viernes, 2 de noviembre de 2018

Saber matar de Mr. Perfumme

El bar está vacío a excepción de una mesa donde se encuentran sentadas dos mujeres de unos sesentaypico años. Moto le dice a Cobra: Son ellas. Ellas pueden ayudarnos. Y avanzan hacia donde están sentadas. Una de las señoras dice sin girarse: eh, amigo. Amigo, escucha, detrás del mostrador hay una botella. Junto a la caja registradora. Cógela y tráela. A Cobra le tiemblan la mandíbula y el pulso. Aún así se acerca hasta la barra, coge la botella. Deja caer un vaso de cristal al suelo sólo para que vean con quién están hablando. (...) Cobra deja la botella sobre la mesa. Una de las mujeres bebe. Le dice a Cobra: Ahora bebe tú. Y Cobra obedece. Le ofrece otro pitillo a la mujer y la mujer acepta. Moto dice: Hemos venido hasta aquí porque necesitamos vuestra ayuda. La otra mujer le responde: No tenéis ni idea de lo que nos estáis pidiendo, ¿verdad?   (Saber Matar,  108)

Uno de los rasgos de la buena literatura es que sepa reformular tópicos y actualizar mitos. Mr. Perfumme nos disfraza oráculos en señoras de bar, nos mezcla leyenda oriental de mensaje y ascetismo con nostalgia ochentera. Hay heterónimos (¿quién es sino, Shinkazu Koba?) y personajes desde cercanos hasta terroríficamente naifs. En este mundo, el de Saber Matar, no son los asesinos y luchadores los que nos intrigan más por lo que ocultan. Me doy cuenta de que son otros personajes los que me parecen más sospechosos, los que sonríen y van a su barbacoa y dicen te quiero amor.
Moto y Cobra (los nombres ya los hacen potentes, además, Moto es la chica y Cobra el chico, rebelándose contra sus propias vocales) se quieren hasta lo absurdo y cuando empieza la cosa a ponerse seria siempre nos surge algún episodio, o siquiera una frase, que nos marca una paradoja, un ridículo o una sorpresa. Claro que todo va cobrando sentido en la ficción que se narra en la novela. Su propio sentido, el microcosmos de los que sobreviven en torno a una violencia exterior que no es más que respuesta a la llamada de la tormenta interior. 

El estilo de Mr. Perfumme se nos hace cercano a un Pynchon español, pues ya incluso el eterno candidato a Premio Nobel ha sido capaz de mezclar en alguna obra suya elementos como los Teletubbies y marcas noventeras de cereales con personajes expertos en artes marciales. Todo esto de forma airosa y sin dejar de ser totalmente digno. Así también se suceden estas páginas,  de manera agradecida por la forma anti-lineal en que se desarrolla la historia. Considero que la novela contemporánea rompe con la antigua fórmula clásica de inicio-nudo-desenlace y esto es un elemento formal que añade interés al texto en su conjunto, haciéndonos conectar episodios, dejando al lector (estética de la recepción) realizar el trabajo de enlazar inferencias y armar una historia global, si cabe. 

Frenesí y las Pisk se habían hecho con los restos del Kolectivo Cinematográfico Nihilista Muerte al Cerdo, con sede en Berkeley, un intento fallido de vivir la metáfora de la cámara cinematográfica como arma. El haber del Kolectivo incluía cámaras, lentes, focos y sus trípodes, moviola, soporte hidráulico para las cámaras, una nevera llena de película y, al menos al principio, los vestigios del personal más obstinado del Kolectivo, que habían integrado algunas expresiones de su viejo manifiesto en el nuevo 24ips: “La cámara es un arma. Filmar una imagen es como matar. Las imágenes unidas son la infraestructura de una vida después de la muerte y un Juicio. Seremos los arquitectos de un merecido Infierno para el cerdo fascista ...” (Vineland, 189)

Sí, también es el elemento cinematográfico uno más a tener en cuenta en la obra de Mr. Perfumme. Se dan acotaciones de fundido en negro, de cómo se acerca la cámara. No siempre. Sucede que la cámara es un arma, como dice Pynchon. Y Perfumme lo sabe y lo aprovecha. Así, pues, tenemos una novela que coquetea con lo policial y también con lo posmoderno, haciendo referencias con su particular “Odisea” a lo que ya hiciera el mismísimo James Joyce en su obra cumbre.
Pablo y Otomo como Ulises en sus jornadas, recuerda,  por ejemplo la llegada a Nueva York a la de Ulises a la tierra de los lotófagos. Ahí su tripulación debido a la ingesta de esta planta perdían la memoria y su propósito de viaje: “Pablo luchaba por no olvidar cuál era el motivo de su viaje, por no dejarse llevar. Pablo comenzaba a olvidar qué demonios es lo que hacían allí, comenzaba a tejerse alrededor de sus ojos y de su alma una telaraña cada vez más densa, cada vez más opaca, que le impedía pensar con claridad.” (Saber Matar: 124-125)

Podemos hurgar en la intertextualidad de Saber Matar, pero sería más rizar el rizo y además, hay ciertos mensajes que conviene destacar, es una obra para disfrutar e interiorizar. “El conformismo es peor que la muerte”, es una paráfrasis, a su modo, de “Preferible arder a durar” de Roland Barthes. Arder como modo de vida, así fulgen los personajes de esta novela. Vivir, pero vivir intensamente.
Cabe resaltar el lirismo de algunos fragmentos, como éste, y con eso acabo:

“Mira su polla e imagina un conejo muerto la piel de un animal cazado un niño no nato el miembro fantasma de un mutilado de guerra los nudillos golpeando la madera de la puerta que cree oír una viuda cada vez que sopla el viento”. (Saber Matar: 118)

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