martes, 27 de febrero de 2018

Hesperia

Quién me diría que iba a tener al jardín de las hespérides al lado de mi casa.
Con sus frutos dorados y su inmortalidad.
Envidia de Machado. Duda de Gombrowicz.
Lugar que ya quisiera Bernhard para sí.
No es el espacio, cualquier espacio puede sorprender,
guardarse algo para más tarde.
Si yo soy una hespéride, tampoco me fiaría de mi,
haría falta otro guardián.
Y todo esto al atardecer, al atardecer todos los frutos son dorados.
Ese es el truco.
La inmortalidad ya no importa.

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