domingo, 31 de marzo de 2019

¿Por qué leer a Emanuel Carnevali hoy en día?


Carnevali es un autor nacido en Florencia en 1897. A los dieciséis años emigra a Estados Unidos. Su poesía es reflejo vivo de esta situación de migrante, a caballo entre lo americano y lo italiano y no conteniéndose en ninguno de los dos espacios. Esta ambivalencia le hace cuestionarse el rumbo que adquiere la sociedad adelantada, como cuando dice “tú eres joven y apresurada, ¿qué te amenaza, que te precipitas de ese modo, América?” Estas cuestiones las plantea en su poema “El Retorno”:

Pero con las prisas la gente se olvida de amar;
Pero con las prisas uno abandona y pierde la bondad.

Para el pensador coreano Byung-Chul Han, una de las implicaciones de la sociedad de la aceleración, que nos quita de ritualidad y ceremonias, es que se nos ha despojado del aroma del tiempo, porque la transparencia no desprende aroma, porque ya no hay fosforescencia. Todo ello con la disociación y dispersión de lo temporal, que se ha obtenido por culpa de esta aceleración. Otra de las consecuencias nefastas es la agonía del eros, que deja claro Carnevali en sus versos como un profeta.

Además, el italiano es un poeta maldito, como siguiendo la estela de Rimbaud, de los de bares y decadencia, cuya vida acompaña en ritmo a sus versos. Por eso, en ellos, vemos cómo hay plétora en la noche, ahí es cuando se liberan sus discursos más sinceros. En “Viejo insolente fantasma acostumbrado”, por ejemplo, asistimos a la exposición de su efigie gris, sólo despejada por una madrugada que también es gris y se funde con la calle gris y la respiración enferma de una ciudad. Este juego de temporalidades, de discursos que amanecen junto con un sol que no asoma, y que salen a jugar cuando la noche hace su escena, los vemos en varios de sus poemas, “Alborada” para él es un cadáver blanco, quién pudiera convertir un símbolo positivo (los rayos del sol) en lo que mata y extiende la tristeza. Afirma en “Mañana”:

Por favor, escucha, tengo una pequeña, querida alma, y todo lo que quiero es una belleza silenciosa, cualquier cosilla, nací para un siglo silvestre, ¿tengo que exigir que me dejen solo?...
Ni siquiera esperaría que entendieses -solo...
Bajo esto, como una prostituta odiadora del frío,
yazgo
inconsciente...
Y mi rostro es triste porque
una vez
hubo...
Ah, hubo un tiempo...

El poeta del tiempo hace de su Mañana, su Mediodía, su Tarde, su Noche y su Madrugada el espacio de su alma por dar vueltas en torno a una habitación y a los días. La vida espera en la noche, la luz diurna es sólo una concatenación y sonidos, que le hacen sorprenderse “nadie muere” en la tarde, como en la ciudad irreal de Eliot, todos pasan, en Manhattan en este caso, y de paso a la noche, donde empieza a asomar la locura. El día se va feminizando conforme se alarga el tiempo y entra a la madrugada. Su espacio, su autoafirmación, de heridas y flores muertas. El espacio en el que se debate entre vivir y seguir muriendo, mirar con lejanía a los libros y pensar en su cordura, hasta este punto del día ha llegado el poeta. 

El yo poético se transforma en juncos que se curvan junto al agua, en hojas de sauces que se inclinan y se mojan en lagos, en todo lo que se quiebra y forma un signo de interrogación, la curva es su espalda, es una duda que tiembla, le vemos representar esta conmoción en varios de sus poemas y, al mismo tiempo, clama por una esperanza en la imagen del lago, ese mañana, un quizá. Su canto es lento y desasosegado, hay tristeza y también un encogerse de hombros “esto es lo que hay”. Nunca una resignación tuvo un canto que descorazona y tranquiliza al mismo tiempo como en “Chanson de Blackboulé”. Esta poesía, al más puro estilo pesoano del poeta fingidor, nos hace reflexionar sobre nuestro tiempo y ese tiempo. Aquí aún era posible una sociedad de máscaras, donde las personas podían seguir siendo personas como en el origen de la idea de la palabra, con lo que tenemos de teatral... que bajo la dictadura de la revelación, sobreexposición y transparencia ahora estamos perdiendo. 

Exponerse el corazón sin el juego, como nos toca ahora, es una tarea sin enjundia, en contraposición a lo escénico e ilusorio de las representaciones por medio de las cuales se dejaba entrever las emociones humanas en la época de los escritores malditos, antes de la llegada de los mass media. ¿Se puede ser maldito sin descanso en la sociedad del internet donde todos están expuestos en la misma medida y todo es cercanía? Ciertamente, un escritor con filtro por medio del cual se depure la negatividad de sus fotopoemas difícilmente podría seguir siendo un maldito, ya que la sociedad del ahora y el megusta sólo acepta la positividad.  


domingo, 24 de marzo de 2019

El teatro del fin del mundo

Reducirse a un dado tan pequeño.
Suena a locura.
Como si pudieran existir estrellas que nos categoricen.
Y así eximirnos.
Exculparnos.
Un teatro a la italiana.
La comedia del arte.
Y estamos Arlequín, Polichinela y tú.
La nada y Almendra.

lunes, 18 de marzo de 2019

Puro buitre, poemario de Marina González, El Doctor Sax editorial

Puro buitre de Marina Gonzalez nos adentra en el panorama oscuro, pero tranquilo, de lo que conocemos bien si nos tentamos de vez en cuando con un espejo, pero hacia dentro, en una labor que no siempre es entretenida, sino que tiende al conjuro. A destapar lo inquietante mediante esas invocaciones o letanías. La poesía surge en el espacio en que al sujeto poético le sigue sorprendiendo algún detalle. Ahí se muestra la voz, anhelando lo que sabe que no será para ella, que se “le vea por toda la cara”. Escribir unos versos muy buenos es otra exhortación, sin embargo, al otro lado del mundo alguien lo hace mejor. El fondo, es entonces, lo contenido, de una mujer en verano que habla de muerte y de frialdad en la terraza con sol tomándose una limonada. Sin restarle un ápice de frío a sus palabras, porque la pena se encuentra precisamente ahí donde sería paradójico encontrarla y por eso se la trata con condescendencia “¿y tú qué haces aquí?” le parece increpar esta voz. Y aún parece añadir “siento tu tibio sol en mi cara, sepáralo”;  cuando está a punto de ser arropada.

Es justamente el poema que da nombre al poemario sobre el que pivotarían el resto de temas cual vectores saliendo disparados desde ese corazón de ave de rapiña. “Mientras espero viene el frío. No viene nadie”. La estampa que nos describe la podemos imaginar como aquella escena de Un homme qui dort de Perec, en la cual sentados en un parque, el protagonista frente a un hombre mayor, yacen inmóviles y el tiempo se congela sabiendo que la espera es lo último que nos queda “esperar, hasta que no haya nada que esperar”, como la espera beckettiana, ese transfondo se respira en estas obras hermanas, la escena es gris y a partir de aquí surge lo cotidiano. 

Marina González llama a estas estampas “minucias urbanas” y es de lo mejor de su poesía. Las historias que cuenta tienen ese silencio que se esconde en la cotidianidad, que nos recuerda a una Clarice Lispector en sus decorados de lo cotidiano, donde dispone mundos; estos mundos en la autora que nos compete son citadinos, de supermercados, apuestas, ascensores, el mirar por la ventana, fruteros y vecinos. También pone el foco en otros, en historias de otros que nos puede hacer resonar la desolación humana, como es ese poema “Historias del barrio” cuando dice: “algunos miran para otro lado y fingen que ya no está”; en la suma dejadez y falta de empatía hacia los seres que nos rodean. 

Hay un color que se repite, una frialdad, el elemento del frío está presente en nieve, aire o humedad en algunos poemas y llega a su máxima representación en el poema “Otras cosas” en el que notamos una clara referencia al gran Antonio Gamoneda de “Sobre excremento de rebaños...” del Libro del frío. Afirma el Premio Cervantes: “Cesa el viento y las sombras son húmedas. Hierba de soledad, palomas negras: he llegado, por fin; éste no es mi lugar, pero he llegado”. Marina González hace una paráfrasis de estos versos y los encuadra en un homenaje directo para el que emplea los mismos elementos que utiliza Gamoneda (excrementos, vientos y sombras) dispuestos en una nueva estampa, quizá el mismo sentimiento del cual se siente deudora; en ambos se recalca lo fundamental, lo que se ha extinguido frente a lo que permanece: “Abro y no hay viento, las sombras son húmedas. Por fin una casa. Este no es mi sitio, pero he llegado”. 

Otro de los vectores importantes en su poesía es la imagen de la infancia y de la vejez como dos polos que se atraen, la infancia en lo imposible y la vejez en la pena romántica que desprende. La infancia en lo inacabado. La vejez en el olor a algo imposible y en las huellas y surcos de manos y piernas. Ciertamente es una visión romántica de la vejez, sin quitarle el spleen y la melancolía que puede desprender, el paso del tiempo está marcándose bajo sus formas menos sutiles y la autora sabe apreciar el espectáculo.

Finalmente el yo poético afirma: “soy del lugar donde tiro la basura” constatación con la que muchos podemos sentirnos identificados y hacerlo extensivo a nuestra voz, e incluso hacia el poema, ya lo decía Ammons: “basura tiene que ser el poema de nuestra época porque la basura es lo bastante espiritual y creíble como para embargarnos la atención, estorbando, poniéndose por medio, amontonándose, apestando, manchando los arroyos de marrón y de blanco cremoso: qué otra cosa nos aparta de los errores de nuestros ilusorios usos, no la tentación de carecer de porquería, eso resulta remoto, y, en cualquier caso, inimaginable, poco realista...”. Así, pues, la autora es consciente de que para llegar a cuotas realistas no hace falta edulcorar nada y qué más realista que la basura y lo desencantado que se nos pone de por medio. 


martes, 12 de marzo de 2019

El sueño me deja fetiches como la ola cuando expulsa algas y animales muertos.
Ese vaivén
que arrastra la mierda hacia la orilla.

Y cómo me duelen los ojos.