Tras Parias ansiaba volver a ver una obra de Aranda. De mi reseña anterior se puede desprender el porqué. Y como ocurre con la literatura, aquí también prevalece el cómo lo cuenta: si nos ceñimos al argumento, tanto Vida como Parias tienen líneas argumentales que son bastante fáciles de seguir y el título se muestra como una pista. La vida en su ciclo más estudiado: nacescrecestereproducesymueres. Así, todo junto, es lo que aprendemos de memoria en el colegio y, al final, resulta el ciclo general que vivimos si pasamos todo a cámara rápida. Nos damos cuenta entonces que el resto son accesorios. Si pensamos, pues, en lo que Aranda nos muestra en el escenario, es lo de siempre, lo de todos nosotros, ¿cómo consigue entonces llegar a nuestro interior? Precisamente por la forma en cómo nos lo cuenta. Así, si alguien piensa que el espectáculo que va a ver es sencillo y apto para todos los públicos, tiene razón. Pero también es verdad que los que queremos encontrar algo más no podemos salir decepcionados: el sello Aranda está en su forma de narrar. Con una delicadeza de lámpara que cuenta, luz en medio del desdibujado recuerdo, una canasta de costura y el fin y el principio. La canasta, como la de Moisés, que trae un niño de las aguas. Como los bebés cuando llegan y los dejan a la puerta, o simplemente como cuando él, el narrador, se sentaba en días de aburrimiento a originar otros mundos.
Y también vemos algunos símbolos que cambian, como en la obra anterior el soplo de vida lo daba el calor de la llama de una vela, aquí es el aire de un globo verde. Muy verde. El símbolo nos hace ver cómo sus hijos, los pirandellianos muñecos, quieren independizarse con respecto a su creador y hasta en este microuniverso se da la irreparabilidad de la vida. Como si pudiéramos hinchar ese globo una y otra vez. En medio del juego nos hace ver la tristeza. Y la esperanza. Y la ingenuidad de nuestros momentos más expansivos.
Las manos vuelven a alumbrar. Aranda los vuelve a ver cobrar vida frente a sí y les da privacidad. Ellos se desarrollan y tienen su propia personalidad o autonomía, la ilusión de desmarcarse, de contar la simplicidad bonachona de un padre y el sueño teatral de una madre. Parece que se contara a sí mismo, que salieran títeres en vez de recuerdos. Algo de magia se cuela en el instante en que toca un accesorio y lo mueve… yo estaba en la silla esperando cuál sería el objeto tocado, de qué forma cobraría vida…
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