martes, 24 de noviembre de 2020

Mis collages








 Este año encontré un montón de fotos antiguas que volaban en la calle y siguiendo el rastro vi que salían de una caja que habían dejado al lado de los contenedores. Reuní muchas de ellas y me inventé unas historias en base a las familias que salían retratadas ahí, generaciones de bodas y reuniones familiares básicamente. Luego me cansé de jugar a las historias y decidí hacer collages. Como también había guardado revistas para recortar me compré cuadernos y plástico de ese que se adhiere en las carátulas. Luego, creé otras historias, pero a partir de los collages. Las historias que fueron naciendo salieron ellas mismas como si de un libro de Pirandello se tratase.



viernes, 20 de noviembre de 2020

Pensamientos despeinados de Stanislaw Jerzy Lec

Stanislaw Jerzy Lec en Pensamientos despeinados da rienda suelta al aforismo ingenioso, implacable y de una profundidad que conecta con los grandes existencialistas, por momentos recuerda a Silogismos de la amargura de Cioran, sin lo desgarrado y performático de este último (en comparación a Cioran a quien visualizaría en medio de un escenario desgarrándose las vestiduras por no hacerlo con sus venas,  Lec estaría tras la concha del apuntador diciendo bajito sus líneas).



Hijo de nobles polacos y de origen judío, Lec está emparentado con otros escritores polacos de primera línea como Milosz o Szymborska. 

Su escritura es certera, cual arquero que quiere dar en una diana reveladora, y en sus temas saca a relucir lo que opina de la escritura misma y de quienes se enredan y espesan el bosque, al contrario de lo que haría él: “en el principio fue el Verbo y al final la verborrea” o: “...llega un momento en el que hay que dejar de escribir. Incluso antes de empezar”.


También toca temas universales y tópicos como la vida y la muerte o la libertad. El que más me llama de todos es el llamado Theatrum mundi: tiene unos cuantos aforismos en los que configura la realidad a imagen y semejanza del teatro, (pienso que esto le podría servir a Erving Goffman para nutrir sus textos y salpicarlos un poco de poesía).

Pero en el tratamiento de sus temas lo que brilla es la paradoja como mecanismo estrella: de términos aparentemente contradictorios extrae verdades: “Los poetas son como los niños: sentados ante el escritorio no llegan con los pies al suelo.”

miércoles, 29 de julio de 2020

Para Celan lo que es Almendra

Di tu nombre, di tu decir. Que sea sombra.
¿Quién pronunciará su nombre el último?
Sólo allí entraste en el nombre que es último.

Almendra.


Para Celan lo que es la almendra es la nada y el todo y la nada. También es el ojo, lo visible y lo invisible. Para Celan la almendra es mística a veces y la distingue llamándola Mandorla. Para Celan la almendra también es lo que de olor puede recordar a la muerte, muerte por veneno. "El testículo de almendras atormenta y florece" afirma en uno de sus poemas. Soledad y tristeza pero también renacimiento. ¿Florecer para la muerte? La almendra como destino y principio. La nada como aquel símbolo que raramente puede ser contenido en alguna imagen, a menos que esa imagen sea una almendra.




A veces para Celan la imagen y semejanza son el nombre, el poder decir de uno, el vacío y la paradoja del recipiente que lo contiene se le presentan inextricablemente del símbolo. Así es como alguien ha unido el símbolo al nombre, precisando lo imprecisable. Pero yo leo el poema de Almendra en clave secreta, la que me guardó en un mensaje de botella el mismísimo Paul Celan para cuando mi propia Almendra existiese. Y ahora que, tras el bautizo por Mandorla la Almendra se erige autodenominándose, pudiendo ser ella  autoreferente, autonominable y existente, sólo ahora es cuando aparece el resto de su mensaje, la profecía, o sentencia, de lo amargo, del silencio, la muerte y su brazo, y del penetrar en una oscuridad a donde tenía que conducirse desde el inicio, como si no se pudiera evitar el camino, o como si los destinos pudieran existir para que los presagios se cumplan.

viernes, 3 de julio de 2020

Angélica Liddell

Hace unos quince años aproximadamente fue mi primer contacto con Angelica Liddell. Fue un contacto fulminante, de los que te avientan a la cara y te golpean. No supe reaccionar, fui demasiado lenta, el negro del libro Los deseos en Amherst me llamaba, las páginas lustrosas hacían que mis huellas dactilares se marcaran más de lo que yo deseaba. Pero no solo el color negro, su negrura también, la oscuridad que asomaba de fondo. Mi primera trivial impresión me hizo pensar “esta mujer habla mucho de úteros y de órganos femeninos, parece que tiene un problema”. Me da risa recordar cómo me quedé, por aquel entonces, en esa superficie. Sin embargo, ya había sido inoculado el primer germen de mi enganche hacia ella con unos versos que se me quedaron flotando tanto en el subconsciente como en mi mente diurna y cotidiana que repetía mecánicamente: “Ven queridísimo recuéstate aquí, ahora que tu preciosa cabeza está hecha pedazos”. Era parte de uno de sus poemas, el verso final, el cual me remitió a una de mis heroínas favoritas: Salomé.


Ya estaba yo, sin saberlo, fascinada por su cosmogonía, una en la que los hombres son niños en escuelas, en la que ella no es llamada vieja aún, en la que el único problema es que tiende a amar, porque quiere dar asco y está harta del orden que le quieren colocar sobre los hombros como un bonito collar. Angélica se rebela, ciénaga, llanto, orín, más allá del esperma y del rechazo a la sumisión. El estigma del orden, del cual pretende liberarse, lo podemos ver como un hilo en común con otras poesías, menos abyectas pero igual de poderosas, como es el caso de Chantal Maillard, feminismo de subversión, una indagación en el cuerpo y las emociones.


Todo esto del orden en las leyes que son ordenadas per se o que incitan al orden, como una hipérbole de lo rígido y de lo que al final anula. Mujeres que fueron disciplinadas. Mujeres que dejan de serlo y que señalan el origen de su rebelión para señalarse luego el orificio -negro- del pecho y , finalmente, abrazar al caos.


Como la rebelión de otra musa de la literatura transgresora: Catherine Robbe-Grillet, quien escribiría Ceremonia de mujeres bajo el seudónimo de Jeanne de Berg y cuya verdadera identidad de la autoría atribuyeron a su marido, el escritor más famoso de la nouveau roman Alain Robbe-
Grillet. Hasta el año 2002 no se supo que la verdadera autoría sería de su esposa, reflejando lo poco que podía concebirse una visión fría del sexo en mente de autora mujer. Pero va más allá de esta anécdota: Catherine Robbe-Grillet es actualmente, a sus casi noventa años, la dominatrix más importante de Francia y sus prácticas rituales se han enseñado hasta en documentales de la talla de La Cérémonie. Ahí podemos escuchar cómo la teoría BDSM puede llegar a ser también un rito sagrado para algunos, un teatro en el que los personajes no son herméticos ni fijamente asignados y en el que lo teatral lo domina todo, más allá de la vida, o poniendo precisamente aquello de relieve: lo teatral que nos permite expresarnos verdaderamente.


En Angélica lo teatral es un elemento fuertísimo para llevar a escena su poesía y para reactualizar mitos, un punto en común con Robbe-Grillet: la Savannah Bay de Marguerite Duras sería como un libro que la autora de El amante de la China del Norte hubiera escrito para ella, y por eso el año pasado interpretó al personaje de Madeleine, mostrando el amor desde una mujer en su senectud y en una muy joven. Savannah es, pues, un símbolo, como lo sería el personaje de Lucrecia, la de la Antigua Roma, para Angélica Liddell. En You are my destiny la violación de Lucrecia, tan retratada en lienzos y pinturas, será deconstruida, la visión de esta violación dándole la vuelta, enamorada de Tarquino, alejándola del relato de Tito Livio y del poema shakespeareano: “Se ha dado una visión plana, maniquea y politizada del personaje, exaltando a esa mujer violada que se quita la vida, sin explorar el fango humano del que están hechos los personajes, su deseo y su vida espiritual”.


Liddell es Premio Nacional de Literatura Dramática. Pero es una desterrada, tras cuatro años estuvo fuera de España. Al volver llevó a los escenarios su Trilogía del Infinito. En la primera, Esta breve tragedia de la carne, volvió a hacer de las suyas, introduciéndose un consolador dorado por la vagina. Además, los personajes parecerían sacados de fotografías de Diane Arbus o de Joel Peter Witkin: desarraigados, amorfos, provocadores en sus fisionomías como los freaks de Browning o del circo macabro de cualquier ciudad seria normal.


La poesía de Liddell nos sacude: quizá hasta que no nos muestran la sangre directamente no somos capaces de reaccionar.

domingo, 10 de mayo de 2020

Oscuridad y Radiguet


Radiguet, genio extraño, causó un impacto entre los artistas surrealistoides, dadaístas, pintores y músicos de vanguardia. Tanto por su belleza, a la que Stravinsky haría referencia diciendo de él que era "verdaderamente deseable y perturbadoramente guapo", como por su genio, que equiparaban a un Rimbaud más potente y más precoz. Sedujo a muchos y muchas, Cocteau estaba fascinado por él y significaría una especie de Tadzio en su vida. Una figura de este calibre, capaz de desprender ese magnetismo, porque era un joven que imantaba, llegó a generar envidias hasta al propio Apollinaire.

En unas reuniones con los Hugo (descendientes de Victor Hugo) hicieron sesiones de espiritismo en las que se dice que el demonio mismo rindió culto a Radiguet. El diablo en el cuerpo trata el espíritu del fuego, el carácter del joven genio en busca de un vivir intensamente en torno a un amor que no es contenido, pero que sabe de sus límites.


En este enlace hablo un poco más de esta novela:


https://www.facebook.com/watch/?v=3708133235927065

jueves, 9 de abril de 2020

Solenoide de Mircea Cărtărescu

Desde la primera página me atrapó vilmente, como cogiéndome del cuello: yo también tengo piojos, no puede ser, pensé. Supe enseguida que el libro hablaría de mi, de mi momento vital, y quizá, si rascaba más, de todos mis momentos vitales expuestos en fila. Lo que no me creí ni imaginé siquiera es que los expondría en un diorama loco, caleidoscópico, psicodélico a ratos y a ratos tal cual mi mente los suele proyectar cuando duermo. El autor de mis sueños cuando duermo, el narrador de mis sueños de niña, la voz en off de mis pesadillas nocturnas y diurnas. Así podría llamar al bello, nunca demacrado, Mircea Cartarescu, y mi adoración comenzaría a tomar forma, color y nombre. Más páginas y me trasladaría del estupor al miedo y de la compañía sagrada a lo siniestro con una facilidad de vértigo, de esquinas abiertas en las que la esquina de la hoja me hace sentir como si me balanceara al borde de mi cama en estado de hipnosis sonámbula. Medio en duermevela medio en estado de vigilia, así te leo, Cartarescu, mi lectura es un convocarte, asisto a la ceremonia en la que te congrego, mágicamente, tu espíritu embadurna mi habitación (habitación, tú lo sabes bien, qué importante son las habitaciones, las estancias de una casa) y embalsama mis monstruos (los describes muy bien, Cartarescu, tú los has visto, no me cabe duda). Quién mejor que tú para embalsamarlos, ponerles sus óleos, sus hierbas, catalogarlos, guardarlos, exponerlos, visitarlos, olerlos de lejos y apuntarlos con un palito si se tercia. Te amo en tu mansedumbre total, de quien ausculta y de quien usa el microscopio. Pero que se expone patas arriba al cielo, y que sin embargo, se deja tragar por la tierra. Eres un Alicio en el país de las desgracias, Cartarescu, tus túneles son trazados rápidos, colosales, inimaginables en el mundo exterior. Pero mis demonios hablan contigo a veces, en el lenguaje de la literatura, para ti no hay otra forma de hablar más que la poesía, y se nota que fuiste poeta antes que narrador, que lo que vives es poesía, como cuando yo era joven y creía en la literatura más que en la vida, y tú sabes que no puedes quitar una sin quedarte con el esqueleto de la otra, sabes que la música te la da tu poesía, y salpicas sin querer como un conejo es adorable sin querer, así estás salpicando las páginas de música, salpicar es hacer música también, con ese saltar al vuelo del pincel, esa disposición azarosa de las notas al caer, tus palabras alimentan mi nomatofilia y la de tantos otros, supongo, cuando nos llega algo así no podemos más que agradecer de que seas inagotable en un solenoide, en un artefacto tan grande, espacioso y que se despliega en otros más.

Si de la fascinación del omphalos nos trae la duda de nuestras anillas como si fuéramos árboles que quisiéramos datarnos absurdamente, al mirarnos el ombligo intentar precisar nuestro centro, nuestro anclaje estamosenestemundo, la vana ilusión de que existimos desde hace ya, que no estamos durmiendo. Si es la marca la que nos indica que hubo un pasado, aún así nos suena sospechoso el tener que recurrir a ella. En Cartarescu este ombligo lo conecta con la realidad, pero es un ombligo del que a veces pierde el cordón y lo tiene como un recuerdo borroso, un extrañamiento y un símbolo de que tenía que haber una concreción en algún punto de inicio. Esa búsqueda no hace sino más que hacernos dudar de los tiempos, de este tiempo en el que estamos, de que quizá no exista el pasado y el futuro y que el presente es una masa informe de muchos tiempos a la vez. Tenemos un ombligo vacío, su oscuridad nos hace adentrarnos en nuestra propia cantidad de nada más absoluta.
Cartarescu habla de la historia de las anomalías de su personaje, así le llama a todos estos fenómenos, de hecho estuvo tentado en ponerle ese título a la obra. Las anomalías o las hordas que vienen del interior. Toda esta fábula desplegada como una historia de búsqueda, pero que se hace a la manera de un puzle onírico en el que los límites entre el sueño y la realidad se tornan difusos:
“la irrelevancia de la distinción entre sueño y realidad y comprendo que la serie de sueños de este tipo no forma parte de ninguno de esos estados, sino de un tercero, que podríamos denominar (…) hechizo, magia, encantamiento...”
Y la historia de su personaje se mueve en el territorio entre los sueños y la infancia, aquello que recuperaron los románticos, pero que él utiliza para conectar con su otra mitad: es en el espacio del sueño donde cree que puede conectar con ese otro yo. Esa llamada espiritual nace con los delirios, con la paranoia, con lo anormal, pero también es un portal, un agujero de gusano, una otra dimensión. Todos estos sueños le anuncian lo mismo que los mensajes que le llegan a través de símbolos y conexiones/casualidades en la vida: que huya. Pero en cada salida puede hallarse también una trampa, por eso es necesario lo que se trabaja a través de la narración de su personaje, que es intentar otorgarle un buen plan de escape.
Y algunos dicen perderse en sus narraciones de sueños, pero, ¿qué escritor no ha llevado una bitácora de sueños y se sirve de ellos? Quizá todos lo hemos hecho desde que éramos pequeños como si fuéramos pertenecientes a una cofradía espiritual onírica que nos reveló que lo hiciéramos. Es más real esa disposición aparentemente aleatoria de símbolos que un proyecto férreo y hermético de novela. Creo que no es posible otra novela hoy en día, él la llama Evangelio. Además, su autor nos conmina a salvar al niño, al más puro estilo gombrowicziano, y eso quiere decir no quedarnos en laureles de persona mayor: “¿Quiénes eran aquellos seres de ojos grandes e hipnóticos, como los de las abejas? ¿Por qué había que domesticarlos, durante años y años, para transformarlos finalmente en seres como nosotros? ¿Sólo para no ser devorados por ellos?”. Son los adultos, los que pertenecemos al valle de lágrimas, los que pueden ser vistos como esas formas monstruosas y tristes que el protagonista y su novia Irina observan en una ventanita secreta cuyo código cambian para no volver a presenciar espectáculo tan duro: “por qué adoptaba la vida formas tan insoportablemente tristes. ¿Por qué habían nacido estos seres? ¿Qué sentido tenía su eterno caminar por un mundo que nadie conocía, que a nadie importaba?”.
De su narración me quedo con las imágenes de su casa construida sobre uno de los seis solenoides de la ciudad. Una casa con mil habitaciones que se van sucediendo diferentes e inabarcables( y en la que se guarda una estancia muy similar a la de Solaris, inevitable visualizar a Irina y al profesor protagonista flotando como en la película con música de Bach de fondo). La narración de Solenoide es, pues, a veces, un sueño en sí misma, porque creo reconocer mis propios sueños reflejados en la descripción de este tipo de detalles y el símbolo no me parece baladí; dice el gran poeta Tomas Tranströmer, otro adicto a la confusión entre esos espacios de realidad y sueño: “No te avergüences de ser hombre, ¡enorgullécete! Dentro de ti una cripta da a otra cripta, sin fin. Nunca estarás completo y así debe ser”. Así será y en nuestros sueños las habitaciones del espacio mausoleo finca hospital siempre se sucederán infinitas, como reflejo de nosotros mismos y de lo que albergamos, de nuestros espacios inhabitados y de nuestras estancias jamás recorridas.
Artaud pensaba que no somos libres y que una forma de enseñárnoslo es el teatro. Para Cartarescu gran parte de esa vía en la que se nos muestra nuestro encerramiento y que nos lleva a intuir otros mundos más allá de los muros que nos privan de libertad está en los sueños. Podemos hablar de intertextualidad en la novela que trato, una vastísima intertextualidad, tanto implícita como con lo que sucede con Gombrowicz (otra vez Gombrowicz) para quien los poetas/escritores/artistas pueden pecar de lo que explicaría Cartarescu con las siguientes palabras: “salvan la obra de arte y dejan que se queme el niño”; como explícita, es el caso de Lautrémont y los Cantos de Maldoror, que son citados en varios momentos de Solenoide y cuyos vestigios también vemos como reflejos iridiscentes en el tema de los “visitantes”(aquellos personajes que se le aparecen al protagonista en torno a su cama en momentos de duermevela) y el doble que aparece en Maldoror cuando señala “alguien me mira en la pared de mi cuarto, alguien me mira con mis ojos que no son los míos”. O con Thomas Mann y su Montaña Mágica con la situación del niño curándose de la tuberculosis en la montaña y también, de paso, con toda esa imaginería esotérica que además es deudora de la teosofía que inspiró a otro escritor cuya novela contiene un mundo en un día (similar a lo que hace Cartarescu, que inserta mundos, o la historia del mundo). Por eso, pensaba afirmar sin temor a equivocarme, que Solenoide es el nuevo Ulises.


Solenoid (traducción al rumano de Sorina Ionica)


De la prima pagină m-a captivat, m-a înșfăcat parcă de guler și m-a privit sfredelitor în ochi: “Și eu am păduchi, nu se poate”, m-am gândit. Am știut atunci imediat, cartea va vorbi despre mine, despre momentul meu fundamental și poate, dacă aș râcâi mai mult, despre toate momentele mele esențiale, înșirate unul după celălalt. Ce nu am crezut și nici nu mi-am imaginat a fost că le va expune într-o dioramă nebunească, caleidoscopică, psihedelică din nou și din nou, așa cum mintea mea le proiectează de obicei atunci când dorm. Țesătorul viselor mele de acum, naratorul viselor mele de copil, vocea din fundal a coșmarurilor mele de noapte și de zi. Așa aș putea să-l numesc pe Mircea Cărtărescu, „frumos”, niciodată ”tras la față”, iar adorația mea ar începe să prindă formă, culoare și nume.
Trec de la stupoare la frică și de la companie sacră la sinistru cu o ușurință de vertij, pagină după pagină, în timp ce pe colțurile lor mă simt ca și cum aș face echilibristică pe marginea patului meu, într-o stare de hipnoză somnambulică...
Jumătate în somn, jumătate în stare de veghe, așa te citesc, Cărtărescu! Prin lectură te convoc, particip la ceremonia în care te invoc, magic, spiritul tău îmi inundă camera (camera, tu știi prea bine cât de importante sunt camerele, încăperile unei case) și îmi îmbălsămează monștrii (îi descrii foarte bine, Cărtărescu, tu i-ai văzut, nu am nicio îndoială). Nu e nimeni mai potrivit decât tine pentru a-i îmbălsăma, a le adăuga uleiurile și plantele aromatice, a-i cataloga, a-i pune la păstrare, a-i expune, a le ține companie, a-i mirosi de departe și a-i indica precis cu un băț, dacă este nevoie. Te iubesc în blândețea ta totală, a cuiva care auscultă și care folosește microscopul. Dar si care se expune cu labele în sus spre cer și totuși se lasă înghițit de pământ. Ești un Alice în țara nenorocirilor, Cărtărescu, tunelurile tale sunt trasări rapide, colosale, de neimaginat pentru lumea exterioară. Dar demonii mei vorbesc cu tine uneori, în limba literaturii, pentru tine nu există altă modalitate de a vorbi decât poezia și se vede că ai fost poet înainte de a fi narator, căci ceea ce trăiești este poezie, ca atunci când eram tânără și credeam în literatură mai mult decât în ​​viață și știi că nu poți elimina una fără să rămâi cu scheletul celeilalte, știi că muzica îți este dată de poezia ta, ea este cea care îți conferă muzicalitatea, iar tu picuri muzică pe pagină fără să vrei, așa cum un iepure este adorabil fără să vrea, la fel tu stropești paginile cu note muzicale, stropirea creează la rându-i și muzică, prin acel salt de la tușa pensulei către înșiruirea aceasta aleatorie a notelor în cădere, cuvintele tale îmi alimentează nomatofilia, mie și multor altora presupun, iar când ceva de genul acesta ne iese în cale, nu putem decât să îți mulțumim că ești inepuizabil într-un solenoid, într-un dispozitiv atât de mare, de spațios, care se dezvăluie în noi, ceilalți.
Dacă fascinația Omphal-ului creează în noi îndoiala inelelor noastre ca și cum am fi copaci pe care am vrea, în mod absurd, să-i datăm, atunci când ne uităm la buricul nostru încercând să ne fixăm centrul, ancorarea noastră în Aicișiacum, iluzia zadarnică că existăm de mult timp, că nu dormim. Dacă este semnul care indică faptul că a existat un trecut, încă ne sună ciudat că trebuie să recurgem la el. La Cărtărescu, acest buric reprezintă conexiunea, îl conectează la realitate, dar este un buric care uneori își pierde cordonul și îl păstrează doar ca pe o memorie încețoșată, o înstrăinare și un simbol că trebuie să fi existat un concretism, un Întreg, la un moment dat când a început totul. Căutarea aceasta nu ne face decât să ne îndoim de vremuri, de vremurile acestea în care ne aflăm, că poate nu există trecut și viitor și că prezentul este o masă fără formă de multe ori simultan. Avem un buric gol, întunericul său ne face să intrăm în propria noastră cantitate de nimic mai absolut.
Cărtărescu vorbește despre istoria anomaliilor personajului sau, așa numește el toate aceste fenomene, de fapt chiar a fost tentat să pună operei acest titlu. Anomaliile sau sumedenia de trăiri care vin din interior. Această întreagă fabulă se desfășoară ca o un istoric al căutărilor, dar care se manifestă sub forma unui puzzle oniric în care limitele dintre vis și realitate devin difuze:
"Irelevanța distincției dintre vis și realitate și am înțeles că seria viselor de acest tip nu face parte din niciuna dintre aceste stări, ci dintr-o a treia, pe care am putea să o numim (...) vrăjire, magie, farmec ..."
Și povestea personajului său se derulează pe teritoriul dintre vise și copilărie, teritoriu recuperat de romantici, dar pe care el îl folosește pentru a se conecta cu cealaltă jumătate a sa: este în spațiul visului unde crede că se poate conecta cu acel alt eu. Acea chemare spirituală se naște odată cu amăgirile, cu paranoia, cu anormalul, dar este de asemenea un portal, o gaură de vierme, o altă dimensiune. Toate aceste vise îi arată, la fel ca mesajele care îi vin prin simboluri și coincidențe în viață: că fuge. Dar în fiecare ieșire se poate ascunde și o capcană, de aceea este necesar să fie abordată prin intermediul narațiunii, narațiunea personajului său, care să încerce să-i ofere un plan de evadare bun.
Și unii spun că s-a pierdut în poveștile lui despre vise, dar ce scriitor nu a ținut un jurnal de vise și se folosește de el? Poate că am făcut-o cu toții de când eram mici ca și cum am aparține unei frății spirituale onirice care ne-a dezvăluit să o facem. Acest aranjament aparent aleatoriu de simboluri este mai real decât un proiect de fier și ermetic al unui roman. Nu cred că este posibil un alt roman astăzi, el îl numește Evanghelia. În plus, autorul său ne îndeamnă să-l salvăm pe copil, în adevărat stil gombrowiczian, și asta înseamnă să nu ne complacem în existența de om mare: „Cine au fost acele ființe cu ochi mari și hipnotici, precum cei ai albinelor? De ce au trebuit să le îmblânzească, ani și ani, pentru a le transforma în cele din urmă în ființe ca noi? Doar ca să nu fie devorat de ele? Adulții, cei care aparțin văii lacrimilor, pot fi văzuți ca acele forme monstruoase și triste pe care protagonistul și iubita sa Irina le observă într-o fereastră secretă al cărei cod se schimbă pentru a nu asista la un spectacol atât de dur: de ce viața a luat astfel de forme insuportabil de triste? De ce s-au născut aceste ființe? Care a fost rostul mersului său etern într-o lume pe care nimeni nu o știa, de care nu-i păsa nimănui?
Din narațiunea sa, am rămas cu imaginile casei sale construită pe unul dintre cele șase solenoide din oraș. O casă cu o mie de camere care se succed diferite și nesfârșite (și în care se păstrează o încăpere foarte asemănătoare cu cea a lui Solaris, inevitabil să o vedem cu ochii minții pe Irina și pe profesorul protagonist plutind ca în film, cu muzică de Bach în fundal). Narațiunea lui Solenoid este, așadar, uneori un vis în sine, deoarece cred că îmi recunosc propriile vise reflectate în descrierea acestui tip de detalii, iar simbolul nu mi se pare neînsemnat; cum spune marele poet Tomas Tranströmer, un alt dependent al confuziei dintre acele spații dintre vis și realitate: „Nu te rușina că ești om, fii mândru! Înăuntrul tău se deschide arcadă după arcadă la infinit. Nu vei fi niciodată gata, și așa e drept să fie.”  Acesta este cazul și în visele noastre, încăperile spațiului mausoleu se vor succede la infinit, ca o reflectare a noastră și a ceea ce adăpostim în spațiile noastre nelocuite și camerele noastre în care nu am pășit niciodată.

Artaud era de părere că nu suntem liberi și că o modalitate de a ne dezvălui acest lucru îl reprezintă teatrul. Pentru Cărtărescu, o mare parte din acea cale în care ni se arată captivitatea și care ne conduce la intuirea altor lumi dincolo de zidurile care ne privează de libertate, se găsește în vise. Putem vorbi de intertextualitate în romanul de față, de o extrem de vastă intertextualitate, atât implicită, cât și cum se întâmplă la Gombrowicz (din nou Gombrowicz) pentru care poeții/scriitorii/artiștii pot păcătui, Cărtărescu exprimând acest lucru prin următoarele cuvinte: „ei salvează opera de artă lăsând copilul să ardă ”; la fel de explicit, este cazul lui Lautrémont și Cantos de Maldoror, care sunt citate în diverse momente ale Solenoidului și ale căror vestigii ni se înfățișează ca si reflecții iridescente în tema „vizitatorilor” (acele personaje care îi apar protagonistului în jurul patului în momentele dintre somn si veghe) și sosia care apare în Maldoror când spune „cineva mă privește din peretele camerei mele, cineva mă privește cu ochii mei care nu sunt ai mei”. Sau cu Thomas Mann și Muntele său magic, cu situația copilului care se vindecă de tuberculoză în munte și, de asemenea, în acelasi timp, cu toate acele imagini ezoterice care de asemenea provin din teozofia care a inspirat un alt scriitor al cărui roman conține o lume într-o zi (similar cu ceea ce face Cărtărescu, care încorporează lumi sau istoria lumii). Astfel pot sa afirm, fără teamă să greșesc, că Solenoid este noul Ulise.



viernes, 17 de enero de 2020

Loa a Ulrich Seidl/ invectiva a mi memoria

Un director austríaco con una película que enseña lo que la gente puede tener en sus sótanos me recuerda a mi memoria.
En ella creo que está empezando a hervir una habitación 
recientemente creada para asuntos personales.
Dentro, se gestan más recuerdos que no se solidifican nunca.
A los que no puedo acceder jamás.
Y de los que es ridículo intentar hablar, como quien cría un bebé para dárselo a otro.
O peor, como quien cría bebés reborn para guardarlos en cajas en el sótano.
Y es tan improductivo como una convención de los dueños de estos muñecos
comentando cómo duermen, cómo comen, cómo lloran...
¡si son unos muñecos...!
Así también intento escribir sobre lo que no tiene forma
no ocupa espacio
ni tiene color
ni siquiera se puede decir que respire lo que ya no se recuerda.



jueves, 16 de enero de 2020

El Gato, de Giovanni Rajberti

Entre las postrimerías del siglo XVIII y el comienzo del XIX se daban, además de una serie de fenómenos típicos del Romanticismo, como el dar importancia al ser uno solo con la naturaleza envolvente, la primacía de los sentimientos, la creatividad y la nostalgia de paraísos perdidos, otros acontecimientos que estaban muy en boga, y que tenían que ver con el misterio o bruma que asoma detrás de lo que no se tenía un conocimiento riguroso...como, por ejemplo, ciertas prácticas curativas del tipo del magnetismo animal o mesmerismo.

Pero ya entonces (y esto puede llamarnos la atención por haber pasado tanto tiempo y habernos desarrollado, en teoría, bastante científicamente y sin embargo, aún notar la persistencia de este tipo de prácticas) se escuchaban voces que desde la medicina alertaban de lo charlatán que se gestaba en esos ámbitos afines a lo homeopático y curas “alternativas”. Una de esas voces era Giovanni Rajberti, el llamado “médico poeta”. ¿Un adelantado a su tiempo? ¿Cómo es un médico racional y defensor de lo científico y al mismo tiempo un poeta en el siglo más sentimental de todos?

La edición de El Doctor Sax


Rajberti en El Gato es un representante interesante de su siglo. A través de la imagen que desgrana de este animal toca los grandes ideales de su tiempo como la libertad o la ociosidad contemplativa. Este último tema ya era enaltecido por uno de sus contemporáneos alemanes, Eichendorff, quien en sus obras, y sobre todo, en La vida de un tunante trata de este “ocio filosófico” al que se refiere Rajberti en el apartado sobre “La beatitud de los ocios del gato”. Así mismo, confiere al gato el estatus de filósofo antes que de poeta, ya que el poeta es un ser triste por naturaleza y el gato es un ser positivo y feliz para el italiano, lo cual afirma en el apartado titulado: “El gato filósofo como Maquiavelo o Talleyrand”. De paso, coincide con Eichendorff en ese adeudo que hay con la literatura picaresca, pudiendo ver en la imagen de este gato un personaje a la manera de El Buscón o del famoso lazarillo, de El lazarillo de Tormes.

Giovanni Rajberti no es el único escritor que se ha centrado en la figura del felino, nuestro ejemplo más evidente es el de T.S Eliot, quien escribiría El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum un siglo después que el italiano. Esta recopilación de poemas gatunos sirvió de inspiración para el musical famoso Cats. Pero tanto Rajberti como Eliot coinciden en tratar un tema aparentemente menor y hacer de él una suma de virtudes y rasgos felinos extrapolables a los seres humanos.

Esta segunda edición cuenta con ilustraciones de Natalia Verginella


Finalmente, no todo es subrayar los atributos más positivos del gato. Giovanni Rajberti constata ya desde su época que el felino está hermanado a lo oscuro, al poder de lo diabólico, incluso: “lo imputaron en muchos cuentos y juicios sobre magia, nigromancia y brujería” afirma en el apartado “El gato cazador”. Estos rasgos demoníacos atribuidos al gato persisten a lo largo del siglo XX y en literatura, un ejemplo que resalta es el del gato Popota en El maestro y Margarita de Bulgakov, quien encarna el papel de un demonio más del séquito de Mefistófeles. Podemos constatar también que en el imaginario religioso, protestante cristiano y católico, la imagen del gato está prácticamente excluida. Vemos a toda la fauna, desde el cordero, pez, paloma del Espíritu Santo, león de San Marcos, toro de San Lucas, águila de San Juan, perro de San Roque, caballo de Santiago, cerdo de San Antón, hasta la mula y buey del nacimiento en Belén... Conclusión: la imagen de un gran individualista no puede ser emparentada con lo divino como uno más, ya que él mismo se cree un dios, el espíritu de un ser libre.


miércoles, 8 de enero de 2020

Transirak es un nombre exótico



Es verdad que tenía muchas ganas de leer lo nuevo del señor Perfumme. Sólo había leído Saber Matar y fue una incursión en una prosa vertiginosa, pero que ya dejaba asomar ciertos toques líricos que me dejaron con una gran duda de cómo sería la nueva novela. Podría haber sido de cualquier forma y no me hubiera inmutado, la verdad, estaba preparada para la sorpresa. Pero he de decir que hay una cadencia que ya intuía, una música más lenta, más honda, que fluye sola, que habla con el lector suavemente, natural, como si hubiera estado ahí de toda la vida, en la cocina, y aún así es capaz de la digresión, de los juegos y del monólogo silente, a lo Molly Bloom en el Ulises, la carta de la mujer del dictador a su madre, por ejemplo, indagando en el duelo, en el recuerdo, en lo femenino, en el tiempo...: “De cómo las máscaras fueron convirtiéndose en caras, fueron adquiriendo el color de la piel, su textura, su temperatura, hasta que ya no eran más máscaras. El pasado no existe en realidad, nos lo inventamos porque estamos muertas de miedo”.

La edición es de “niños gratis*” muy bonita, muy práctica para llevar encima



Se me ha escapado el libro casi sin darme cuenta, sabía que iba a ser así porque es de una lectura muy agradecida, de esas que atrapan, y yo, que soy muy ignorante de las cosas de la vida político social y de todas las cosas que tienen que ver con la responsabilidad y la adultez, aún así, he sido cogida por el recuerdo, de cuando era niña-adolescente y en el colegio nos ponían unos exámenes en los que incluían preguntas del panorama actual mundial para obligarnos a estar al tanto de las noticias y de la realidad y estaba este señor del bigote frondoso, muy particular, muy acolchado bigote, y se llamaba Saddam Hussein y tenía esta relación muy problemática con Estados Unidos... ¿Quién no conoce a Saddam Hussein? Unos amigos le pusieron a su grupo de música Saddam Juguetín. El libro de Mr. Perfumme traza historias posibles, reactualiza mitos, les da nuevo color, te habla de la enfermedad como uno de los temas principales, es delicado y a la vez ácido, ¿cómo puede hacer eso? Es una paradoja, pero la trama paralela, que es la historia que no se apoya en un personaje político conocido, sino en una pareja de hermanas del mundo de la ficción, llega a ser la historia de cualquiera, de cualquier outsider. En esto, me recuerda a Ana Lily Amirpour, una directora de cine que (además de tener un apellido que suena a ambientador de coches) tiene casualmente ascendencia iraní, y que nos muestra outsiders atípicos en sus pelis, en un fondo que podría ser del color de Transirak; si es que en mi mente va representándose la novela sería más o menos como en las pelis de Amirpour. Definitivamente una mezcla entre ella y el Terry Gilliam más mágico-lisérgico elegiría yo para la adaptación cinematográfica de Transirak.