cincuenta, sin internet, sin esta inmediatez del contacto por click con cualquier persona o información de “al otro lado del charco” no había otra opción. El arequipeño no se graduó en la Sorbona, pero sí llevó algunos cursos con el mismísimo Roland Barthes, del que cuenta una anécdota simpática:


“como el del grupo Tel Quel, organizado bajo el influjo del brillantísimo sofista Roland Barthes, uno de cuyos cursos del tercer ciclo en la Sorbona seguí con una mezcla simétrica de fascinación e irritación. Barthes se escuchaba hablar, tan embelesado de sí mismo como lo estábamos nosotros, sus oyentes, y contrarrestaba su enorme cultura con soberbias dosis de frivolidad intelectual.”


Decía que “dándome a conocer” a los escritores surrealistas peruanos llegué a los franceses. Es preciso que se entienda que este aparente impersonal es un primera persona del singular: yo me di a conocer a mí misma, me suministré y llegué por mis propios medios. Uno me llevó a otro. Alguna cita en la cabecera de un poema. Algo de indagar y cavar hacia lo hondo en los tratados y principios de moda, de los movimientos que eclosionaron a comienzos del siglo XX. Vargas Llosa coge con gusto a algunos de estos franceses según su peruanidad, también, según su relación con Perú: en Flora Tristán y Gauguin es evidente. En este último, el más “bárbaro” de todos los que reseña, puede que se albergue la sustancia del espíritu que reivindica de París: aquí Gauguin busca lo salvaje porque es vida, como lo francés vivifica y llama a vivir si leemos con atención a Sartre y Camus. De ahí la decepción por la literatura del primero y el carácter indómito (para no adherirse a ningún equipo) del segundo. 






No pongo una foto de Vargas Llosa siendo un bárbaro en París, pero pongo a una María Elena (yo) siendo una primitva en Chartres. Las primeras veces que descubrí París e hice pequeñas excursiones, de ahí quedan fotos en las que también aparezco como una sobreviviente tras un ataque nuclear, por eso me gustan y por eso tiro de archivo y decoro las palabras con una foto en blanco y negro que recuerda a lo que Vargas Llosa nos quiere decir de lo salvaje:


"La civilización había matado la creatividad, embotándola, castrándola, embridándola, convirtiéndola en el juguete inofensivo y precioso de una minúscula casta. La fuerza creativa estaba reñida con la civilización, si ella existía aún había que ir a buscarla entre aquellos a los que el Occidente no había domesticado todavía: los salvajes."