viernes, 13 de julio de 2018

De demonios y lecturas

En el Palau de les Arts



Final del espectáculo



Gracias a una invitación de Jorge de Frutos pude asistir al Palau de Les arts de Valencia a La condenación de Fausto de Berlioz. Ópera francesa que ha sido montada por italianos en esta versión y que podemos decir que nos sumerge en un limbo-purgatorio durante gran parte de la obra. El blanco escenario que envuelve a Fausto nos recuerda a un sanatorio, al igual que el sanatorio del maestro en El maestro y Margarita de Bulgakov. Así, pues, mi subconsciente me llevó a releer esta obra magna, por asociación de ambiente y de espacio. Tal es así, que en un primer momento realmente pensaba que el decorado sugería la asepsia de un hospital psiquiátrico: las entradas y salidas de los asistentes que colocan los objetos en el escenario se me antojaban enfermeros que con su silencio trabajan junto a los enfermos mentales. Fausto al inicio de la ópera está agobiado y toda su tristeza nos remite a momentos fracasados de su vida y a la nostalgia. Más tarde aparecerá Mefistófeles para darle poderes: mujeres, amor, satisfacción... Pero volvamos al Purgatorio, con esa permanente escalinata superior con personajes sentados rodeados de velas tras una sábana, que nos hace encuadrarnos como otras almas en pena frente a ellos. Esto no variará hasta el momento final de la ópera. Siguiendo con el otro sanatorio, al que me hizo volar la mente con ese decorado expuesto, pienso que no es coincidencia que Bulgakov llamara Berlioz al personaje decapitado que servirá de primera roca que escupe el volcán antes que bañe toda la lava, en El maestro y Margarita. Y así, como lava, son los sucesos que empiezan a atropellarse por culpa del séquito de Satanás, alias, Voland.

De izquierda a derecha en ambas imágenes: Kropotkin, Popota y Voland





Mefistófeles, el de Fausto,  es uno de los demonios divertidos y burlones. Por el contrario, Voland equivaldría a un Satanás. En su séquito también hay bufones (el gato negro “grandísimo como un hipopótamo”, Popota) y otros emisarios (Kropotkin/Fagot, el alto delgaducho de los impertinentes y traje a cuadros, Asaselo saliendo del espejo con su pelo rojo, sombrero hongo y colmillo; y en momentos de extra hasta aparece Abbadon, inexpresivo). Más que el maestro y su amada Margarita, son estos demonios los verdaderos protagonistas de la novela de Bulgakov. Si quisiera resaltar un rasgo en particular no sabría decidirme entre la audacia de su pluma y un humor especial, no empalagoso, difícil de hallar en novelas de peripecia intrincada, en la que no dejan de sucederse malentendidos y desórdenes producto de la magia de los secuaces de Satanás. Es el príncipe de las Tinieblas mismo quien ha decidido visitar Moscú, agitando a toda la estructura de escritores ateístas y escépticos. Incluso manifestándose, las autoridades intentarán transformar los hechos dándole una interpretación racional. El epicentro de la acción sucede en un teatro de Varietés, en el que los diablos ofrecerán un espectáculo de magia negra. Aquí la gente sucumbirá ante la típica trastada demoníaca de verse engañada y que por codicia acaben haciendo el ridículo. 

Tantos nombres demoníacos me hacen  buscar el Diccionario Infernal de Collin de Plancy. Esta obra traducida al castellano en 1842 y con cita de Plutarco en la que dice que los hombres supersticiosos temen hasta los sueños... ya me va dando una idea de la cantidad simbólica que puedo encontrar aquí con respecto a mi propia cosmogonía (en dicho diccionario hay una entrada sobre Voltaire, en la que se le considera como uno de los demonios encarnados precursores del Anticristo. Esto para quienes sepan lo de mi sueño demoníaco, puede ser un dato a tener en cuenta). Y lo que encuentro, además de este tipo de datos, no es poco: el truco que aparece en El maestro y Margarita, en el teatro de Varietés, cuando regalan rublos a los asistentes, figura como ilusión típica demoníaca en este diccionario: los billetes que se transforman en papel es asunto recurrente en lo que se refiere a los demonios.  Otra entrada que busco en el diccionario es el nombre Margarita, ya que, como sospechaba, es un nombre típico de mujer que es seducida por demonios: han habido muchas Margaritas, además de la de Fausto y la de Bulgakov, por tanto, no es baladí el nombre. 

Como digo, lo que encuentro no es poco, es más, hay entradas muy divertidas, como la de la Simpatía: “Los supersticiosos miran la simpatía como un milagro cuya causa no se puede definir. Los fisonomistas atribuyen este acercamiento mutuo a un atractivo recíproco de las fisonomías. Hay rostros que se atraen los unos a los otros, como los hay que se repugnan, según dice Lavater. La Simpatía no es otra cosa que hija de la imaginación. Una persona os gustará a primera vista porque es la fantasma que vuestro corazón se formaba cuando vació. Vense en un mismo momento dos mujeres, la una la más fea, os agradará tal vez, al paso que os repugnará la más hermosa”.

Sin embargo, al buscar el nombre de Poncio Pilatos, lo encuentro en el diccionario, pero no aporta mucha información relevante, más que el dato de una leyenda que cuenta que al asomarse a cierta colina puedes ver su aparición. Es Pilatos un personaje clave en la novela de Bulgakov, ya que se trata de la obra que escribe el maestro y que se nutre de algún tipo de inspiración divina. En ésta, Pilatos acabaría por ser un fan de Jesús (Joshua) y que daría muerte al propio Judas para exacerbar la fama del profeta. La forma en que Bulgakov nos presenta a las almas torturadas por sus pecados en vida también es particular, sobre todo al adelantarse al Papa de ahora, quien dice que hay algunas almas que simplemente dejan de existir. Algunos se desvanecen, otros descansan y otros se quedan repitiendo una pena en bucle hasta que alguien los pueda liberar, por piedad. Pero lo curioso de esta novela es que los demonios manifiestan rasgos muy humanitarios, son capaces de premiar, reprender, divertirse, ser amables y tener favoritos y menos favoritos. Margarita es una bruja seducida por ellos y tratada estupendamente. El maestro también es tratado de forma excepcional, hasta le recuperan sus textos y no le profesan ninguna frase despreciativa como a otros personajes de la obra. Quizá por eso llevan sus nombres en el título, aunque los verdaderos protagonistas sean los demonios. 

Háry János con Pedro Negro




Una característica típica demoníaca que también aparece en la obra de Bulgakov, así como en la ópera de Berlioz, es la capacidad de transformación del demonio. Se podría decir que es uno de sus rasgos principales, además de ser ilusionista, ser la mutación encarnada, el disfraz. En La condenación de Fausto vemos a un Mefistófeles que se transforma de caballero a serpiente, con un traje de cola larga y pintado de verde. Las cámaras nos dejan ver este artificio tras bastidores y cómo incluso siendo retocado y maquillado por unas asistentes sigue con su actuación de pícaro y showman. En la obra de Bulgakov los demonios tienen también una forma de cara a los hombres, para pasar desapercibidos (menos el gato, que plantea un poco la confusión, pero incluso éste, cuando desconcierta demasiado, se convierte en humano con aspecto felino) y una forma más oscura cuando salen del plano terrenal, jugando con la quinta dimensión, que llaman en la obra. Es en otra ópera, una húngara de Zoltán Kodaly, donde tenemos al personaje de Háry János que también hizo un trato con un demonio disfrazado de compañero en los húsares, uno llamado Pedro Negro, que cuando intercambian cuerpos para que el protagonista no sienta dolor en un castigo militar, se ve la verdadera forma de este demonio, más poderosa. Apariencias suavizadas para pasar desapercibidos, los demonios cuando se descubren son sombras negras o tienen garras o aspectos más monstruosos y definitivamente más amedrentadores. En el Diccionario infernal que comentaba de Plancy hay una entrada en la que se cuenta una leyenda que sigue un esquema parecido a la historia de Fausto: un hombre aquejado por las deudas se ve tentado de aceptar el trato que le ofrece un demonio: darle a su próximo hijo, siendo que ya tiene otros cinco, y a cambio tendría la granja hecha y dispuesta para sacar beneficios económicos. Estando los demonios trabajando en acabar la granja, el hombre se arrepiente al ver la verdadera forma de estos seres. Más tarde, su hija sería seducida por el demonio en forma de joven, que en algún momento dejaría ver su verdadero aspecto de ser maligno. Esto es, los demonios tienen la capacidad de disfrazarse de hombres comunes y corrientes para acercarse a los hombres, pero ocultan un aspecto temible.

Con esto último saco alguna conclusión interesante: Bulgakov utiliza uno de los símbolos del cristianismo, la transfiguración de Cristo, como forma final para la anécdota de los demonios, despedida evocadora. Es totalmente adecuado, ya que el demonio se sirve siempre de la subversión de elementos cristianos para hacer de ellos una parodia. Y cuando los del séquito de Voland se retiran de la Tierra, van con unas formas más dignas, más lejanas, serenas...que dejan de lado sus rasgos caricaturescos.
Por otro lado, mi intención ahora es seguir las pistas con una novela que tengo pendiente: Abbadon, el exterminador, de Sabato.