domingo, 18 de junio de 2017

País de Jauja

Inicio mi trilogía de novelas peruanas con la de País de Jauja de Edgardo Rivera Martínez. Esta novela la leí en mi adolescencia y la tenía primera en mi lista de libros para releer cuando acabara la tesis, y fiel a mi programa lo he cumplido, no sin satisfacción (y entretenimiento, que se agradece tras años de lectura académica). Jauja es una ciudad serrana en Perú, de la que sólo he visto fotos de mis padres, aún novios, posando en campos de quínua. Mi madre asegura que le recuerda a Suiza en sus paisajes, llenos de flores. Mi padre es más prosaico en esto y afirma que la ciudad es como cualquier ciudad de sierra, no rescató los recuerdos de la misma forma que mi madre, que se acuerda hasta de la iglesia principal, según ella muy bonita. Pero Jauja es conocida por los españoles gracias a la expresión: "esto es Jauja", para referirse a algo muy bueno. En Perú, ciertamente, no la utilizamos y sólo nos viene a la mente la ciudad andina. Pero, en una fácil indagación cualquiera puede averiguar que Jauja era la tierra de los xauxas en época incaica, rivales de los famosos incas y que se aliarían con los españoles en contra de sus enemigos. Gracias a esto, los jaujinos recibieron un trato especial y no estaban obligados a realizar todo ese caro sistema de tributos y esclavitud al que se vieron sometidos el resto de ciudadanos aborígenes. Es por ello que en la mente de los coetáneos, Jauja, si bien no llegó a ser la capital peruana como algunos conquistadores tuvieron en mente, significó solaz y esparcimiento, además de plenitud. A raíz de este hecho surgió la leyenda. La leyenda a la que me refiero es la del país de Jauja mítico, de bonanza y diversión... ésta se ve reflejada en la obra pictórica de Brueghel el viejo, por ejemplo, que en 1567 representó esa visión de Jauja en su óleo País de Jauja:

Pero no sólo inspiró al artista brabanzón, sino que también daría pie a que pensadores y escritores franceses lo utilizaran como motivo alegórico en algunos de sus razonamientos. Es el caso de Voltaire, quien defendería la postura de una utopía holística muy en consonancia con la leyenda de Jauja, además de citar al Dorado en Cándido también se haría del mito de la tierra de bonanza, del país de Jauja. Voltaire sería uno de los defensores del mestizaje, de la reciprocidad y de la integración de culturas, en este caso, las que venían de los indios de América; añadirían un valor positivo para el francés.
Por último menciono la leyenda de este dorado "país" como inspirador hasta para la construcción de cuentos infantiles. Es el caso del libro de Franciso Segovia, autor mexicano, quien adjuntaría imágenes del dibujante lituano Kestutis Kasparavicius. 
Con todo esto detrás, la novela de Edgardo Rivera Martínez, aún añade muchos puntos interesantes. Así como Voltaire rescataba la integración para la vivencia armónica, aquí se dan los contrarios en un juego de contraste a todo lo largo de la novela. Es País de Jauja una Antígona de Sófocles a la serrana, una historia griega andina, una melancólica Arcadia:

Pensabas en ello de modo intuitivo, y quizá adivinabas que se repetiría muchas veces, a lo largo de tu vida, esa asimétrica dualidad de tu adolescencia, que en buena cuenta era la de tu situación familiar y social, y aún quizá la de tu destino. Dualidad comparable, desde otro punto de vista, a la de la música andina y de la música europea, de los cantos de puna y las sonatas de Mozart. Y en ella se alternaban y entretejían la melodía pura y límpida, de la jovencita andina, flor de rocío y de la escarcha, y la otra, en deslumbrante desarrollo, de la hermosa enferma del Sanatorio Olavegoya. 

Es todo lo dual, lo que representa esta novela, pero sobre todo una cuidadosa sinfonía mestiza. El protagonista es un adolescente (a medio camino del adulto y del niño) que toca el piano y piensa en huaynos y yaravíes. Su búsqueda del amor es, asímismo, polifónica. Y en este contexto se integra también el panteísmo en los montes y ríos, en la naturaleza toda. La secta secreta de Fox Caro trae el esoterismo de otras novelas como ocurre con el Cuarteto de Alejandría, que se ven envueltas en un halo de clandestinidad. Pasa con La montaña mágica, también, en estas novelas hay una especie de "sótano" metafórico, el sótano de la novela en la que se reúnen los personajes para fabular en torno a misticismos. Hablando de La montaña mágica, aquí también hay un sanatorio. Jauja era la ciudad a la que los tísicos iban a curarse los pulmones. Otra coincidencia con la obra emblemática de Thomas Mann. También es el Ulises de James Joyce una pieza que rezuma esoterismo, como he hablado en la entrada anterior. Aquí, en la novela de Edgardo Rivera también se trata la metempsicosis y se alude a ella directamente, vuelve una y otra vez la transmigración de las almas con el pensamiento de Claudio, el protagonista, preguntándose si sus tías al final se reencarnarían en aquellas flores de puna, o en la sullahuayta...

Todo en País de Jauja tiene su contraparte. Los nombres de los personajes es como si tuvieran su equivalente griego. Se va abriendo de esa forma un submundo para Claudio, en el que empiezan a formarse paralelamente a la realidad una serie de relatos que poco tienen que ver con la cotidianidad que se le presenta y que van difuminando los límites de lo que ocurre y su imaginación. Se alimenta de su lectura de la Ilíada y va asociando personajes mundanos con semidioses y criaturas mitológicas. Pero también hay un fuerte componente de tragedia, como en el teatro griego. Aquí los símbolos y los recuerdos son lo único que almacena lo más triste de la historia: la amatista como piedra de augurio de un destino fatal que Claudio debe descifrar, las tías hablando como oráculos, "memorias afiebradas que evocan incansables una edad de oro", como las gorgonas que jugaban con un solo ojo y que ayudaron a Perseo en su búsqueda de Medusa, las tres gorgonas brujeriles y ciegas. Euristela e Ismena como las gorgonas hablando a eco. Se las compara en la novela con la sibila y con Casandra, las tías de los Heros pertenecientes al Reino de los muertos de la Eneida y de la Odisea, jugando con este estado "crepuscular" de las viejas. Es relevante que a Euristela también se le llame Eurídice. Como en el mito de Eurídice hay un pacto irresuelto con el "no mirar atrás". Las ancianas son unas sibilas del pasado, fragmentándolo y evocándolo. En el mito de Eurídice es Orfeo quien da la espalda cuando está a punto de obtener el rescate de Eurídice y salvarla del reino de los muertos. No mirar atrás es la premisa desobedecida, pero una premisa que ya habíamos oído antes, ¿en la Biblia puede ser?, efectivamente, en el episodio de Sodoma y Gomorra la mujer de Lot se gira y se convierte en una estatua de sal. Siempre hay un castigo para el que mira atrás. Claudio es el Orfeo de la historia, con su piano en vez de su lira, y al darse vuelta y recibir el anillo de amatista está recibiendo el pase, como el portador de algo fatal. Pero así no es la sensación que nos deja la novela, más bien nos deja un sabor a bueno, a tranquilidad y a campo, con el punto de su amada jovencita inocente. A ella no le regalaría una amatista...

El rasgo que yo más rescataría del carácter de este protagonista es su nomatofilia, ese amor y obsesión por los nombres, prueba de que a veces puedan, ellos solos, originar historias paralelas.

viernes, 16 de junio de 2017

Bloomstrain

Hoy recordé uno de mis símbolos de juventud: el Ulises de James Joyce. Estuve muchos años obsesionada con la forma de contar de esa novela... hasta llegué a preparar una exposición para una clase de literatura del siglo XX en la Universidad, con mapa de Dublín que señalaba el recorrido de ese 16 de junio incluido. Y conste que la novela era a nuestra completa elección, pero yo quise complicarme la tarea deliberadamente. Fue uno de mis retos (querer embarazarme o hacer el doctorado serían retos posteriores). Aquella primera lectura fue motivada en parte por esnobismo juvenil, pero acabó por absorber mis fantasías y pensamientos cotidianos: me levantaba y acostaba pensando en el bendito libro. Memoricé sus frases emblemáticas: ineluctable modalidad de lo visible... y hasta terminé viajando a Dublín (y no encontrando gran cosa, salvo placas en el suelo, alguna estatua y un museo en el que adquirí un imán para la nevera con la cara de Samuel Beckett). Quién diría que la obsesión me duraría hasta años más tarde, cuando en 2011 entregué una tesina de Máster que sería mi adaptación dramatúrgica del Ulises. Pero, oh sí, en su versión más esotérica.

Ineluctable modalidad de lo visible, pensaría el entrañable Stephen Dedalus en mi capítulo favorito del Ulises, cuando, frente al mar, esboza aquella teoría de la transmigración de las almas, la metempsicosis. Tanto él, como su padre consustancial Leopold Bloom, vivirían un día de coincidencias en ese fluir de almas errantes, como en el poema de Dámaso Alonso que encierra toda esa vida de repeticiones en el cosmos divino. 

jueves, 8 de junio de 2017

maría elena es nombre de bolero

Si bien Malena es un nombre de tango, no es menos interesante que María Elena sea nombre de bolero. Si muchas son las novelas en las que el autor se esconde tras su protagonista, a veces un alter ego de nombre no coincidente con el de quien escribe, la mía puede ser la historia de mi nombre representando un carácter completamente ficcional.