domingo, 5 de septiembre de 2021

Lolito de Ben Brooks

He leído este libro con curiosidad y ha sido un descubrimiento divertido y muy agradable. Lo he leído en el tren, es de esos libros que quieres leértelos sin parar, o sea, sin dosificar y se presta para ello. El ritmo es ágil y he leído por ahí que se le critica el lenguaje, el hecho de ser tan coloquial para algunos. Yo creo, por el contrario, que tiene una mezcla bonita entre la lírica y el lenguaje directo y claro de un hombre joven (el autor, Ben Brooks), que se intuye reflejado en las anécdotas que cuenta, como se intuiría un joven Joyce en Stephen Dedalus.

 Hay una referencia evidente a Lolita de Nabokov en el título, y es el principal gancho para acercarse a la novela de Brooks. Una señora como yo aplaude que se inviertan esos roles rancios de hombre mayor y jovencita, la verdad. El tema de cómo sería ese joven muso, el efebo que seduciría a una señora mayor se acerca de forma plausible a través de la historia: un encuentro internáutico da pie al encuentro de estas dos personas solitarias. Hay un trasfondo de cuestionamiento a la hipocresía de lo que se supone que está bien (una relación entre una adulta y un joven puede ser visto como censurable e incluso como un abuso de menores) y una relación entre un hombre mayor que compra mujer rusa para casarse algo totalmente anodino. 

El interior del adolescente está muy bien caracterizado a través de sus monólogos silentes, salpicados de gracia y humor negro, muchas veces te hacen pensar que difícilmente un adolescente real pudiera pensar como el protagonista y que quizá es este el motivo por el que relaciones así serían inviables, porque la madurez de los adolescentes de la vida real no pudieran corresponderse con la madurez de este personaje literario. En cualquier caso, tenemos ejemplos como en la cita que pongo a continuación, de lo que pensaría el protagonista si pudiera reinventarse una vida con la señora que ha conocido:

Tomaremos Nytol y dormiremos durante catorce horas seguidas. Durante las temporadas de lluvias intensas, nos quedaremos inmóviles y nos volveremos infantiles. Nos comunicaremos con sonidos animales y apretones de mano. Cuando haga calor, tú guardarás silencio mientras te pongo crema solar en las mejillas. Fumaremos cigarros y nos fustigaremos con ramas de árbol, lo bastante fuerte para que sea divertido, pero no para que nos salgan moratones. Comeremos sándwiches de mermelada y ensaladas de fruta preparadas. Tú empezarás a hacer punto, tejerás algo que insistirás es un tabardo y repartirás toda la lana que te sobre. Dejaremos el trabajo y nos iremos a un país políticamente estable donde la gente se eche la siesta y coma fuera. Aprenderemos a jugar al bridge, haremos yoga y bucearemos. Moriremos los dos a la vez.


Si escarbamos en el lenguaje, podría poner algún otro ejemplo de la contradicción que refleja el protagonista, el contraste entre lo edulcorado y lo real que continuamente nos está remarcando el carácter de "humor negro" de esta novela. Lo iluso y ridículo de mirar un rostro cuando duerme, porque es lo que se supone que hacen en las películas. El corte abrupto de estos momentos diciendo: es aburrido. Aquí sucede algo similar cuando menciona la contemplación:

Me como los cacahuetes y me tomo una lata de vodka. Una voz aguda de mujer se escapa de los auriculares del hombre durmiente. Este deja el sándwich encima de la mesa de plástico y vuelve a dormirse. Llaman por teléfono a la mujer que tenemos delante y ella responde. Está planeando con entusiasmo una caminata a lo largo de no sé qué río que discurre entre Londres y Manchester. Habla de paisajes verdes y de un tiempo agradable. Dice la palabra contemplar. Quiero entusiasmarme. Quiero caminar junto a los ríos. Espera, no. Es aburrido. No quiero contemplar nada. Quiero querer algo en lugar de no querer nunca nada. Quiero emborracharme. Me termino los vodkas, me levanto y voy al vagón restaurante. Compro una Heineken en miniatura y otro vodka con Coca-Cola. Me los bebo deprisa en mi asiento, cierro los ojos y pienso: nos vemos en Londres.

En resumen, es un libro que recomendaría para leer ávidamente. El deseo intenso de la palabra avidez que se aplica prácticamente solo a comida y lectura. Este libro sería un croissant de la mañana, pero uno bueno, de mantequilla.