sábado, 20 de marzo de 2021

Salinger y el paraíso perdido

 



De Salinger se ha hablado mucho, es un escritor de culto que generó fascinación desde siempre, él huía las entrevistas y se encerraba como un ermitaño, pero ese carácter huidizo era una confirmación de lo que todo el mundo pensaba, que él era Holden Caulfield... y entonces ya estaba servido como en un plato fuerte de banquete para los ávidos y deseosos de figuras anti heroicas idolatrables.

¿Por qué su generación de lectores quería devorarlo? Quizá porque él encerraba ese misterio contra el que todos querían luchar, el de la vida que se apaga en vida y en el siglo xx los zombies son legión más que nunca..,

Uno de los grandes tópicos literarios, les explico a mis alumnos de segundo de ESO, es el del paraíso perdido de la infancia. Lo dije cuando estudiamos El Principito: éste se ve desencantado cada vez más con el mundo de los adultos y nos refleja la incompatibilidad del mundo de estos con el suyo, en una lucha de polos opuestos: seriedad-adultez-robotización-deshumanización-materialismo versus inocencia-asombro-ver las cosas como si fuera primera vez-generosidad y amor.

Es uno de los grandes temas, como ya apuntaba Machado: “los frutos dorados de la infancia” la impotencia de verlos reflejados en aquella fuente, porque no volverán.

Beigbeder afirma en esta novela de faction como llama él (porque se nutre de historias reales) que Salinger es el escritor que ha hecho que a los humanos les repugne envejecer ya que “todas sus novelas y relatos dan voz a niños o adolescentes. Simbolizan la inocencia perdida”. ¿Pero qué es lo que pasa entonces con los humanos peterpanescos que se resisten a envejecer?

Para Salinger envejecer no tendría que ver con el cuerpo necesariamente, sino con asumir trabajos y vidas mediocres insertos en un capitalismo que coarta una naturaleza más primitiva, que genera quizá vagabundos, desequilibrados, pobres y desgraciados. En definitiva, inmaduros. Aquí, la inmadurez podría verse en un sentido gombrowicziano de primitivismo salvaje y pulsión vital contra lo caduco y obsoleto.

Por otro lado, el enamoramiento del que hace eco esta novela se basa en el enamoramiento real de Salinger con la hija del dramaturgo Eugene ONeill, quien había gozado de fama (incluso un Premio Nobel) y rodeado de infortunios (varios suicidios familiares) a partes iguales. 

Es pues, una novela de amor en el fondo, que es lo mismo que decir de vida y de trampas. Oona al final se casa con Chaplin y Salinger con una nazi.



Sus mejores relatos son aquellos en los que utiliza diálogos infantiles para expresar su repugnancia por el materialismo. Desde 1951 se han vendido en todo el mundo ciento veinte millones de ejemplares de The Catcher in de Rye, una novela corta que cuenta la historia de un chico que es expulsado del internado, deambula por Central Park y se pregunta adónde van los patos en invierno, cuando el lago está helado. Su teoría era seguramente pueril, sin duda falsa y quizá peligrosa, pero Salinger inventó la ideología de la que yo era víctima consentidora. Es el escritor que mejor ha definido el mundo actual: un mundo separado en dos bandos. Por un lado, los tipos serios, alumnos modélicos encorbatados, los viejos burgueses que van a la oficina (...) juegan al golf, leen ensayos de economía y aceptan el sistema capitalista tal cual (...). Por otro, los adolescentes inmaduros, los niños tristes, (...) los que se preguntan por los patos de Central Park, hablan con vagabundos o monjas (...) no trabajan nunca, permanecen libres...