miércoles, 29 de julio de 2020

Para Celan lo que es Almendra

Di tu nombre, di tu decir. Que sea sombra.
¿Quién pronunciará su nombre el último?
Sólo allí entraste en el nombre que es último.

Almendra.


Para Celan lo que es la almendra es la nada y el todo y la nada. También es el ojo, lo visible y lo invisible. Para Celan la almendra es mística a veces y la distingue llamándola Mandorla. Para Celan la almendra también es lo que de olor puede recordar a la muerte, muerte por veneno. "El testículo de almendras atormenta y florece" afirma en uno de sus poemas. Soledad y tristeza pero también renacimiento. ¿Florecer para la muerte? La almendra como destino y principio. La nada como aquel símbolo que raramente puede ser contenido en alguna imagen, a menos que esa imagen sea una almendra.




A veces para Celan la imagen y semejanza son el nombre, el poder decir de uno, el vacío y la paradoja del recipiente que lo contiene se le presentan inextricablemente del símbolo. Así es como alguien ha unido el símbolo al nombre, precisando lo imprecisable. Pero yo leo el poema de Almendra en clave secreta, la que me guardó en un mensaje de botella el mismísimo Paul Celan para cuando mi propia Almendra existiese. Y ahora que, tras el bautizo por Mandorla la Almendra se erige autodenominándose, pudiendo ser ella  autoreferente, autonominable y existente, sólo ahora es cuando aparece el resto de su mensaje, la profecía, o sentencia, de lo amargo, del silencio, la muerte y su brazo, y del penetrar en una oscuridad a donde tenía que conducirse desde el inicio, como si no se pudiera evitar el camino, o como si los destinos pudieran existir para que los presagios se cumplan.

viernes, 3 de julio de 2020

Angélica Liddell

Hace unos quince años aproximadamente fue mi primer contacto con Angelica Liddell. Fue un contacto fulminante, de los que te avientan a la cara y te golpean. No supe reaccionar, fui demasiado lenta, el negro del libro Los deseos en Amherst me llamaba, las páginas lustrosas hacían que mis huellas dactilares se marcaran más de lo que yo deseaba. Pero no solo el color negro, su negrura también, la oscuridad que asomaba de fondo. Mi primera trivial impresión me hizo pensar “esta mujer habla mucho de úteros y de órganos femeninos, parece que tiene un problema”. Me da risa recordar cómo me quedé, por aquel entonces, en esa superficie. Sin embargo, ya había sido inoculado el primer germen de mi enganche hacia ella con unos versos que se me quedaron flotando tanto en el subconsciente como en mi mente diurna y cotidiana que repetía mecánicamente: “Ven queridísimo recuéstate aquí, ahora que tu preciosa cabeza está hecha pedazos”. Era parte de uno de sus poemas, el verso final, el cual me remitió a una de mis heroínas favoritas: Salomé.


Ya estaba yo, sin saberlo, fascinada por su cosmogonía, una en la que los hombres son niños en escuelas, en la que ella no es llamada vieja aún, en la que el único problema es que tiende a amar, porque quiere dar asco y está harta del orden que le quieren colocar sobre los hombros como un bonito collar. Angélica se rebela, ciénaga, llanto, orín, más allá del esperma y del rechazo a la sumisión. El estigma del orden, del cual pretende liberarse, lo podemos ver como un hilo en común con otras poesías, menos abyectas pero igual de poderosas, como es el caso de Chantal Maillard, feminismo de subversión, una indagación en el cuerpo y las emociones.


Todo esto del orden en las leyes que son ordenadas per se o que incitan al orden, como una hipérbole de lo rígido y de lo que al final anula. Mujeres que fueron disciplinadas. Mujeres que dejan de serlo y que señalan el origen de su rebelión para señalarse luego el orificio -negro- del pecho y , finalmente, abrazar al caos.


Como la rebelión de otra musa de la literatura transgresora: Catherine Robbe-Grillet, quien escribiría Ceremonia de mujeres bajo el seudónimo de Jeanne de Berg y cuya verdadera identidad de la autoría atribuyeron a su marido, el escritor más famoso de la nouveau roman Alain Robbe-
Grillet. Hasta el año 2002 no se supo que la verdadera autoría sería de su esposa, reflejando lo poco que podía concebirse una visión fría del sexo en mente de autora mujer. Pero va más allá de esta anécdota: Catherine Robbe-Grillet es actualmente, a sus casi noventa años, la dominatrix más importante de Francia y sus prácticas rituales se han enseñado hasta en documentales de la talla de La Cérémonie. Ahí podemos escuchar cómo la teoría BDSM puede llegar a ser también un rito sagrado para algunos, un teatro en el que los personajes no son herméticos ni fijamente asignados y en el que lo teatral lo domina todo, más allá de la vida, o poniendo precisamente aquello de relieve: lo teatral que nos permite expresarnos verdaderamente.


En Angélica lo teatral es un elemento fuertísimo para llevar a escena su poesía y para reactualizar mitos, un punto en común con Robbe-Grillet: la Savannah Bay de Marguerite Duras sería como un libro que la autora de El amante de la China del Norte hubiera escrito para ella, y por eso el año pasado interpretó al personaje de Madeleine, mostrando el amor desde una mujer en su senectud y en una muy joven. Savannah es, pues, un símbolo, como lo sería el personaje de Lucrecia, la de la Antigua Roma, para Angélica Liddell. En You are my destiny la violación de Lucrecia, tan retratada en lienzos y pinturas, será deconstruida, la visión de esta violación dándole la vuelta, enamorada de Tarquino, alejándola del relato de Tito Livio y del poema shakespeareano: “Se ha dado una visión plana, maniquea y politizada del personaje, exaltando a esa mujer violada que se quita la vida, sin explorar el fango humano del que están hechos los personajes, su deseo y su vida espiritual”.


Liddell es Premio Nacional de Literatura Dramática. Pero es una desterrada, tras cuatro años estuvo fuera de España. Al volver llevó a los escenarios su Trilogía del Infinito. En la primera, Esta breve tragedia de la carne, volvió a hacer de las suyas, introduciéndose un consolador dorado por la vagina. Además, los personajes parecerían sacados de fotografías de Diane Arbus o de Joel Peter Witkin: desarraigados, amorfos, provocadores en sus fisionomías como los freaks de Browning o del circo macabro de cualquier ciudad seria normal.


La poesía de Liddell nos sacude: quizá hasta que no nos muestran la sangre directamente no somos capaces de reaccionar.