viernes, 19 de abril de 2013

Algunos apuntes sobre mi

Cuando era niña me gustaban las historias de santos y sobre todo mártires. Me producía mucho morbo, curiosidad, admiración, una mezcla de todo; al leer las historias de las vidas de estos santos mártires, sucesos paranormales, mutilaciones, ubicuidades y olor a rosas desprendido del cuerpo tras la muerte. También me fascinaban las noticias de accidentes en las columnas de 'Sucesos' de los diarios. Leía a los clásicos, Dostoviesky, Charles Dickens, algo de realismo mágico (leí por primera vez 'Cien años de soledad' a los doce años), hermanas Brontë y recuerdo que también un libro llamado 'El Premio Nóbel' de Irving Wallace. Era esa época cuando me encerraba y pasaba horas tirada en mi cama leyendo. Bueno, eso continuó en mi adolescencia, pero hacia vertientes un poco más existencialistas (Camus y Hesse en particular). He recordado ahora, que estaba leyendo un libro para clase de valenciano, cómo cuando era niña y leía libros más 'argumentales' en los que la historia era lo importante, me solía leer el final cuando llevaba más de la mitad del libro leído y después de leerme el final retomaba la historia desde donde me había sobrepasado la curiosidad. He hecho lo mismo ahora, con el libro en valenciano y me he acordado...

Los peces y los pájaros me gustaban por igual. Pero más que nada los de colores. Aún ahora me gustan los peces y pájaros por igual. Entre perros y gatos siempre he sido más de perros. Cuando pienso en los animales, pienso en sus distintas capacidades para percibir los colores.

Siempre he prestado mucha atención a lo que ocurre en mis sueños. Creo que he llegado a entender el lenguaje que aparece en ellos, o que utiliza mi subconsciente en ellos. Por ejemplo, hace poco alguien en clase de francés dijo que era músico. Esa noche soñé que esa persona no tenía manos, que las había perdido y tenía en cada puño un muñón. Mi interpretación del lenguaje de mis sueños es que al no saber yo qué instrumento tocaba le había cortado las manos. Una forma de poner un signo de interrogación en esa parte del cuerpo. Cuando era niña no tenía miedo antes de dormir, nunca tuve miedo de monstruos nocturnos... sin embargo sí que tenía miedo de los monstruos del sueño. No aparecían debajo de mi cama, no tenía miedo de la oscuridad cuando estaba despierta. Sólo cuando estaba dormida. Hasta que no llegué a los 12-14 años no dejaron de molestarme todos esos monstruos que me hacían cosquillas en la espalda.

Hablando de lenguajes, cuando hablo en otros idiomas hago increibles circunloquios. No me pasa en castellano, suelo ser más sintética cuando hablo. Pero en otros idiomas doy vueltas alrededor de una idea que se queda colgando de mi boca y a la que le pongo un punto en el momento en que me canso, tras utilizar muchas palabras comodín. Como si cortara un hilo que se queda fuera de mi boca, muy mal, muy desagradable todo eso.

Durante mi infancia añoraba haber tenido una hermana gemela, y digo 'añoraba' porque lo vivía como una pérdida. Supongo que era por la soledad que sentía muy pesada y creer que con una 'yo' casi clonada iba a no sentirme de esa forma; buscaba escapes a esa soledad, pero siempre en modo fantasía. Como fantasía menos fantasiosa imaginaba haber tenido hermanos mayores y no menores, porque los menores no servían para nada. Ser adolescente mientras tus hermanos son aún infantes no es nada agradable. Se siente doblemente duro el paso de crecer y vergüenza ante ciertas vivencias de madurez.

También detestaba a los bebés. Era un sentimiento muy incómodo y muy inapropiado, a veces. Era un impedimento para sentirme normal en algunas circunstancias, como cuando la gente se arremolinaba en torno al bebé de alguien. Como si fuera obligatorio decir algo bonito o sentir algo tierno, etc. Ahora esto ha cambiado, cosa que no creí que pudiera suceder, así, de repente. Aunque no voy a decir 'tan de pronto' porque han pasado treinta años. Creo que en esas épocas envidiaba al amor. O sentía odio y rencor por la existencia del amor. O era que no soportaba la idea de mi soledad.

La sensación de sentirse amado siendo un adolescente debe ser algo muy bueno, supongo. Algo que nunca podría llegar a conocer, como los colores que ven las mariposas y que nuestro cerebro nunca reconocería. Así que no puedo sacar la conclusión de que no hubiera tenido preocupaciones de soledad, etc. Ahora, esos sentimientos (de sentirse querido) creo que no son tan importantes. Por lo menos para mi, a partir de los diecinueve años, más o menos, ya no lo eran. Como si hubiera pasado el momento para ello.

A los diecisiete me hice llamar infausta, por mi dirección de email (eran los primeros tiempos del correo electrónico). Poco después desarrollé mi filosofía: "la realidad es la que uno quiere que sea". Pero quizá, mi verdadera filosofía de vida apareció mucho antes... y cuenta la anécdota (que yo no recuerdo, pero quienes participaron de ella, sí) que tenía unos tres años cuando pedí salir al parque sobre las siete u ocho de la tarde. Mi madre, rodeada de unas monjitas a las que había ido a ver, me dijo: "no, ya es muy tarde ¿no ves que los niños no salen a estas horas al parque?", a lo que dicen que yo respondí: "yo no quiero ser esos niños, quiero ser yo. ¡Déjame ser yo!". También dicen que lo dije bastante indignada y enfadada. Algo que les quedó grabado y siguieron recordando muchos años después.

Gombrowicz, es el autor del cual hago la tesis, habla de esta autoafirmación en varias partes de sus Diarios. Es uno de los temas principales, una de las aristas de su ideario fundamental. Dice él: "No he escrito ya en este diario que en ese 'yo quiero ser yo' se encierra todo el secreto de la personalidad, que esa voluntad, ese deseo, es decisivo para nuestra actitud ante la deformación y hace que ésta empiece a dolernos? Aunque las fuerzas exteriores me amasen como una figurita de cera, seguiré siendo yo mismo mientras sufra por ello y proteste contra ello..."



"a estas horas los niños ya no salen al parque..."