sábado, 10 de septiembre de 2022

Libro del desasosiego again

 


Qué bomba es este libro en las manos de un adolescente melancólico, ahora lo veo mucho más claro que cuando era una joven cioranesca. Y es que en la soledad todo se vuelve sublime, la soledad es la bandera del incomprendido, del que se siente no pertenecer. Releer el Libro del desasosiego viene a ser una dosis de almíbar, había olvidado el sabor, me había quedado sólo con el contenido, que era el contenido mismo de mi sentir en aquella época, pero había olvidado este azúcar que contiene en sí la melancolía, la parte dulce de esa tristeza. Decía de la soledad... es el telón de fondo de las capas de sentimientos que se superponen en este libro, esta soledad es el sentimiento que marca al que se siente un paria, un fuera de lugar, como el Pessoa de la portada, tan vídeo icónico de The Verve, mientras el resto pasan frente a él y alguno le da un empujón o un codazo, pero Pessoa está ahí, caminando, un pie delante del otro, con su cigarro apagado en la boca, vacilándoles, porque va a su tienda de tabacos favorita a inspirarse un poquito.

Dios me ha creado para ser niño, y me ha dejado siempre niño. Pero ¿por qué dejó que la Vida me golpease y me quitase los juguetes, y me dejase solo en el recreo, estrujando con unas manos tan débiles el babi azul sucio por las lágrimas frecuentes? Si no podía vivir sin afecto, ¿por qué tiraron a la basura mi cariño? Ah, cada vez que veo en la calle a un niño llorando, a un niño exiliado de los demás, me duele más que la tristeza del niño el horror desprevenido de mi corazón exhausto. Me entrego con toda la estatura de la vida sentida, y son mías las manos que retuercen la punta del babi, son mías las bocas torcidas por las lágrimas verdaderas, es mía la debilidad, es mía la soledad, y las risas de la vida adulta que pasa me pesan como luces de cerillas encendidas en la rugosidad sensible de mi corazón.

El narrador es Pessoa, el semi heterónimo de Pessoa, Bernardo Soares, creo recordar, una mezcla entre el verdadero Pessoa y el protagonista de Un homme qui dort, de Perec, un ser que siente que ya ha pasado su momento y ni siquiera lo intenta, como un tercero en el equipo de Vladimir y Estragón, que también llegó tarde para saltar de la torre/puente. Y no quiere levantarse de la cama. Para qué.

Voy a ser juzgado en cada hoy que exista. Y el condenado eterno que hay en mí se agarra al lecho como a la madre que perdió, y acaricia la almohada como si el ama lo defendiese de los muchachos.

Lecho para el protagonista aúna dos matices diferentes de la acepción más común de la palabra lecho (cama): es lecho de muerte y lecho en el que yace el que descansa o se predispone a dormir. Cuando se usa esta palabra es inevitable asociarla al lecho del que muere y los escritores no dudan en utilizar esta ambivalencia o reverberancia, juegan con ella, como Cortázar en su cuento El río, que también se sirve de la polisemia para el símbolo de la muerte y la cama, dejándonos confundidos. Pessoa está describiendo a un ser muriente, más que a un ser viviente, es por eso que quien se aferra al lecho lo imaginamos enterrado, queriendo preservar su estado opuesto a la vida, el de la inconsciencia, al menos.

Dormir, estar lejos sin saberlo, estar distante, olvidar con el propio cuerpo; tener la libertad de ser inconsciente, un refugio en un lago olvidado, estancado entre árboles frondosos en la vasta distancia de los bosques.

He escrito lo de arriba antes de leer la cita que acabo de poner. Es decir, me he adelantado y he utilizado la palabra "inconsciencia" antes de leerla, lo cual me indica que voy por buen camino, que mis interpretaciones son correctas. Tanto en Silogismos de la Amargura, como en esta obra tenemos un yo lírico que se derrama por todos lados en romanticismo triste, haciendo de la tristeza, soledad, y alienación los estandartes de los olvidados. Esta edición, tan práctica, casi de bolsillo, que parece una Biblia portable, con marcapáginas de cinta, la trae Pre-textos, me gusta porque es cómoda y la puedes tratar como una pieza de consulta: se puede leer aleatoriamente, saltar de un lado a otro y cada fragmento es un cosmos en sí mismo que te orienta hacia la clave...que es el individuo que piensa consigo mismo y que se rompe para poder enseñar las aristas que contiene.

Al menos, he sido siempre un extraño. Entre mis parientes, igual que entre conocidos, he sido siempre considerado como alguien de fuera. No digo que lo haya sido, siquiera una única vez,  intencionadamente. Pero lo he sido siempre por una actitud espontánea de la media de los temperamentos ajenos. 

Siempre he deseado agradar. Siempre me ha dolido la indiferencia ajena. Huérfano de la Fortuna, tengo, como todos los huérfanos, la necesidad de ser objeto del afecto de alguien. Siempre he pasado hambre de la realización de esta necesidad. Me he adaptado tanto a esa hambre inevitable que, a veces, ni sé si siento la necesidad de comer. 

Con esto o sin esto, me duele la vida. 


He sido siempre un extraño nos remite al personaje Harry Haller de Herman Hesse. La incomprensión, el detallar su poca conexión con los congéneres, recuerda la confesión del protagonista de Memorias del subsuelo de Dostoievsky. El hecho de su extranjería en el mundo de los humanos, conecta directamente con El extranjero de Camus. Pero sobre todo es el Álvaro de Campos de Tabaquería: el que siempre esperó a que le abrieran la puerta junto a un muro que no tenía puerta. Porque lo que anhela Bernardo Soares y el mismo Pessoa, o en todo caso, el yo lírico del poema que (también) es el Libro del desasosiego es pertenecer, ser reconocido; hay mucha esperanza, tal cual la había en Camus también, una esperanza desesperanzadora, pero es que el sufrimiento viene por la esperanza, ya que el que nada espera no puede ser defraudado, y todos estos escritores lo saben y se nutren de ella, de la esperanza.