miércoles, 27 de junio de 2012

El animal más veloz no alcanza a descansar debajo de su sombra

Cuando empezó a inquietarme la cuestión del tiempo, le pregunté a mi padre cómo pasaba el tiempo para él. Por entonces sabía que si convivíamos en el mundo personas de todas las edades tenía que ser por algo, por ejemplo, para que nos recordaran con su sola presencia que también llegaríamos al estadio en el que están ellos. Es algo tan obvio, pero era muy difícil intentar absorber esta problemática por nuestra cuenta. Por eso le preguntaba. Y mi papá respondía que cada vez pasaba más rápido.

Yo recordaba siempre esto que decía mi padre. Y lo recordaba como algo ajeno a mi. Para una persona de siete años el tiempo de verano a verano se hace infinito. Yo esperaba las Navidades y el verano (que en Lima se daban juntos) como algo que llegaba tras duras penas (las del colegio). Y un día se hacía excesivo, una hora de clase se hacía infinita. En la universidad las horas no se hacen tan infinitas como en la época de colegio. Y no porque las clases sean más divertidas, sino porque nos queda menos tiempo, cada vez más cercanos a lo que decía mi padre.

El tiempo no pasa para todos por igual. Recuerdo cuando iba a pasear al parque con mi mamita Alicia. Tenía tres o cuatro años. Íbamos cada una con nuestras cestitas de colores, iguales pero la mía más chiquita. Al volver comía y me daba de comer a la boca por simple pereza mía. Recuerdo un ladrón que le robó la cartera una vez. Vino y se fue corriendo, creo recordar su ropa, pero no estoy segura de si es parte de la reconstrucción que he hecho en el transcurso de mi vida. Yo podría ser otra persona y pasear con esa niña en el parque. Y la niña que fue mi mamita Alicia podría ser otra persona que la que paseaba conmigo. Tenemos recuerdos que podrían ser de otras personas. Hasta qué punto es éste el cuerpo que tengo si luego va a secarse y hacerse tan diferente. ¿Es porque es el que tengo “ahora”? ¿Cuál de todos los cuerpos y rostros que he tenido y tendré será el que me defina, el que tenga que ver más conmigo? ¿Debo presuponer, pues, que hay una esencia o más de una? ¿Y entonces es el cuerpo el que delimita la persona que soy? ¿Hay estados en los que se mantiene la persona en dos momentos físicos diferentes? ¿Hay alguien que siga siendo la misma persona que cuando medía menos de metro y medio? El tiempo presente antes, cuando paseaba por el parque, podía ser aprehensible y ahora, como revelan estas interrogantes, no lo es.

Es fácil responder ligeramente a este tipo de preguntas, como por ejemplo, a la de si es el cuerpo el que delimita a la persona que soy, se puede decir muy precariamente: “no, es tu mente”. Pero la mente también se ve variable con el transcurso del tiempo y muchas veces renegamos de quienes fuimos precisamente por culpa de nuestra mente. Podemos coincidir en que hemos sido muchas personas, ya que hemos tenido muchos cuerpos, muchas caras y muchas mentes. Todo este tema adquiere una gravedad de pesadumbre si es que no vemos un hilo conductor entre estas esencias (esencia como la del perfume, la gota de concentrado de cada una de nuestras etapas). O depende de cómo nos lo tomemos. Persona significa máscara. Esto de ser varias personas puede ser algo muy circense y danzarino; es muy aburrida la inmutabilidad. Así, nos reconciliamos con el tiempo.


Lo que no se nombra es el título


La línea delgada que te arrulla en la fiebre.
Un Cristo tumbado en el suelo para ser adorado.
Un enano con gafas en el autobús.
El sudor de la mano que estrecha a la tuya.
Un centro comercial que se está arruinando.
Mirarse los pies con un desconocido en el ascensor.
Cualquier libro comido por polillas.
Una colección de fotos tamaño carnet que parece retratar distintas personas,
pero es la misma.
La aparición del Presidente de la República en todos los canales.
El olor a pimienta en perfume de varón.
Cualquier retrato de Dios con barba, un triángulo sobre su cabeza y dentro del triángulo una paloma.
Shostakowicz cuarteto de cuerda número 8.
Los muñecos de yeso que representan duendes en los jardines.
Una mandrágora, un jengibre, una trufa o cualquier tubérculo, seta o ser telúrico que parezca un muñón.
Las canas o calvicie en la cabeza amada.
Un gato debajo de una mesa en una cocina vacía.
Un señor en silla de ruedas avanzando lentamente, moviendo las ruedas con sus manos y recorriendo un salón amplio, solo.
La ropa de dormir de tus abuelos.
Los juegos con tiza en el suelo tipo “Rayuela” o “Mundo” en el año dos mil y algo.
Una compresa limpia abandonada en la calle.
La televisión encendida toda la noche en una habitación en la que nadie duerme.
Los huesos de pollo que quedan tras las comidas de personas adultas.
Las formas ahuevadas u ovaladas de entre todas las formas geométricas.
La neblina de Lima a las siete de la mañana en época de colegio.
Una pecera abandonada con un poco de agua muy verde.
Cualquier pez que no esté nadando.
Los sótanos y los áticos.
Un artilugio que venden en los sex shops para ponerte la nariz como la de un cerdito.
Un erizo cruzando la calle, junto a un descampado, por la noche. Un erizo, no una rata.
El parhelio cuando es llamado “chien du soleil”.
La entrada de la novia en la boda y que todo el mundo se gire.
La danza del derviche tembloroso.
Las venas en alto relieve.
Los que se sientan delante de las puertas de sus casas en un banquito o silla que han traído expresamente para ello.
La cornucopia. No sólo el referente al que señala, sobretodo el sonido de la palabra.
El soñar con manicomios o con caracoles.
El volver a una casa de la infancia y que parezca una casa de muñecas.
La frase bíblica “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”.
El olvido de cada momento sin importancia en el que retas a la memoria proponiéndote “recordar este momento aleatorio”. No se puede engañar a la memoria.
El pensamiento, que se parece a cualquier otro pensamiento diurno, mientras buceas en una piscina.
El momento nanoinfinitesimal que empuja a la normalidad con dedos de vidrio, antes de que se produzca el accidente.
Las celebraciones en las que te escondías en el baño.
La alegría de la que todo el mundo se escandaliza. La alegría sin pizca de tristeza, la de la gente vulgar.
Los momentos de ensoñación con uno mismo en los que parece que no estás solo porque te has diluido.

miércoles, 20 de junio de 2012

Anécdota y forma




Quiero opinar sobre una entrada del blog de mi amigo (aunque él no cree en los amigos) Germán Piqueras. Pero como es una reflexión un poco extensa la voy a desarrollar aquí. Creo que entiendo a Germán y ahora sé por qué subió aquellos videos de chonis leyendo sus poemas. Pero no opino como él. Yo definitivamente valoro mucho más otro tipo de poesía y no la que él defiende. Sé que cada uno podrá tener su propia poesía y que se puede encontrar poesía en cualquier lugar, de acuerdo a la sensibilidad de cada uno. Pero soy una fan de la forma. Y no puedo deleitarme con la música que salen de las palabras de un obrero que viene cansado de una larga jornada laboral, lo siento (a menos que ese obrero, tras una larga preparación, sea un maestro de la forma, por qué no). Pero reivindico el valor de la forma, de la estructura y de la disposición; de la belleza de sus sonidos más que de sus sentidos y del misterio al que juegan ocultándonos el referente. Para escuchar interesantes historias me quedo con mi abuelita. Claro, ¿qué diferencia a Juan Rulfo de la abuela o tía que le contaba las historias? Va por ahí.

Pero hay un punto en que la calidad retrocede y deja paso a la verdad: al verso aparentemente mal escrito (mal escrito ante el erudito) pero que cuenta mucho más, porque en esas palabras hay rodillas desgastadas, olor a lejía, uñas carcomidas y felicidad, una felicidad eterna por el simple hecho de escribir. Creo en esas poetisas, en esos poetas, en esa poesía. La demás me puede gustar, mucho. Pero jamás me podrá conmover, por eso alzo la figura de Poe, los goles de Rivaldo…”

Afirma Germán. Y asegura que la forma es incapaz de conmoverlo. No puedo estar más en desacuerdo, es precisamente la forma la que a mi me trastoca y me deja deseando más. Como con el juego de Joyce, o el de Celan, por citar a grandes maestros de la palabra. Los subterfugios son necesarios a veces, el símbolo y la música, la belleza, la armonía... La labor del escritor es lo que nos contaba Pavese: un oficio, el oficio de poeta. Veinte por ciento de talento y ochenta de arduo trabajo de ensayo y error, de borrar y borrar, de dominar las apetencias y centrar la razón. No dejarse llevar por impulsos, cual adolescente quinceañera que vomita en su blog. Lo siento, pero es así para mi. En la adolescente se encontrará morbo, se encontrará la anécdota, pero no la forma. No si lo que la domina es la pasión y no la escritura en sí.

Hay tipos y tipos. Está el escritor de manos Sanex escribiendo en teclado Mac, como dice Germán. Está también el escritor viejuno que tiene amigos poderosos y escribe cualquier cosa de acontecer histórico y dinerito al bolsillo. Por otro lado están los mil que quieren sentirse escritores sin la preparación de toda una vida. Es tan fácil; tan a la mano se brinda la ilusión de escritor, casi como coger un ordenador y ponerte a escupir versos al tuntún. Cualquiera lo puede hacer, ¿no? Y por otro lado estamos los que hemos estudiado largas carreras, másters y doctorados por amor a la literatura y sobre literatura y que trabajamos en cualquier cosa, por mantener vivo nuestro amor. Y quizá lo consigamos, quizá no. Pero como digo, hay tantas variedades de escritor... que lo único en claro es que los monstruos de la naturaleza vivían en, para, por, según... la literatura.

Por cierto, lo que pongo a continuación es un dibujo que he hecho en el trabajo. Es una pareidolia: se ve las cortinas (ojos), el cable de mi lámpara (silueta del perfil y nariz), el alargador con el enchufe conectado (boca):


lunes, 18 de junio de 2012

mi diario



Cuando era niña pensaba siempre en el misterio de la adultez. Y pensaba que nunca olvidaría lo que significaba la infancia. Estaba muy en el presente, aunque pensaba en el futuro, pero el futuro se veía como un plan desdibujado, mucho menos palpable que mis propios sueños de aquel entonces. Me concentré en escribir mi diario a partir de los ocho años de forma compulsiva, pero resultó ser una mera descripción de mis actividades. Lo peor es que no escribí lo que tenía en la mente por pudor a que lo leyeran en un futuro (me imaginaba que abrirían una caja perdida en una de las últimas casas en las que viviera y encontrarían el diario, y que posiblemente fueran extraterrestres, o una forma de vida diferente, cuando los humanos se hubieran extinguido o estuvieran extinguiéndose) y esto lo sé porque recuerdo exactamente cómo lo adorné y lo acartoné (por ejemplo, decía que veía en la tele Garfield y acotaba: es un gato; para que mis lectores del futuro lo entendieran y me callaba cosas que pensaba que no entenderían, todo muy convencional, dejaba puntos suspensivos y jamás, pero jamás, me pasaba de la hoja asignada, porque cada hoja tenía su propia fecha. Creo que esto impidió que me explayara profundizando en la propia cotidianidad, sobre todo cuando tenía cosas que decir), ahora resulta de tan poco valor porque debo hacer un esfuerzo complicado para recuperar ciertas sensaciones que tenía por aquellas épocas y algunas las recuerdo, como la duda que me embargaba, la que me paralizaba; no sé a qué podría pertenecer ese tipo de Duda general, si a una extraña forma de madurez mental o quiebre sentimental. La única vez que la he vuelto a experimentar fue cuando tuve mi única crisis psicodélica (sin drogas, obviamente) en Cracovia un día de nieve y luces rojas. Pero por aquel entonces, cuando apareció la Duda, tenía unos siete años y ninguna preocupación en concreto. En esta muestra que adjunto se puede ver y, además, lo del espacio de una sola hoja por día. Me gustaban las hojas, eran perfumadas, aún huelen. Me gustaba circular el dibujito que ponía sol, paraguas o nube para indicar el tiempo que había hecho. Es un texto del 91, cuando tenía exactamente nueve años.



Lo de la adultez vista por mi infancia era un pensamiento bastante particular. Quería retener la esencia de la infancia para siempre, pero no influida por historias a lo Peter Pan, no la conocía por aquel entonces o no la entendía en esa clave. No se trataba de ser niño para siempre, sino que el adulto conociera el secreto de los niños, sabía que siendo niña tenía algo valioso que luego olvidaría (ese “algo” es lo que estoy tratando de recordar). Y era simplemente que veía dos mundos enfrentados: el de los niños y el de los adultos. A los adultos los veía concentrados en cosas aburridas, muy lejanos, sentía que les faltaba algo, que no veían lo principal... Lo curioso de todo esto es que la clave la he olvidado, la esencia que consideraba primordial. Espero acordarme concentrándome más en estos temas. Aunque me temo que no pueda porque soy muy adulta.




domingo, 17 de junio de 2012

Palau el viernes

El viernes estuve en el Palau. Creo que no tengo el oído muy desarrollado porque Neikrug no me gustó demasiado. Tenía esperanzas de que descubriera en lo que se está haciendo ahora algo que me llamara la atención. El comienzo prometía, pero toda la mitad de la obra me hacía pensar que la gente se estaba aburriendo, me daba impotencia ver que yo tampoco sentía nada especial. El final fue bueno. Pero no lo suficiente para un estreno absoluto... me inclino a creer en la opción de "no se ha hecho la miel para la boca del cerdo" y que todos los plebeyos disfrutamos de Tchaikovsky, pero no podemos salir fácilmente de lo decimonónico. La música de cámara de los años dos mil se inclina a lo atonal, al desorden que nos intenta impactar en otros sentidos. Pero estamos hechos muy de melodías "bonitas" (no es desprestigiarlas, las melodías bonitas pueden ser sublimes).

Todos aplaudieron con muchísimo entusiasmo a Tchaikovsky.

viernes, 15 de junio de 2012

He vuelto

He vuelto al blog ahora que los blogs ya no están de moda
además que se trata de un momento de mi vida en el que necesito expresarme
he llegado a la treintena con las mismas ansias que llegué a la veintena
aquella época en la que escribía mucho, como los adolescentes que escriben para desahogarse
después, condené ese tipo de desahogos porque todo lo que no era académico me parecía mal

me parecía una falta de respeto para la escritura utilizarla como un desahogo
o como un escaparate

ahora me da igual, porque mis altas expectativas en cuanto a la escritura y la sacralidad que le debía ya no me importan lo suficiente
nunca me imaginé que llegaría a iconoclasta...

Es un buen momento para reflexionar sobre las nuevas tecnologías
y cómo van avanzando... tanto que incluso este medio resulta kitsch
remember
nostalgia

Quiero escribir más. Eso definitivamente.
Y puede que también sea el Facebook (ver fuera de lugar ciertas reflexiones ahí) lo que me empuje a manifestarme por otros medios. A manera de emails. Ya no le escribo a la gente. Por eso el blog. Tampoco existe gente a la que escribirle cuando llegas a la treintena (en mi caso).

Quiero compartir mis cosas favoritas. Que sea una cajita. Aunque a lo mejor termina como mi primer blog, hace diez años, el que sí tenía simbiosis y se nutría de blogs ajenos. Tenía visitas de gente que no conocía, y hasta hice "vecindario". Cuántos textos borré porque no sabía eliminar el blog. Ya no recuerdo las direcciones ni contraseñas. Para reutilizar éste también he tenido que indagar mucho porque no recordaba nada de esas claves....

Todo para justificar que esté escribiendo aquí. Quiero poner mi vídeo favorito, a ver si lo logro: