miércoles, 7 de abril de 2021

Los mundos de José Luis Jover

 



“-Dígame qué nota.

-Que todo son cosas.

-¿A qué se refiere?

-A todas las cosas. Cuando están, están de más, y si no están las echo en falta.”


Este es el poema “Síntomas” de José Luis Jover. No hay mayor resumen de la vida que éste. Porque es verdad que todo lo que nos afecta, nos envuelve, todo con lo que tratamos son “cosas”. Esta forma de nombrar sería inadecuada en un texto formal, en un registro académico. Nos han enseñado a cambiar el sustantivo tan general de “cosas” por uno más pertinente para cada caso en particular. Gran dilema shopenhauariano. Las sombras errantes de esta tierra baldía anhelan cosas, materiales, cosas que son personas, cosas que son ilusiones y una vez que se aprehenden ya no se desean. Sólo en la ausencia las necesitamos. José Luis Jover sabe de los juegos de la poesía, de sus trampas, como que nos podemos golpear en la cabeza con el techo de la originalidad de la poesía, o como que el mundo está hecho de tramposos y que muchas veces no se sabe ni que se está fingiendo ya. José Luis Jover le escribe al poema y juega al escondite. También se deleita con la música, con lo visual, hace sinestesia de todos los tipos, se asoma en imágenes y en juegos de palabras. Qué es una ardilla ascendiendo por el árbol sin fin...de su respiración. Así es como nos pinta a la ansiedad y podemos visualizarlo. La imagen creada no existe, es suya, es de Jover, pero ese mundo es igualmente o tan válido como el nuestro, como el aburrido existente en el que no pasa nada o creemos que no pasa nada. Jover cree en el lenguaje universal de las imágenes. Aquí vemos que es un inextricable poetacollagista o collagistapoeta, su doble faceta unida más que las dos caras de una misma moneda, unos anteojos caleidoscópicos que usaría según el arte en el que se estaría desenvolviendo.


Es inevitable seguirle la pista a Jover hacia una poesía que hereda de las vanguardias, que es amiga del surrealismo y que vuelve, como una presencia rara avis en nuestros días, hacia los últimos escollos de una de las más renovadoras y enriquecedoras corrientes. El año que viene se cumplirán cien años desde la publicación del manifiesto surrealista por André Breton y podría decir que en estos cien años sigue siendo de actualidad, para quienes amamos la poesía de las vanguardias, la poesía del siglo XX, podríamos pensar que fue este período el último importante antes de que todo se fuera a la mierda con la poesía postpost de ahora, que es lo que se lee en todas partes y lo que haría pensar a menudo que sobran escritores, que nunca antes tantos se creyeron escritores sin pasar por la lectura, que estamos en la época en que se escribe antes que se lee. Si yo tuviera una varita mágica que pudiera decidir en qué período literario rebobinar, sería a éste precisamente, para continuar desde ahí creando.


Los casi-poetas de hoy son muy interesantes, pero su interés no me interesa”. Que decía Huidobro, puedo suscribirlo aquí.



José Luis Jover en sus collages crea mundos de la misma forma, como el escultor que extrae lo sobrante para que la figura que está dentro de la piedra aparezca. Pero también como el que es sorprendido por los mismos mundos que salen de sus manos de los cuales él es una especie de demiurgo ayudante, demiurgo conexión entre el mundo de las imágenes y el mundo de los hombres. Lo imagino distribuyendo piezas, como el más sentido músico de jazz que va juntando notas que hacen una armonía improvisada genial y que al final tienen una contundente presencia musical, así, su obra aparece, pero queda y esta parte es la que distinguiría su labor con la de un músico de jazz que está improvisando continuamente y cuyas notas no serán las mismas por una segunda vez. También, además del mundo mágico del collage que se va creando mientras uno, como creador, asiste al espectáculo del nacimiento, está el juego que se muestra, muy al estilo de las greguerías, y que vienen a ser coronadas con las palabras que a veces acompañan a sus collages.


Leyendo a Jover, pero visitándolo también en sus obras de collage, vuelvo al mundo de Queneau y sus juegos del lenguaje en los que se atisba que todo puede ser posible, que se pueden crear miles de sonetos con unas combinaciones que nos dispone él, por ejemplo, y esa posibilidad que no es infinita pero se siente infinita es asomarse al abismo. Como cuando la palabra es sencilla pero certera como un balazo. Y recuerdo también a la Hannah Hoch de los collages, esa mujer dadaísta que de mayor dijo “estoy harta del dadaísmo”, aunque supongo que a cualquiera a quien quieran encorsetar en una corriente termina por generar ese “condicionamiento García” que tenemos cuando comemos mucho de algún alimento.


Gracias por descubrirme tantas cosas.

sábado, 3 de abril de 2021

Cuentos de un bebedor de éter



Jean Lorrain es uno de los artistas decimonónicos franceses que puede ejemplificar la esencia de excentricidad y fatalismo como en un combo perfecto, algo equiparable al lema de sexo, drogas y rock and roll de la época, pero en su vertiente de dandysmo, duelos y sífilis.

Homosexual confeso y provocador, me encanta una descripción que hace un coetáneo sobre él: "Lorrain tenía una cara gorda y larga, cabellos divididos por una raya perfumados de pachuli; los ojos saltones, estúpidos y ávidos; labios gruesos babosos, que escupían y goteaban durante su discurso. Su torso era convexo como el esternón de los buitres. Se alimentaba con avidez de todas las calumnias e inmundicias".

Creo que debemos aprender mucho de las descripciones que hacían en la época, como la que hace Oscar Wilde de Aubrey Beardsley: “una cara como un hacha de plata, y pelo verde hierba”. 

La cuestión es que Lorrain, cuyo nombre verdadero era Paul Alexandre Martin Duval, producía irritación debido a su carácter descarado y controvertido. Por ejemplo, llegó a enfrentarse a un duelo con Proust, otro ejemplo es su enemistad con Maupassant, con quien también casi llega a enfrentarse en duelo.

De hecho, con este último tiene cierto parecido en las atmósferas de los cuentos (muy a pesar de Lorrain, quien despreciaba a Maupassant) en particular en el Maupassant de La peur. Pero es preciso recalcar que Lorrain va más allá, se nota su parentesco con el simbolismo y está más cerca a un Lautreamont de pesadillas que parece que se escapan por la habitación como en Una noche turbulenta de Cuentos de un bebedor de éter. 

Para el lector medio sería inevitable la relación con Poe y no se engañarían: el mismo Lorrain menciona a Poe y a Hoffman en su cuento El Doble (además de los cuadros de Odilon Redon) y hace un homenaje al personaje del cuervo. Pero para mi su principal atractivo no radicaría en la conexión con el género de terror, ni siquiera con lo que de simbolista tiene, sino más bien con cierta idea de mundo de la que lo veo precursor de existencialistas como Pessoa al poner en imágenes el dilema de la máscara humana y de los límites de la realidad siniestra de cada uno: “una duda espantosa me encogió el corazón ante todas esas máscaras vacías: ¡si yo también era semejante a ellos, si yo también había dejado de existir y si bajo mi máscara no había nada, tan solo ausencia!”, éste es un fragmento de Los orificios de la máscara,  mientras que en Tabaquería tenemos: “Cuando quise arrancarme la máscara,

la tenía pegada a la cara.

Cuando la arranqué y me vi en el espejo,

estaba desfigurado”.


Un ser alucinado aún sin drogas es un ser que llega a extrañarse más de lo anodino que de lo extraordinario. “La realidad me paraliza de terror”, afirma en El Poseído.