sábado, 13 de enero de 2018

“Lágrimas y santos” de Cioran

Esta traducción de Christian Santacroce es la primera edición que se hace para el castellano íntegra y no desde el francés. La trae Hermida editores y es de reciente aparición, septiembre del 2017, así que ya estoy tardando en hacer una reseña sobre este acontecimiento, porque para los lectores de este blog (cuando los haya, o si los hubiera) es un dato importante.

Cuando tenía diecisiete años tuve una iluminación en la que quise convertirme en monja. Pensaba entregar a Dios mi amor infinito y de por vida. Al leer a Cioran veo reavivados esas sensaciones a la luz de sus tristezas. Libro considerado herético por sus familiares, es uno de los más líricos que puede que haya escrito. Hay sangre dulce entre las páginas, se salpican referentes, pero sobre todo la dispersión y desorden con respecto a la idea de los santos y de la aflicción hacen que este ensayo sea más emotivo que sesudo. Y eso me lo acerca, nos lo acerca a personas que buscamos sentirnos conectados con sus palabras. Lo que cuenta ya lo sabemos, pero el cómo lo cuenta es una entrevista conocida con Cioran, estamos ahí con él, es nuestro momento íntimo al que le hemos invitado. Y no defrauda. Incluso sorprende.

La hagiografía erudita sería más cercana a una disciplina como la historia, en la que no queremos vertir nuestro tiempo y empaparnos de fechas y datos concisos. Ni siquiera en hechos concretos, qué nos importa si sudó hiel, sangre, si realmente hubo o no un cuerpo incorrupto... la leyenda nos importa, el olor que se desprende de esa anécdota y las dimensiones que puedan cobrar en la mente de un acongojado.

Si nos apasionan las imágenes de los santos es por su sufrimiento y no por sus realidades o concreciones. Cioran lo sabe y lo comparte, además de subvertir los valores y hacernos ver que todo el amor a Dios y toda plenitud es sinónimo de un gran vacío o ausencia, principio y fin que se tocan en un punto, Cioran el gran nihilista asume este amor como otra especie de nihilismo. Nietzsche para él es un loco en Cristo sin Cristo, Pascal y Kierkegaard unos mozos custodios, Dostoviesky y el Greco, unos caballeros de su guardia real. Y todos ellos se encargan de hacernos el camino hacia Dios como lo más atractivo, o el sufrimiento en su grado sumo como una necesidad.

También aparece el dilema del huevo y la gallina transformado en quién es primero: Dios o Bach. Esto muchos lo han comentado, pero en Cioran alcanza una persistencia que contamina todas las páginas de música. La música como lo único que salva, frente a las lágrimas que equivalen al silencio. La ecuación Dios-silencio-lágrimas trasciende la reflexión ontológica y llega a nuestra garganta. La caída es la llamada de la puerta trasera: la caída de los ángeles guarda símbolos ocultos que nos remiten a la nostalgia de la tierra. Y todo va de nostalgia, memorias, o paraísos perdidos.

El dilema musical nos recuerda a lo cotidiano cuando encontramos en medio del mundo a gente dotada de gran capacidad musical. Yo misma alguna vez he creído endiosar a personas que parecía que coqueteaban con lo celeste al interpretar melodías, “esto no tiene que ser de este mundo, de dónde ha salido esta persona”. No siempre alguien dotado de gran sensibilidad musical que pareciera rozar lo angélico es supraterreno él mismo. Quizá aquí tampoco se visualiza a Bach como semidios, a medio camino entre lo celestial y lo mundano, sino que se le despersonaliza. El episodio de su transfiguración, sin embargo, lo hermana a los santos.

Y estas son algunas pinceladas, un esbozo de lo que podemos encontrar en este libro.
Fotograma de la película Ostrov, gran retrato de los “locos en Cristo”

1 comentario:

  1. Me gusta tu reseña, había leído este libro en la traducción de Savater, Tusquets, marginales,aunque según lo que dices entonces no era una edición íntegra y estaría traducida del francés. Qué bueno que Cioran no era ateo, sino sólo escéptico, al igual que Borges, y por tanto no odiaban la idea de Dios ni la negaban, sino que se servían de ella con fines estéticos, estilísticos, de lo contrario qué pobre hubiesen sido sus obras.

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