lunes, 10 de noviembre de 2014

Lilith, pesadillesco y otros demonios

Este fin de semana para mi ha sido pesadillesco.

Primero, cuestiones laborales que me hacen pensar en mi gran torpeza no apta para este mundo (siempre sigo siendo el albatros de Baudelaire).

Luego, lo otro. Y lo otro.
El segundo otro se refiere a mi baja autoestima. No caer bien es algo que me pesa y me tortura.

Pero el primer otro es lo más importante de todo.
No voy a entrar en detalles irrelevantes. El estado de la cuestión me tiene sin cuidado. Sólo me importa poder explicar la sensación que considero importante.

Cuando alguien atesora algo
cuando algo es casi sagrado
y uno lo guarda

sólo puede ser compartido con quienes no representan una amenaza
con quienes uno quiere o estima
o siquiera tolera

pero jamás con gente a la que uno odia
pues la persona a la que odiamos nunca será digna
uno preferiría que desconocidos (sean como sean) tocasen ese algo
pero jamás y por nada del mundo uno a quien odia

El que odiamos mancilla nuestro tesoro
su imagen se nos repite profanando lo que amamos
esta imagen es una imagen Grotesca:
con toda su chapucería de cuerpo entero
esos dedos regordetes acostumbrados a lo más burdo
esos ojos prosaicos y mal dibujados, posándose en lo que queremos
es una pesadilla
y no lo podemos aguantar.

Si este algo es un autor y sus versos, una pieza musical que para uno es sublime (y en la que nos hallamos), o una obra de arte que nos extasía... el choque de lo grotesco en nuestra mente nos genera arcadas.
Esa persona a la que odiamos no es digna de profanar tan altos y preciados tesoros.
Podemos llorar, es legítimo y sensato.

Este finde ha sido espantoso. Pesadillesco. Lilith me daba miedo, pero las profanaciones de mis tesoros amados es una de las más altas infamias que he podido sentir. Mucho más que el hecho de que se me pise a mi.

Lilith me das miedo
Pero no quiero cambiar.
Me pensarán desquiciada, exagerada o muy extraña por dar tanto valor a una (falsa) fruslería.
No lo es.
Nadie me dicta qué es lo que importa y qué no.
Reniego a cortarme este lado sensible en el que atesoro lo stendhálico.


domingo, 9 de noviembre de 2014

Quínua

En Perú hay una leyenda que cuenta que si comes quínua los ojos se te pondrán azules y te volverás "gringo" (rubito, blanco).

Así a los niños de hace dos generaciones les incentivaban para que se la comieran.
Ellos entonces, comían la quínua esperando un cambio milagroso de raza.

A mi mamita Alicia se lo decían, ella era de Otuzco.


He soñado con quínuas y huevos fritos.