lunes, 17 de diciembre de 2012

Canción Errónea en Valladolid


Al final, cumplí mi sueño de conocer en persona a Antonio Gamoneda. La verdad es que, desde hace un tiempo, cuando ya sabía que lo iba a ver, fue menguando poco a poco esa necesidad tan angustiante que tenía en un principio. Hasta llegar a la suma normalidad cuando estaba sentada en medio de esa gente, lista para escucharlo en la presentación de su nuevo poemario. No imaginé que sería así, él sí, no mi reacción final tan contenida siendo que había sido tan dolorosa la espera. Yo siempre he sido muy entusiasta y he creído más en la búsqueda del referente, cuando me despierto con palabras y me doy cuenta de que no se pueden tocar ("la única poesía es la que calla y aún ama este mundo, esta soledad que enloquece y despoja"). Mi búsqueda fue esa, pues, la del referente, la de la fuente de todas las imágenes que me acompañaron en el frío de la juventud. Esas palabras eran las de los poemarios de Gamoneda, y sabía que él era real. Conocer a Antonio Gamoneda, padre poético de mis mejores amigos compañeros de Filología y mío, se me aparecía urgentísimo en medio de la crisis actual, no sólo económica, sino también de referentes. Se me aparecía necesario en tanto que es el mejor poeta español vivo. Y todos los que admiramos a los mejores escritores no dejaríamos pasar la oportunidad de ver y escuchar a Antonio Gamoneda, así como no hubiéramos dejado pasar la oportunidad si viviéramos contemporáneos a Valle Inclán. Se me ocurre Valle Inclán y no cualquier otro por razones personales, preciso decir.

“Canción errónea” comienza a dar respuestas. O trastoca símbolos. Reconoceremos madera y vida, indiferencia y amor... En la presentación se hizo alusión a estos temas generales y se habló de las palabras inmóbiles. Antonio Gamoneda precisó que no se trataba de la general inmobilidad existencial, sino más bien de ese amor por las palabras inmóbiles, en el sentido más concreto.
Se habló de la muerte, de la indiferencia del que ha vivido sensatamente y abundantemente y acaba satisfecho.
Pero sobretodo, nuestro poeta quiso recalcar la importancia del desorden en su poemario. La falta de coherencia que es buscada y que si acaso se hallara algún orden en dicho libro, sería fruto de la pura casualidad.
Me reconfortaba esa serenidad en el caos. También ese desdén a la estructura, a lo academicista “yo de gramáticas no sé ni me importa”... en cada uno de esos momentos esbocé una sonrisa.

Por eso doy gracias por haber podido estar ahí. Y a Amelia Gamoneda que es una hija y persona maravillosa.


miércoles, 7 de noviembre de 2012

Sylvain Chomet y el ocaso de los artistas



El mundo de Sylvain Chomet es el de mimos, funambulistas, ventrílocuos, payasos tristes y magos. En medio de personajes del mundo del arte, del teatro y del folletín, construye historias tan reales que si no se tratara de dibujos animados podríamos creer que estamos viendo un drama (por momentos). Viceversa, cuando trata personajes reales, los dota de elementos mágicos. Así, la visión del arte que podamos tener a través de su mundo siempre tendrá un tipo de engranaje que nos permite seguir soñando.

Aunque es difícil en un contexto en el que el arte va dejando de tener cabida en el entretenimiento. Así empieza “El Ilusionista”, último largometraje de Chomet, con el ocaso. Las salas vacías, el ser sustituido por modas juveniles, buscarse otros trabajos más humildes, para públicos más reducidos. Pasar de ser el centro de atención a un mero acompañamiento en bodas, algo exótico.

Si voy a hablar de tristes, este director se puede merecer un puesto de tristeza bella en medio de mi colección. De hecho, ya lo había obtenido cuando vi por primera vez el corto de "Paris Je t'aime", el de los mimos, al presentar la tristeza con una elegancia sin-igual y, al mismo tiempo, con la delicadeza de los colores. Porque la tristeza de Chomet no es en blanco y negro como con el estatismo y agriedad de otros tipos de tristeza (que puede estar muy bien para transmitir desgarro y penas más intensas, no tan melancólicas) y entonces logramos entrar en la parte de la pena que es alma, la que crea y da a luz. Como los mimos, de los que nace el amor o como las trillizas, que continúan brindando sus cantos.

"Les triplettes de Bellville" es el primer largometraje de Chomet y pude verlo en pantalla grande en la filmoteca de aquí de Valencia. Me resultó muy amena esta película, tenía toques surrealistas (cómo se convertía lo del ruido del tren en algo onírico, hasta la comida de ranas bombardeadas tenía un toque surreal...) y de sueño en medio de lo cotidiano. Aquí ya encontramos personajes del mundo del espectáculo en el ocaso de sus vidas y carreras (de los escenarios a los cubos donde se calientan los 'clochards' debajo del puente).

Antes de las trillizas, vi en youtube “La vieille dame et les pigeons” y me cautivó. El tema es muy curioso: un hombre que se percata de una mujer que adora a las aves y las ceba de comida en el parque. El hombre se disfraza de gran paloma y va a visitar a la mujer para que ésta lo alimente también. La gracia de los movimientos y gestualidad es algo de resaltar en este director, ya que en todas sus obras el diálogo es pobre o inexistente (pero cuando aparece, es necesario e igual de brillante que sus otros elementos). Me gustan las películas en las que los protagonistas son grandes amigos que hablan diferentes idiomas y son grandes porque su comunicación es sin palabras. Ésta es una película de esas.



“El Ilusionista” se inspira en la obra y persona de Jacques Tati. De hecho, el protagonista lleva su nombre completo: Tatischeff. Sabemos que fue la hija de Tati la que encargó a Chomet la tarea de llevar a su realización esta idea que se había quedado hasta el momento en manuscrito. La imagen de Tati es reflejada tal cual en el dibujo y se encuentra cara a cara con el Tati original, imagen grabada y en movimiento, cuando el personaje de Chomet entra en un cine.

El protagonista se ve obligado a emigrar para hacer su espectáculo y aterriza en Edimburgo. Ahí no se le quiere separar una adolescente ingenua que piensa que no le faltará de nada con aquel, para ella, ser mágico y viajan juntos a su nueva casa. La chica, de campo y pobre, ve en la ciudad un nuevo tipo de vida que la seduce y poco a poco quiere más lujos para vestir. El ilusionista se ve en la necesidad de trabajar fuera de tiempo para poder pagar los caprichos de la chica. Prefiere trabajar de cualquier cosa antes que revelarle que los magos no existen y que él no hace aparecer las cosas de la nada, que 'simplemente' es un fingidor y un artista de las apariencias y de la ilusión. Hasta que descubre que la chica se ha enamorado del vecino y que ya no lo necesita demasiado como compañía y soporte. Y se va, previa nota amarga, como varios apuntes amargos hay en la película; todos ellos constituyen mis momentos predilectos, porque como he dicho, es una amargura sutil que hace de la injusticia vital un bello poema.

Son imborrables las imágenes del muñeco del ventrílocuo en el escaparate, siendo continuamente rebajado, hasta que llega un momento en que la etiqueta pone que lo regalan, porque nadie quiere un muñeco como ese... y el ventrílocuo en la mendicidad, sentado en la esquina de una escalera como otro muñeco completamente abandonado. O el payaso que siempre está al borde del suicidio. También es significativa la aparición de una niña humilde que recuerda a cómo era la chica que ahora pasea como un maniquí de escaparate, representando la imagen de un espíritu limpio antes de los aderezos de presunción en la sociedad.

Nostalgia silenciosa es la de Sylvain Chomet, donde las historias tristes son de colores.



domingo, 4 de noviembre de 2012

Infaustos en Béla Tarr


El título de esta entrada tiene dos sentidos: infaustos en Béla Tarr como fieles en Cristo, permanecemos infaustos en nuestra butaca creyentes de la religión desesperanzada de Tarr; pero también quiere hacer alusión a los personajes infaustos de sus películas.

Conocí a Béla Tarr hace algunos años. Tuve la oportunidad de ver casi todas sus películas en la filmoteca. Tengo pendiente Satántangó, me arrepiento de no haberla visto cuando tuve oportunidad y como no tengo internet no sé si podré conseguirla (tampoco sé si se puede encontrar por internet, teniendo como tiene infinitas horas de duración). Me acuerdo de “Gente prefabricada”, la primera que vi, en color sepia. Las mujeres parlanchinas y los hombres ausentes. La siguiente fue “The Outsider”, que me gustó mucho, el personaje principal, desarraigado, despeinado y sin dientes, un violinista que se nos muestra primero en un hospital geriátrico (para mi es relevante) es un personaje muy simpático llamado András. Luego, el resto de personajes aparecen como si crecieran de la esquina de la cocina, in media res, me gusta esta aparición accidental de los personajes. Aquí ya empiezan a mostrarse los ancianos tarrianos, tan simpáticos que siempre me cautivan. El final amenizado con rapsodia húngara número 2 de Liszt...

Luego vi la que es mi favorita de Béla Tarr: “Armonías de Werckmeister”. Valuska, el joven sensible que está transparentando sus miedos y sus descubrimientos cada vez que lo vemos pasar y con el tono de su mirada y el de su voz. Las armonías también nos pueden hablar de los silencios, en los intervalos de cualquier pieza. Esta es una pieza en la que se nos abre una ballena, Valuska también nos lo dice.

¿Debemos prestar más atención de la normal o es que tan sólo debemos dejarnos llevar por las imágenes? Hay una secuencia de diez o quince minutos aproximadamente, en la que una multitud entra en el hospital asolando todo a su paso y dando golpes a los pacientes... hasta que la escena es cortada de golpe con la aparición de un anciano muy anciano, muy pequeño. Completamente desnudo. Se ofrece, cabizbajo... y entonces hay una luz y una música que agreden nuestra sensibilidad (la claridad muestra lo que no queremos ver). Los destructores no tienen otra opción más que salir tristes, silenciosos, del lugar. Sobran las palabras para explicar el momento, por eso es necesario ver este cine más que hablar de él.




La última película de Tarr que había visto hasta antes de ayer era “El hombre de Londres”. Se trata de una película de humor negro en la que la vigilancia es primordial: siempre hay alguien que escucha una conversación o alguien que mira detrás de una ventana...
Maloin es el protagonista, cual Meursault de "El extranjero" de Camus, sobre todo en aquella frase de poco antes del final: "yo sólo quería traerle algo de comer" como si dijera "era el sol el que me molestaba". Su vista, su contención, su ser incomprendido frente a su esposa (que está perfecta en el papel, su histerismo, los gritos en la mesa no son banales, forman un cuadro) sus pasos errantes, aunque su decisión firme y sus silencios. La música marca los tiempos: nos avisa de la vigilancia, del ser vigilado, de la expectación. ¿Una de mis escenas favoritas? Cómo no, una de estética mendicante y bella a la vez: los viejitos del bar bailando con silla y bola de billar al ritmo del acordeón.

Turin Horse” es la última película de Béla Tarr. A través de seis días vemos a un padre de cincuenta y ocho años y a su hija viviendo en medio de la nada. El viento castiga la casa de piedra y se levanta el polvo y las hojas de los árboles. Ambos se turnan frente a la ventana para ver el mismo paisaje que se extiende hasta una pequeña colina donde hay un árbol que recuerda a Friedrich (ver imagen). Un pozo y poco más. Cada día va la hija a sacar agua del pozo y lucha contra la inclemencia del tiempo. Luego viste al padre que sufre de una parálisis en el brazo. Hacen cosas cotidianas como lavar ropa, coser, cortar leña, dar de comer al caballo, comer una patata hervida y beber aguardiente, todo en medio de un profundo silencio que es quebrado sólo para hacerse pequeñas observaciones sobre la carcoma o si está lista la comida. Hay un par de interrupciones de foráneos: un vecino que viene a pedir aguardiente y empieza un largo monólogo sobre la injusticia, la ineptitud de Dios, el poder y el pueblo, etc. El dueño de la casa sólo le corta al final: “Eso es una estupidez”. Otra interrupción es la del grupo de gitanos que vienen a coger agua del pozo y son echados por los dueños de la casa. Uno de ellos le regala un libro sagrado a la chica de la casa.



Sabemos que Tarr se inspiró en el caballo que Nietzsche vio ser maltratado por su cochero. El caballo de la película deja de comer y en vez de ser útil para sus dueños, comienza a ser un peso más. Cuando intentan huir de la casa, deben cargar con el caballo y los trastos, todo lo lleva la chica. No sólo es el caballo lo que empieza a ir mal. Se acaba el agua del pozo, se va la luz y no pueden encender las lámparas, las brasas no pueden encender nada. Sin agua y sin fuego no pueden hervir las patatas y los inunda la penumbra al final de la película, donde el mayor come una patata cruda y la hija observa sin intentar comer siquiera ante la advertencia de su padre: “Deberías comer” como antes ella le señalaba al caballo.

Lo importante, no está sólo en la fotografía cuidada y preciosista... hay muchos planos, pero me quedo especialmente con la imagen que se ve desde dentro de la casa del vecino alejándose, debatiéndose con el viento y el marco de la ventana encuadrándolo. La ventana es especial, vemos a la chica mirar también enfocándola desde afuera, casi al final de la película. Vemos comer un día desde el ángulo del padre, desde el ángulo de la chica otro día, al siguiente los vemos a los dos desde un lado de la mesa, y finalmente desde el otro. Así, vemos todo y nos metemos en esa casa y en su silencio (con una única melodía que encaja a la perfección).

No sabemos por qué vuelven, no sabemos si llegaron a marcharse. Hay una condena en esa casa, que los atrapa y los expulsa, que los mantiene autómatas y en silencio. Ya no hay más pretextos para crear otras obras de cine después de ésta porque se deja en evidencia el sinsentido, y cuando eso pasa, no es posible añadir nada más. Hay, pues, un alto nivel de becketidad.

Enfermos que no se frotan la herida, pero que la ven agrandarse y extenderse por todo su ser.

jueves, 18 de octubre de 2012

De tortugas y héroes

El otro día leía sobre la anécdota que contaba Schopenhauer y que le hacía sentir gran tristeza. Era la de las tortugas. Contaba que cada año desde hace miles, unas tortugas depositan sus huevos en la isla de Java, de forma maquinal, como poseídas. Pero cada vez que lo hacían acababan siendo devoradas por unos perros salvajes. Entonces plantea Schopenhauer ¿por qué esta acción que lleva inevitablemente a la tragedia y al dolor? Ve al hombre en la misma situación, como un autómata aferrado a la vida y que esto solo le lleva al sufrimiento. La voluntad de vivir se vuelve absurda y cruel.

Ayer fui a la conferencia de mi amiga Lorena Rivera, ella hablaba sobre Dostoviesky en Crímen y Castigo. Planteaba el concepto de héroe en esta novela y cómo tenía rasgos románticos... para llegar a definirlo en su esencia más completa (acabando con un poema maravilloso de Valle Inclán). Raskolnikov no es un héroe moral, no tiene por objetivo liberar al mundo de la vieja usurera. No mata por ningún fin de esos, que le hubieran podido servir de coartada. Simplemente mata para probarse a sí mismo, la sensación del abismo, la razón todo poderosa, el vértigo que se siente al asomarse en frente de él.


Cómo venían a mi mente otros antihéroes trágicos como el Mersault de Camus, llevado al crimen simplemente por un sinsentido general, y en este caso cualquier pretexto hubiera valido: Mersault podría haber matado por la ligera incomodidad de que se le posara una mota de polvo en la nariz (el pretexto que da tras su acto fatal es que le molestaba el sol...). Aquí ya no es el romanticismo el que impera, sino el absurdo.

O, tras el bien y el mal, se me aparecía Demian (de Hesse), hablando de Abraxas y tocando los dos lados en una única fusión de ying yang.

Todos antihéroes y cómo se podía ver el 'crimen' desde cada uno de estos prismas. Volviendo al "Schiller ruso" que era Raskolnikov, también encuentro la semillita de la tortuga del inicio, la que ponía los huevos y era devorada. El pesimismo existencial que ya tiene su antepasado en el romanticismo es tan patente en todos estos héroes que me inclinaría a señalarlo como rasgo general y compartido. Raskolnikov será devorado, por los lobos de la justicia, por la sociedad, etc; pero aún así se encamina a la tragedia. Así como todos los héroes atormentados post-románticos. No hay escapatoria para el sinsentido, pues. Se abre una brecha hacia lo absurdo.

lunes, 1 de octubre de 2012

Infausto, infausto Cioran



El dolor está relacionado con la tristeza. El dolor permite el alejamiento que hace que todas nuestras cotidianidades adquieran un toque severo y estremecedor. Son temas que tocan Pavese, Celan y Cioran. Cioran los citaba a ellos, los leía, tenía amistad con su compatriota Celan y relata el talante sombrío de éste en sus Cuadernos. Si gustamos de este tipo de literatura existencial vamos a encontrarnos con estos temas, realidad, lenguaje, máscaras, poesía, lo trágico, etc.

¿Pero yo que tengo que ver con la vida? Creo que así lo decía Cioran, con todo ese extrañamiento que proporciona el gran dolor. Cioran es un erudito del dolor, un gran prolífico de las letras del dolor. Creo que si en mi biblioteca comparamos Libro del desasosiego de Pessoa, todos los libros de Cioran, los de Beckett y los poemas de Celan y Antonio Gamoneda, tan sólo con eso podríamos ya trazar una línea en la que coincidirían todos ellos en muchos puntos. Y Pavese con sus diarios y Kierkegaard con sus héroes y sus trágicos y aquel libro azul que tengo de Tres formas de la existencia frustrada de Ludwig Binswanger. En las novelas que guardo celosamente también hay mucho de esto, pero en los libros mencionados arriba está condensada y explicada la línea dolorosa tan ampliamente que bastaría para una asignatura de universidad que podría impartir yo sin ningún criterio serio como historia, marco político-social, contexto, etc. Tan sólo hablando del dolor. Sería una asignatura temática más que instructiva, ponemos el tema y divagamos. Muy cioranesca, también, ya que rechazaríamos todas esas vías aburridas y escribiríamos con “excitación, con furia” muy como él lo hacía.



El dolor se pretende contener en palabras y se mece con los fantasmas, las sombras hamletianas, se cae en diferentes realidades, en la pugna de ellas por creerse cada cual la más “real”. Y en medio de todo ello, el dolor sigue brillando, porque puede ser bello también, porque Cioran decía cuando estaba de mejor humor “En la tristeza todo se vuelve alma” y luego se desdecía y gritaba; y entonces podemos ver que es cíclica y en ella se acogen pasión y contención: un mecanismo que desequilibra y nos deja permeables y expuestos a todo cuando es la tristeza que desgarra, y cuando estamos devorándonos tranquilos y ensimismados, la otra, la de la belleza.

Otro de sus temas estrella: la soledad. Aceptar la existencia real de otros como yo. Hasta qué punto aceptamos esta existencia. De ahí el origen de todas las mentiras. La mentira inmanente, capítulo de Breviario de podredumbre. Los quijotes, porque todos somos quijotes en potencia. El secreto del arte, el fingir, el impostar, las máscaras, las personas. Pero Cioran se debate cual Tántalo entre el hacer no haciendo (un poco taoísta) y el oficio de escribir, el oficio de poeta. Y entonces se nutre desde dentro, llevado por la fatalidad, y en la necesidad de escribir, en la búsqueda de autenticidad, también se destroza porque grita cuando se da cuenta de que es esclavo de la palabra:

“Escribir un libro, publicarlo, es ser esclavo de él. Pues todo libro es un vínculo que nos ata al mundo, una cadena que hemos forjado nosotros mismos. Un 'autor' no llegará nunca a la liberación plena: será un simple veleidoso en todo lo relativo a lo absoluto”. (Cuadernos, Página 130).

Contradicción. Aspirar entonces a la nada. Al no ser. O al ascetismo. Ya lo decía Schopenhauer. No hay otra. Estamos condenados, Cioran piensa que todo acto es ridículo en sí mismo. “Vivir es un descuido de la inacción” (Libro del desasosiego, página 120).

Cuando leo a Cioran a veces me evocan fragmentos de otros poemas, no sólo los de Celan. También me evoca a La Tierra Baldía, con lo de las sombras errantes en la Ciudad Irreal. Y otras veces recuerdo Esperando a Godot, porque la tristeza... no creo que sea lícito decir que se agota, después de todo lo que he dicho antes, pero sí creo que la tristeza que es susceptible de desembocar en el desencanto nos lleva a un estado superior del 'ya-no-poder-siquiera-esperar-más-aguantar-para-dar-el-último-movimiento-el-movimiento-que-nos-mataría-ni-siquiera-ese-último-movimiento'.

Cada una de las novelas de Beckett, por tanto, nos lleva en progresión hacia esa inacción, cada vez más el hombre se encuentra más reducido, más amputado, con menos margen de acción y movimiento, hasta finalmente acabar hecho un muñón. Un claro ejemplo del sinsentido tras perder esa tristeza. Quizá la congoja, la de retorcernos, no puede llegar a ser lo suficientemente poderosa para sostenernos, sólo para destruirnos.

Pero qué mejor que el dolor para saber que somos y estamos. Qué mejor que la tristeza para saber que aún creamos y nos cautivamos. Toda aspiración a la nada deja estas sensaciones detrás en el camino. 

(Ya me cansé de los colores)

jueves, 27 de septiembre de 2012

El Can

Así le llamo al demonio. Ocurrió hace unos pocos años ya, cuando tuve un sueño. Yo ya había soñado con el demonio varias veces, desde que era niña, y lo había soñado en sus distintas formas: humanas, animales, espectrales, etc. Es normal, porque el demonio es proteiforme. Con prestar atención podía ver al demonio agazapado entre sueño y sueño: en forma de un gato debajo de la mesa de la cocina, o de un señor calvo que sale de una nevera y que de repente es resguardado por unos sultanes... el demonio aparecía así en mis sueños de la infancia.

Cuando leía y veía dibujos de/sobre William Blake (como el de aquí arriba) ya era mayorcita y ya no le tenía miedo al diablo mayor ni a los secuaces del diablo mayor, llamado Lucifer. No hay que confundir al Can con el can Cerbero, esa es otra historia. La historia del Can ocurrió en un sueño, cuando se me presentó el demonio en forma de señor formal y me dijo que estaba enemistado conmigo, pero que podíamos recuperar nuestra amistad si me leía el Cándido de Voltaire. A continuación añadió: "que es lo mismo que decir el Can". Y desapareció.

A la mañana siguiente yo tenía una excursión del Máster de Artes escénicas y documentación teatral. Fuimos al museo de las Rocas. Ahí tienen las carrozas que sacan en las fiestas del Corpus desde hace mucho tiempo. En determinado momento, nuestro profesor, nos acercó hacia la que era la más antigua y sin duda, más interesante. Era una carroza toda roja, con un hombre en la parte de arriba, sufriente, a su alrededor algunas placas con los nombres de los pecados capitales. El hombre de arriba representaba al ángel caído y ese era el carro alegórico que lo representaba. La placa principal, la de enfrente, tenía una inscripción que ponía:

"Ladre con su furia el Can".

Así es como nació mi historia sobre el demonio y sus caminos para mostrárseme.




miércoles, 19 de septiembre de 2012

Walt Whitman y la neurociencia

Porque podía haber puesto en el título el nombre de cualquiera de los mencionados dentro del libro... o no, o Proust era quien había desencadenado en él toda esa digresión de letras y neuronas. Jonah Lehrer es un jovencito un año mayor que yo que ya ha publicado tres libros divulgativos y ha trabajado en el laboratorio de un Premio Nobel... Este libro que quiero comentar es el primero que editó (en el 2007) y se llama "Proust y la neurociencia". Muy bien, Proust tiene gancho. Aunque recuerda un poco a aquel título de "Más Platón y menos Prozac", a lo mejor no es una coincidencia. Los títulos tienen trucos.

Me ha gustado. Es curioso, porque nunca leo libros que tengan que ver mínimamente con ciencias o con cualquier cosa que no sea literatura, así de estrecha voy por la vida. Pero, la lectura combinaba muy bien los aspectos literarios con los científicos. Además, esta obra es susceptible de ser valorada por quienes son defensores de las artes cuando sienten que son atacados por la aplastante objetividad.

Me explico mejor. Este libro postula que la ciencia no es el único camino para llegar al conocimiento y que en algunas ocasiones el arte se puede adelantar. Para ello, el autor ha recogido a un puñado de celebridades del tamaño de Proust o Cezanne para ilustrar ciertas teorías científicas. Como muestra, voy a contar lo que dice de Walt Whitman y de Proust.

Walt Whitman es un poeta sobretodo sensual. Fue polémico precisamente por este aspecto, por no hablar del cuerpo como de una parte, ya que no podía escindir la esencia "espiritual" o "mental" de lo orgánico. Para Whitman solo se podía hablar de un todo, el organismo funcionaba conjuntamente y los sentimientos no se originaban aislados.
Finalmente, se ha podido comprobar que los sentimientos surgen precisamente del cuerpo, empiezan en la carne. Una teoría que en tiempos del poeta era bastante rara. Incluso su amigo Emerson era reacio a que pregonara por medio de versos sus ideas del bucle corporal.
Whitman colaboró asistiendo a enfermos en la guerra. Muchos de ellos, amputados, seguían sintiendo sus miembros. Este tipo de testimonios pasaban desapercibidos a finales del mil ochocientos.

Proust, según lo que plantea Lehrer, se adelantaría al descubrimiento de la falibilidad de la memoria. En tiempos del escritor, los recuerdos se pensaban como libros viejos con polvo guardados en una anciana biblioteca, pero intactos. No es así. Se ha comprobado que el recuerdo siempre es engañoso y que el acto de recordar mismo puede modificar un recuerdo. Pero en aquella época no se estudiaban los priones (hay una relación entre este tipo de proteína y la memoria a largo plazo). Además, otra de las grandes ideas de Proust fue que los sentidos del olfato y el gusto tenían la preponderante carga memorial. Efectivamente, estos sentidos son los únicos que enlazan con el hipocampo, el centro de la memoria a largo plazo del cerebro.

Este libro que estoy reseñando también tiene unas citas muy bonitas:

"¿Cómo podemos aprender la verdad pensando? Como quien aprende a ver mejor una cara dibujándola" -Ludwig Wittgenstein.

"El poeta escribe la historia de su propio cuerpo" -Henry David Thoreau.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Infaustas

Acabo de cambiar la dirección de este blog, porque me parecía que era muy larga y complicada. Intenté llamarlo simplemente 'infausta' como las direcciones de mis cuentas de correo, pero ya estaba cogido. Tuve curiosidad por ver el blog llamado 'infausta' y resultó que era mío, muy antiguo, un blog que tuve en el 2002 y, aunque dejé de escribir ahí al año o poco después de un año, tardé en cerrarlo hasta el 2008, fecha en que me di cuenta de que aún estaba activo. Así que me dio pudor de que estuvieran esas palabras adolescentes circulando impúdicas por la red y quise tomar medidas. Sin embargo, como yo no soy muy buena con las cosas digitales, no lo pude cerrar y sólo borré las entradas y comentarios, algo que me costó mucho tiempo porque tenía varias entradas y muchos comentarios (en aquella época estaba muy de moda escribir en blogs).

He recuperado aquel blog, lo he vinculado junto con éste y además le he quitado el dominio 'infausta' para dárselo al que uso ahora y a ese lo he nombrado "blog antiguo de infausta". Por supuesto, está vacío, sólo tiene el título y explicación. Conservo los huesos porque me da pena borrarlo para siempre y más aún ahora que lo he recuperado.

Ahora, ya que estamos en el tema, haré un homenaje a las infaustas. Creo que son aquellas mujeres atormentadas o demasiado pasionales para la vida de los comunes. En estas mujeres que he seleccionado destaco la fuerza, la creatividad, la capacidad para sentir hasta el límite y el halo de misterio que las envuelve.

Mi primera seleccionada es Lucía Joyce, con su danza y su amor por Samuel Beckett:


La siguiente es Clarice Lispector, la de los cuentos salvajes, cigarros y cicatrices:

Otra infausta en la mirada es la Condesa de Noailles, musa de pintores, entre ellos Zuloaga, inspiración de intelectuales y amiga de Proust:

Camille Claudel, la hermana del poeta Paul Claudel, escultora discípula y amante de Rodin, infausta de treinta años de manicomio:

Una infausta por ser diferente y de una creatividad rompedora y, para mi, reconfortante. Judith Scott, abrazando a su obra:

Estas mujeres son las verdaderas infaustas. Las que tienen la mirada triste y no sólo unos ojos tristes.

martes, 11 de septiembre de 2012

El Cuarteto de Alejandría

Hace ocho años escribí un texto de un par de páginas que pretendía resumir mis impresiones sobre el Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell. Lo acabo de encontrar, de leer y me ha hecho recordar algunas imágenes de la historia tal cual se me representaba como cuando la leía. Es grande la obra de Lawrence Durrell, la capacidad para reunir tantas impresiones para cada uno de sus personajes, pero es que no les adjudica caracteres ni atributos, sino que con cada uno de ellos crea un mundo y encima nos los despliega unos al lado de otros para que intentemos conformar con todo ello una realidad. Así de compleja es más real, nos podemos hacer una idea de la enorme dimensión que puede tener la realidad social, política y vivencial. Creo que si intentáramos hacer una novela que abarque las miradas y que al mismo tiempo profundice en ellas y cree al Mundo, Lawrence Durrell podría estar cerca de conseguirlo.

Me gustaría leer el Quinteto de Avignon. Aunque por lo que he leído no fue tan famoso ni tuvo la repercusión que el autor deseaba... Sin embargo, se habla de la madurez de esa obra y que es apta para mayores de cuarenta. Interesante. Yo leí el Cuarteto con veintidós... y me cambió en gran parte. Sobre todo el componente esotérico, fue el primer paso para leer a Paracelso, Blavatsky y preocuparme por lo arcano y místico en los escritores que había leído y me gustaban como Pessoa o Joyce.

Pero el Cuarteto rebosa sensualidad. Creo que no he leído obra más simbolista. Voy a poner aquí el texto que escribí, pero por lo que he visto lo hice como muy expresionista de brochas rápidas y gruesas, en cada una de ellas hay cientos de páginas de Durrell... Primero una foto de Alejandría como es ahora:



Sólo la ciudad es real. Alejandría, como un personaje más, sería una vendedora expulsada del templo, Alejandría esconde a los seres elementales de la naturaleza, ávidos a la vista de un Balthazar, de un Da Capo. El agua envuelve una Alejandría de vapores, de telas transparentes, de exhalaciones. Una guerra no paraliza Alejandría, una guerra sólo cambia a sus habitantes. Pueden convivir muertos con personajes proteiformes -los únicos que pueden habitar Alejandría- en forma de muñecos baleados, suplen la función de maniquíes decorativos. Todos los personajes son capaces de sentenciar, de profetizar, de trascender después de su muerte (¿hasta qué punto Darley es sólo un mero espectador, literario y todo, pero sin la magia, como si ésta lo deslumbrara sin salpicarle?) porque han convivido con lo oculto, ya hablemos de los mistagogos de Balthazar, como de cualquier habitante de a pie que te recita la solemnidad y te lleva a suburbios pútridos de la mano… Así, Naruz, fealdad pura, por medio de su amor desbocado (y sólo las pasiones son de tal forma bendecidas en Alejandría) puede encadenar a Clea, aún después de su muerte. El fusil arpón con el que sólo Naruz cazaba grandes peces en su isla le fue transmitido a su amada, como en rito esencial. Scoob pudo haberlo predicho. Naruz nadaba siempre “esperando al gran pez”. Clea artista, arponeada en la mano que era su vida, vida que reclamaba Naruz. Mano que regeneraría Amaril, amado por Clea, amante de Semira, cuya nariz fue ideada por Clea. Historias como las de “Chico busca chica”, le dijo Pursewarden al Amigo Asno, sólo eso, el resto lo hará la intersección de las historias en el continuum más la verdad que se cuela de fondo. Y le regaló la idea. Pero Pursewarden se aparta de nosotros, esquivo le vemos el perfil más calculado, forma que se ha creado tras una ardua imaginación. No es justa, concluye Darley, la visión que nos había estado mostrando de Pursewarden. Escritores en Alejandría: Pursewarden, el escritor consumido; Darley, el desapercibido, el modesto; Arnauti, el invisible; ¿Keats?; Cavafis, “el poeta de la ciudad”. Pursewarden, continúan todos, era un escritor romántico, era un escritor, sucumbió por falta de coraje, se quiso salvar, no debería ser juzgado, era frío, se liberó de la carga, nos abandonó, ¿lo ve, Mountolive?, cara de yeso, ironía y nada más. Y se equivocan todos. Pursewarden con Liza en Egipto o en Perú, soñando un reinado, orfandad de Plutarco, autosuficiencia y legitimación, de profecías, del “extranjero moreno”, de amor puro. Y entonces se atisba al verdadero Pursewarden, pero no se le pregona, las cartas son la vida misma, lejos de cualquier literatura. Primero la persona y después el escritor. Y su risa de conocimiento. Sin dejar a Liza hasta el final, pero habiendo asumido ambos la llegada del extranjero moreno, Mountolive, quien llega a ellos por Leila y Leila también decide retirarse como se retira Pursewarden, ante el silencio de Mountolive, decisión reflejada en cartas a Balthazar, porque ella y Mountolive el diplomático ya estaban a años luz, desde el episodio del encuentro en el coche, sin el velo, tras los años. Entonces las retiradas se dan en cartas y de forma desinteresada, sin odios, resignación y muertes sin pena por la Oscura Golondrina. Ni Nessim, antiguo amor incestuoso, como es llamado el amor de Liza, tintada de negro para alejar la culpa, tras el pecado original de la muerte de su hija, como el final del cuento. Pero el amor de Nessim y su madre es de bellezas, se agota como se agotan éstas, y el poder gana en Nessim, y la conspiración aturde a la madre, quien tras las viruelas es más madre de Naruz, el animal, que otrora lo era de Nessim. Las bellezas perdidas, la belleza de aceituna de Justine, de judía misteriosa, subyugadora, pero joven y tersa, reaparece en una Justine de párpado caído, perfumes asfixiantes y maquillajes estridentes, acompañada de maneras histéricas y de últimas opciones. La belleza de Leila, capaz de cautivar a jóvenes estudiantes, hermosa como lo es Nessim, picada de viruelas en el momento justo de la decisión del reencuentro, ataviada entonces con tules negros, Leila mayor, irreconocible, en el coche de Mountolive, oliendo a licor, con imagen de señora corriente, también perdiendo la compostura, ambas entregándose como prendas de segunda mano, perdiendo cualquier recuerdo de majestuosidad. ¿Es posible la conversión en señora cuando se ha sido princesa?. La belleza de Nessim, sin un ojo, sin un dedo. La convivencia de Nessim y Justine, fundamentada en el poder, como lo que alimenta a Justine: lo que hizo con Darley, con Memlik, su sonrisa de llevar otra vez las riendas de otro ser. Los hombres sabios como Balthazar, corrigiendo a los hombres incautos como Darley, que creen en el amor que se les da cuando no toman la distancia necesaria para ver la apariencia de lo que es, esas migajas. Hombres sabios como Scooby, con apariencia de travestis, con manías indecentes, inconscientes, con hábitos dudosos y clandestinos, con doble vida. Pero Tiresias, al fin y al cabo. Y santo. ¿Como lo sería aquel viejo sabio que llevó de la mano al aterrado Mountolive para una revelación?... niñas vendiéndose como hadas malas, entre ellas la hija de Justine, secreto disimulado porque el papel esperanzador le permitía seguir con sus intereses, con la Justine que era fuerte, obstinada, la Justine que fue borrada de un plumazo por Pursewarden, “seguro que te gustó” y déjate de compadecerte como excusa. Él único que la leyó también del revés. La alta sociedad, los precios de la alta sociedad, las apariencias de la alta sociedad. Que conllevarían también los recluimientos, los paseos nocturnos de Mountolive, en lo ancho de su embajada. Pero no todo es soledad para los incapaces, también hay promesas prístinas (extranjero moreno) con ciegas cual estatuas frías, manos ávidas. Mujeres sin nariz en la confusión de bailes de máscaras, y mujeres embarazadas para hombres antes viciosos y ahora regenerados en el lapso que dura el amor. Hasta que la muerte los separa, la tragedia, el azar, así como los unos adquieren prótesis para sus carencias, otros, completos, son mutilados. Y Pombal se restriega a Fosca en forma de polvo, por la cara, y cava un pequeño hoyo para no gritar. Y como los amores dan sus frutos, con los amores mueren los frutos. O también puede decirse, con los homúnculos, caen sus dueños. Algunos de estos seres influencian a los hombres según sus cualidades; los vigilan, aumentan y excitan sus faltas, hallan excusas a sus errores, les hacen desear el éxito de sus malas acciones, y gradualmente absorben su vitalidad. Fortifican y sostienen la imaginación en las operaciones de hechicería, algunas veces hacen predicciones falsas y dan oráculos erróneos. Si un hombre tiene una imaginación fuerte y mala, y quiere dañar a otro, estos seres están siempre prontos para ayudar en el cumplimiento de su objeto”. Estos seres pueden hacer que sus víctimas pierdan la razón, si son demasiado débiles para resistir a su influencia. “Una persona sana y pura no puede ser obsesionada por ellos, porque tal Larva sólo puede obrar en los hombres si éstos le dan lugar en sus mentes. Una mente sana es un castillo que no puede ser invadido sin la voluntad de su dueño; pero si se les permite entrar, excitan las pasiones de los hombres y mujeres, crean malos deseos en ellos, producen perversos pensamientos que obran dañosamente en el cerebro; aguzan el intelecto animal y sofocan el sentido moral. Los malos espíritus obsesionan únicamente a los seres humanos en quienes la naturaleza animal prepondera. Las mentes que están iluminadas por el espíritu de verdad no pueden ser poseídas; sólo los que son habitualmente guiados por sus propios impulsos inferiores pueden ser sujetados a su influencia. Los exorcismos y ceremonias son inútiles en tales casos. La oración y abstinencia de todos los pensamientos que puede estimular la imaginación o excitar el cerebro son los únicos remedios verdaderos”. (“De ente Spirituali.”)

Y las islas, Grecia refugio, reflexión, recapitulación. La isla de Naruz, sortilegio, fosforescencia, nado de vida entre muertos. La encantada Alejandría detrás, tormentas, bombas, calor espeso que se puede tocar. El futuro en Italia, en Francia, Clea y Darley reencontrándose, Balthazar sorprendiendo, Da Capo mago, Nessim y Justine en una conspiración aún más poderosa. La sangre de los coptos, la que guarda sus testimonios como pinturas rupestres, llorando la memoria del muerto poniendo de luto no sólo las caras, rasgándose los vestidos, sino también a los cuadros, los sillones, las mesas boca abajo, las vajillas que se rompen, la casa entera. La hija de Nessim y Melissa, rehusando el nombre de Justine. La hija de Mountolive, huyendo de esos ojos de estatua.
Ninguna relación entera, sólo una parte de Clea para Darley. Darley intentando reconstruir de forma mental, las palabras de Pursewarden en sus cartas a Liza, como una obsesión… pero que dirían lo que no se puede literaturizar.



jueves, 2 de agosto de 2012

Perec, segunda parte



Primero voy a hacer una aclaración que servirá para todo lo que escriba. Mi forma de relacionar autores no se guía por la influencia directa y reconocida que tuvieron unos con otros o si dijeron y opinaron algo de sus obras entre sí, sino por la temática en común o por cierta sensibilidad que yo veo que compartan.

En la entrada anterior mencionaba que me gustaban las historias de paredes. Es curioso, pero ahora leía “Historias” de Robert Walser y también hay de esa 'ensoñación ridícula o melancólica' que tienen las paredes para hechizarnos. He seleccionado dos fragmentos:
“Estaba sentado una tarde, un mediodía o una mañana, a las ocho, a las doce o a las dos, en el oscuro espacio de su habitación, y decía a la pared de la misma: 'Pared, te tengo en mi cabeza. No te empeñes en engañarme con tu fisonomía extraña y tranquila. A partir de ahora serás prisionera de mi fantasía'. (…)
Érase una vez un poeta tan enamorado del espacio de su habitación que se pasaba el día entero sentado en su sillón y empollaba las paredes que tenía ante sus ojos. Retiró los cuadros de aquellas paredes para que ningún objeto lo distrajese o lo indujese a contemplar algo que no fuera una pequeña pared, manchada y poco amable.”("Historias", pag 14).

Pero Walser, además de las paredes, también coincide con Perec en los paseos. Creo que Walser enjuicia más el poder seductor de las paredes y no se termina de fiar de ellas. De hecho, él es más de aire y de exteriores. Aunque así podemos ver que ni uno encerraba totalmente a sus personajes ni otro los dejaba a la intemperie siempre. Coqueteaban con la dualidad. En “Un homme qui dort”, la película, no vemos el episodio cuando el protagonista se va al campo y vive unos días en casa de sus padres. Ahí, en el campo, hace largas caminatas:
“Tu te promènes encore parfois. Tu refais les mêmes chemins. Tu traverses des champs labourés qui laissent à tes chaussures montantes d'épaisses semelles de glaise. Tu t'embourbes dans les frondrières des sentiers. Le ciel est gris. Des nappes de brume masquent les paysages. De la fumée monte de quelques cheminées. Tu as froid malgré ta vareuse doublée, tes chaussures, tes gants, tu essayes maladroitement d'allumer une cigarette.
Tu fais des promenades plus lointaines qui te mènent vers d'autres villages, à travers les champs et les bois.” (“Un homme qui dort", pag 46).

Estaba leyendo el libro para encontrar si había alguna diferencia de percepción desde mi parte hacia la historia que escribe Perec con respecto a la película y concluí algo que ahora mismo no me acuerdo*. Además, me fijé más en un rasgo del protagonista: él es un chico de veinticinco años que al comienzo de ese ritual de encerramiento teme por la visita de sus amigos. Por tanto, era un chico hasta cierto punto popular que puede ser visitado en sus momentos de aislamiento. A mi creo que no me visitaría tanta gente; mucho menos veo a los personajes de Beckett siendo visitados por amigos. El joven de Perec al comienzo sí que piensa en sus compañeros y en que irán a buscarlo, en el ruido que hacen al marcharse cuando él no les abre la puerta y en que ya no irá al café para encontrarse con nadie. La rata en el laberinto de Dédalo, continuamente se dice de sí mismo.

Al leer el libro subrayo como mensaje principal la inutilidad de la indiferencia. El hacer o no hacer algo no cambia nada. Una conclusión que acerca a Beckett. La diferencia es que en el personaje de Perec aún sigue insistiendo con ciertos movimientos de aquí para allá, movimientos automáticos como con el 'billard électrique' (la maquinita como instrumento erótico) y lúdicos, creando juegos para solitarios con cartas, entretenimientos para matar el tiempo. En Beckett ya ni se intenta el movimiento. El fotograma que he puesto de la cama de la habitación en la otra entrada, por eso, para mi es mucho más beckettiano: “Just to wait until there is nothing left to wait for”. Eso sí, la espera. Pero el siguiente paso es la inactividad. Si este personaje, el de “Un homme qui dort” tuviera secuela, sería interesante ver cómo se da el paso hasta llegar a convertirlo en un muñón.

PD: Habrá una tercera parte de Perec, porque ahora leeré “La vida, instrucciones de uso”. Pero también tengo ganas de comentar el Cuarteto de Alejandría de Lawrence Durrell porque es una saga importante para mi y, aparte, un par de temas que no involucran a un autor o a una obra en particular y a muchos en general.


* este blog se acerca más a la prosa libre creativa que a un ensayo rígido y severo, por eso me puedo permitir este tipo de licencias.

jueves, 26 de julio de 2012

Ejercicios y soledad


Georges Perec.
Desde hace algunos meses que quiero escribir sobre él. Vengo anunciándolo en Twitter y aún no me sentaba a escribirlo... Es que vi “Un homme qui dort” y me quedé sorprendida. No había visto una película así, tan verdaderamente existencialista, que tanto me recuerde a Beckett o a Cioran. No recuerdo cómo llegué a Perec. No fue por Raymond Queneau, cuyos ejercicios de estilo me parecían simpáticos hace muchos años. En serio no recuerdo nada de cómo llegué a Perec; luego fui y me compré “Especies de espacios” un libro que era superficialmente lo que intuía que podía ser, aparentemente simple, de primera ojeada muy parco y sin anécdota. Todo lo contrario cuando se le presta atención, es esa clase de libros "engañosos" (conozco pocos libros así). En “Especies de espacios” le pones tú la anécdota: los barrios son tus barrios y las ciudades son tus ciudades, junto con sus vecinos y sus cafés. Me encantan los libros que hablan sobre paredes. Éste es uno de ellos. La parte de paredes y escaleras me gustan mucho, así como el borrador de carta y su ejercicio de “lugares”.


Es curioso que yo escribiera “Lo que no se nombra es el título” en una entrada del 27 de junio. Ahora que releo a Perec me parece que tiene mucho de él en cuanto al mecanismo que sigo: intento llegar a sensaciones que el lector puede compartir mediante la enumeración escueta de situaciones cotidianas (de lo que es 'misterioso' en lo cotidiano). Hay mucha labor del lector en todo esto.

Y cómo lo lleva al cine. “Un homme qui dort” es un chico que se rebela contra lo que se supone que tiene que hacer. Yo, personalmente, no creo que esté reflejando un día en el que cambia y decide ser de otra forma y no seguir yendo a clases, etc. Creo que relata lo que hace siempre, sus divagaciones y conflictos son de mucho atrás. Este chico tiene ansias de infinito, de trascender. Por eso la voz en off que relata su pensamiento no para, es una voz que relata la soledad, pero que por lo general es dulce (en el sentido de la melancolía). Hay un poco de spleen... pero se intercala con otros sentimientos como en una sinfonía. El chico empieza y acaba en su cuarto las noches, sale a la calle, pasea, devora su soledad.

El episodio que más me gusta es cuando se sienta en frente de un señor mayor. Cómo batallan en sus bancos. Se da por vencido y se da cuenta que no puede estar tan inmóvil como el señor ahí al frente. El joven, al fin y al cabo, es un jovenzuelo. Pero el estatismo, quietud y mansedumbre de su oponente es tal, que cualquiera que experimente la desazón del paso del tiempo o la irreversibilidad sabrá empatizar con este cuadro.


No todo es una soledad hermosa en este film. Aparece la rabia, la música que rasga y la voz en off que se enciende cuando se habla de los 'otros' como monstruos. Recuerda a la “Tierra Baldía” de Eliot, por lo menos a mí me lo recordó, aquello de “Ciudad Irreal, bajo la parda niebla de una madrugada de invierno un caudal de gentes vi pasar y siendo tantos, nunca pensé que la muerte llevara a tantos”. Así es como se describe a la humanidad. Unos monstruos, unos entes de carcasa. El protagonista sufre y lo quiere ver todo derruido, que todo se purifique. Como en la canción de Tool: “Aenima” cuando pide que un maremoto acabe con todo. Y así acaba la película. En medio de una ciudad devastada. Perec puede ser un posmoderno, pero en la sensibilidad es de los míos, de los de fines del XIX-comienzos del XX.  

lunes, 16 de julio de 2012

Los años en la Facultad de Filología

Tengo algunos temas de los que me gustaría hablar. Empezaré por el tema de la Facultad. Hace poco leí, gracias al link que me pasó Esther, una compañera filóloga, una de las entradas del blog de Alberto Noguera que trata precisamente sobre nuestros profesores y nuestra facultad en los noventa (pertenece a su serie "Memorias universitarias"). Alberto describía cómo eran esas aulas, esa comida, esas horas de clase. Dice que ahora el nivel ha bajado mucho, que él ha podido constatarlo al haber retornado a las aulas pero como profesor invitado... y en otra de las entradas asegura que ahora los filólogos que salen de sus aulas tienen de filólogo lo que él de ingeniero aeronáutico...

Lo que a mi me llamó la atención, al venir de una universidad sudamericana (la PUCP de Lima, que es privada) es que aquí en la facultad de Filología la nota de corte para entrar es baja, lo cual hace que mucha gente que no tiene vocación o no haya considerado como prioridad estos estudios, terminen haciendo la carrera. Otros, tienen ganas de ser profesores simplemente porque la mentalidad de "oposiciones y vida solucionada con una plaza para siempre" es la que les ha empujado. Veía cómo muchos de mis compañeros estaban atrapados en estas clases sólo para conseguir un título sin más. Algunos lo consiguieron y otros abandonaron. De quienes lo consiguieron otros tantos tenían aspiración de profesores de instituto y sacaban buenas notas para escalar en plazas y puestos y cosas así.

Hace unos diez años, que es cuando yo estuve comenzando las clases, Periodismo era una carrera muy demandada. Pero muchos de los que aspiraban a Periodismo se quedaron en Filología. Otro de los motivos para resaltar la ausencia de verdadera vocación literaria o lingüística, porque realmente la meta de estos alumnos no era estar ahí.

Pero no todo es de esta forma. Algunos compañeros de la resistencia formamos una generación (anémica) y nos dedicamos a escribir y a soñar por encima de todo. No necesariamente leíamos lo que se nos venía asignado, sino que seguíamos siendo como siempre: con nuestras lecturas de lo imposible y de lo no académico. Eso no se mide por notas, pero tampoco hablo de revoluciones ni de utopías, sino de un afán interior y una pasión por la literatura.

Alberto Noguera elogia a Joan Oleza (profesor a quien yo también he admirado por sus profundos conocimientos y clases bien organizadas) pero critica a Sonia Mattalia (no la tuve como profesora) y a Nuria Girona. Estoy en desacuerdo. No quiero pensar que las critica por ser mujeres (aunque en su blog se respira un poco el aire a misoginia, por ejemplo cuando habla de sus experiencias en Meetic) pero creo que no son rasgos negativos los que él enfoca como tales. Mis compañeros deben mucho a Sonia, le han rendido un homenaje hace poco y no ven en su afrancesamiento un rasgo ridículo ni mucho menos. La mujer era auténtica, lo puedo saber por la impronta que ha dejado en la facultad (y recalco: aunque no la haya tenido como profesora). Nuria, por otro lado, ha sido una profesora con mucha fuerza, con una visión que no imponía a la nuestra, pero que era una visión no de manual, lo cual se agradece. Nuria Girona evaluaba tu forma de escribir y de exponer tus pensamientos, evaluaba que fueran propios, reflexivos, sustentados. Ya podías tener todos los libros del mundo en la mesa, que la respuesta no iba a estar ahí. Por eso algunos la odiaban. Porque no podían hacerse chuletas de eso... a mi me encantaba. Como con Arcadio López Casanova, tampoco sabías cómo iba a evaluar si tenías los apuntes encima... Los exámenes que eran un reto eran los más apasionantes para mi. Lo contrario me hacía sentir como un loro que ensaya sus repeticiones. La literatura como la tabla del dos.

Pero finalmente escogí a Josep Lluis Sirera como mi tutor de tesis. Porque en el Máster pude conocerlo como profesor y es con quien tuve más afinidad literaria y artística. Creo que como guía y como depósito de sabiduría es el indicado y lo considero un verdadero artista.

Noguera en su blog, refiriéndose a Nuria Girona, dice:
Si se mira su historial de publicaciones se ve que ha publicado poco y de 1996 a esta parte apenas nada. Yo supongo que apretó un poco para colocarse como profesora titular y luego ya se ha dedicado a disfrutar de la vida.
Esto de las publicaciones universitarias, al menos en filología, es un poco cutre. No piensan: "¿qué podría aprender que fuese útil para mi disciplina?". Lo que piensan es: "¿cómo podría conseguir que me publicasen algo y así sumarme los puntitos para sacarme la plaza?".
No estoy de acuerdo. Todo lo que pueda ser útil para su disciplina no se mide por publicaciones. Un profesor excelente no es el que acumula más y mejores publicaciones ni el que tiene mayores méritos académicos, sino aquel que por su forma de sentir la literatura te la sabe transmitir. A lo mejor un profesor es capaz de nutrirse en su vida privada de muchas más y mejores lecturas que plasmará en sus escritos y no en publicaciones para sumar puntos. Es una contradicción señalar como falta el hecho de tener pocas publicaciones y luego criticar que sea un trámite. ¿En qué quedamos? Si es un trámite no deberíamos valorar esa cuestión, sino otras. Las menos artificiales.

Así como podemos sacar algo positivo de todas las personas yo he sacado beneficio de todo tipo de profesores. Qué fastidio si todos tuvieran la misma forma de presentar sus clases. Algunos seguimos sin entender cómo profesores como Julio Alonso Asenjo salían mal calificados en las encuestas. La culpa, creo yo, es de los alumnos que no saben buscarse la vida por sí mismos y quieren que les den todo masticado y deglutido. Y cuando se topan con un profesor que no es convencional o es un poco irreverente (porque no dictan los apuntes, o tienen un nivel de exigencia superior, por ejemplo), se colapsan y no pueden pensar.

Pero a mi me gustaba mucho ir a clases...

lunes, 9 de julio de 2012

Sobre pérdidas y vacíos repentinos

El otro día comentaba con mi amiga Neus, cómo ahora, en la treintena, aparece un sentimiento maternal que no teníamos antes. Es algo muy normal y sabido por todos, que se trata de una llamada de la naturaleza a la procreación. Pero ese vacío que deja en las mujeres que no somos madres, el vacío de "lo que nos falta" es más que sobrecogedor algo que asusta; en mi caso porque siempre tuve una extraña aversión hacia los bebés en particular. Que se despertara esta llamada ha sido como si sufriera una menarquia espiritual.

Y hemos comentado cómo solo las mujeres podemos sentir este tipo de vacíos. Julia Kristeva en "Sobre la extrañeza del falo o lo femenino entre ilusión y desilusión", en el cual habla sobre el falo como significante de privación, afirma:

"es decir una mujer que ha dado su niño, se vació de él, se separó de él. Sin embargo, no es como un desequilibrio de la identidad, ni como una estructura abierta es percibida o vivida la maternidad a menudo, sino como una completud"
Quizá es por eso que sólo las mujeres puedan crear imágenes como éstas, las de Wislawa Szymborska, muy propias de una mujer de una cenestesia a un nivel más que femenino, sufriente:

Discurso en el depósito de objetos perdidos

Perdí algunas diosas en el camino de sur a norte,
y también muchos dioses en el camino de este a oeste.
Se me apagaron para siempre un par de estrellas, ábrete cielo.
Se me hundió en el mar una isla, otra.
Ni siquiera sé exactamente dónde dejé las garras,
quién trae mi piel, quién vive en mi concha.
Mis hermanos murieron cuando me arrastré a la orilla
y sólo algún huesito celebra en mí ese aniversario.
Salté de mi pellejo, perdí vértebras y piernas,
me alejé de mis sentidos muchísimas veces.
Desde hace mucho cerré mi tercer ojo ante todo esto,
me despedí de todo con la aleta, me encogí de ramas.

Se esfumó, se perdió, se dispersó a los cuatro vientos.
Yo misma me sorprendo de mí misma, de lo poco que quedó
de mí:
un individuo aislado, del género humano por ahora,
que sólo perdió su paraguas ayer en el tranvía.


Del sufrimiento también habla Kristeva cuando se refiere al masoquismo femenino:
"¿El misterio último, sería el dolor? Si existe una resolución del masoquismo femenino pasaría tal vez por la resolución de lo que he llamado el Edipo-bis: asunción de lo fálico y su recorrido en la presencia real del niño, y reconcilia- ción con lo antifálico irrepresentable de lo materno preedípico, así como del prelenguaje. "

No hay retorcimiento si es que se relaciona con el lenguaje: estoy de acuerdo con el análisis que hace Emilia Trejos en "Julia Kristeva o el retorno a la madre" del logos pre edípico:

"en el monólogo interior se quiebra el Logos y, por tal fractura, logra instalarse la ilogicidad y el fluir de lo reprimido."
Pero éste es otro tema. O quizá no. La voz poética femenina, tan fácilmente dada a la melancolía y a la sensación de paraíso perdido, recurre al fluir de lo reprimido, a esta irracionalidad tan desgarradora.

Y yo, pues, ¿con qué frase me quedo con respecto a todo esto? yo pienso en el verso de José Watanabe: "Es falsa esta mudanza de plumas, pero mi hijo será hermoso". 

miércoles, 27 de junio de 2012

El animal más veloz no alcanza a descansar debajo de su sombra

Cuando empezó a inquietarme la cuestión del tiempo, le pregunté a mi padre cómo pasaba el tiempo para él. Por entonces sabía que si convivíamos en el mundo personas de todas las edades tenía que ser por algo, por ejemplo, para que nos recordaran con su sola presencia que también llegaríamos al estadio en el que están ellos. Es algo tan obvio, pero era muy difícil intentar absorber esta problemática por nuestra cuenta. Por eso le preguntaba. Y mi papá respondía que cada vez pasaba más rápido.

Yo recordaba siempre esto que decía mi padre. Y lo recordaba como algo ajeno a mi. Para una persona de siete años el tiempo de verano a verano se hace infinito. Yo esperaba las Navidades y el verano (que en Lima se daban juntos) como algo que llegaba tras duras penas (las del colegio). Y un día se hacía excesivo, una hora de clase se hacía infinita. En la universidad las horas no se hacen tan infinitas como en la época de colegio. Y no porque las clases sean más divertidas, sino porque nos queda menos tiempo, cada vez más cercanos a lo que decía mi padre.

El tiempo no pasa para todos por igual. Recuerdo cuando iba a pasear al parque con mi mamita Alicia. Tenía tres o cuatro años. Íbamos cada una con nuestras cestitas de colores, iguales pero la mía más chiquita. Al volver comía y me daba de comer a la boca por simple pereza mía. Recuerdo un ladrón que le robó la cartera una vez. Vino y se fue corriendo, creo recordar su ropa, pero no estoy segura de si es parte de la reconstrucción que he hecho en el transcurso de mi vida. Yo podría ser otra persona y pasear con esa niña en el parque. Y la niña que fue mi mamita Alicia podría ser otra persona que la que paseaba conmigo. Tenemos recuerdos que podrían ser de otras personas. Hasta qué punto es éste el cuerpo que tengo si luego va a secarse y hacerse tan diferente. ¿Es porque es el que tengo “ahora”? ¿Cuál de todos los cuerpos y rostros que he tenido y tendré será el que me defina, el que tenga que ver más conmigo? ¿Debo presuponer, pues, que hay una esencia o más de una? ¿Y entonces es el cuerpo el que delimita la persona que soy? ¿Hay estados en los que se mantiene la persona en dos momentos físicos diferentes? ¿Hay alguien que siga siendo la misma persona que cuando medía menos de metro y medio? El tiempo presente antes, cuando paseaba por el parque, podía ser aprehensible y ahora, como revelan estas interrogantes, no lo es.

Es fácil responder ligeramente a este tipo de preguntas, como por ejemplo, a la de si es el cuerpo el que delimita a la persona que soy, se puede decir muy precariamente: “no, es tu mente”. Pero la mente también se ve variable con el transcurso del tiempo y muchas veces renegamos de quienes fuimos precisamente por culpa de nuestra mente. Podemos coincidir en que hemos sido muchas personas, ya que hemos tenido muchos cuerpos, muchas caras y muchas mentes. Todo este tema adquiere una gravedad de pesadumbre si es que no vemos un hilo conductor entre estas esencias (esencia como la del perfume, la gota de concentrado de cada una de nuestras etapas). O depende de cómo nos lo tomemos. Persona significa máscara. Esto de ser varias personas puede ser algo muy circense y danzarino; es muy aburrida la inmutabilidad. Así, nos reconciliamos con el tiempo.


Lo que no se nombra es el título


La línea delgada que te arrulla en la fiebre.
Un Cristo tumbado en el suelo para ser adorado.
Un enano con gafas en el autobús.
El sudor de la mano que estrecha a la tuya.
Un centro comercial que se está arruinando.
Mirarse los pies con un desconocido en el ascensor.
Cualquier libro comido por polillas.
Una colección de fotos tamaño carnet que parece retratar distintas personas,
pero es la misma.
La aparición del Presidente de la República en todos los canales.
El olor a pimienta en perfume de varón.
Cualquier retrato de Dios con barba, un triángulo sobre su cabeza y dentro del triángulo una paloma.
Shostakowicz cuarteto de cuerda número 8.
Los muñecos de yeso que representan duendes en los jardines.
Una mandrágora, un jengibre, una trufa o cualquier tubérculo, seta o ser telúrico que parezca un muñón.
Las canas o calvicie en la cabeza amada.
Un gato debajo de una mesa en una cocina vacía.
Un señor en silla de ruedas avanzando lentamente, moviendo las ruedas con sus manos y recorriendo un salón amplio, solo.
La ropa de dormir de tus abuelos.
Los juegos con tiza en el suelo tipo “Rayuela” o “Mundo” en el año dos mil y algo.
Una compresa limpia abandonada en la calle.
La televisión encendida toda la noche en una habitación en la que nadie duerme.
Los huesos de pollo que quedan tras las comidas de personas adultas.
Las formas ahuevadas u ovaladas de entre todas las formas geométricas.
La neblina de Lima a las siete de la mañana en época de colegio.
Una pecera abandonada con un poco de agua muy verde.
Cualquier pez que no esté nadando.
Los sótanos y los áticos.
Un artilugio que venden en los sex shops para ponerte la nariz como la de un cerdito.
Un erizo cruzando la calle, junto a un descampado, por la noche. Un erizo, no una rata.
El parhelio cuando es llamado “chien du soleil”.
La entrada de la novia en la boda y que todo el mundo se gire.
La danza del derviche tembloroso.
Las venas en alto relieve.
Los que se sientan delante de las puertas de sus casas en un banquito o silla que han traído expresamente para ello.
La cornucopia. No sólo el referente al que señala, sobretodo el sonido de la palabra.
El soñar con manicomios o con caracoles.
El volver a una casa de la infancia y que parezca una casa de muñecas.
La frase bíblica “La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular”.
El olvido de cada momento sin importancia en el que retas a la memoria proponiéndote “recordar este momento aleatorio”. No se puede engañar a la memoria.
El pensamiento, que se parece a cualquier otro pensamiento diurno, mientras buceas en una piscina.
El momento nanoinfinitesimal que empuja a la normalidad con dedos de vidrio, antes de que se produzca el accidente.
Las celebraciones en las que te escondías en el baño.
La alegría de la que todo el mundo se escandaliza. La alegría sin pizca de tristeza, la de la gente vulgar.
Los momentos de ensoñación con uno mismo en los que parece que no estás solo porque te has diluido.

miércoles, 20 de junio de 2012

Anécdota y forma




Quiero opinar sobre una entrada del blog de mi amigo (aunque él no cree en los amigos) Germán Piqueras. Pero como es una reflexión un poco extensa la voy a desarrollar aquí. Creo que entiendo a Germán y ahora sé por qué subió aquellos videos de chonis leyendo sus poemas. Pero no opino como él. Yo definitivamente valoro mucho más otro tipo de poesía y no la que él defiende. Sé que cada uno podrá tener su propia poesía y que se puede encontrar poesía en cualquier lugar, de acuerdo a la sensibilidad de cada uno. Pero soy una fan de la forma. Y no puedo deleitarme con la música que salen de las palabras de un obrero que viene cansado de una larga jornada laboral, lo siento (a menos que ese obrero, tras una larga preparación, sea un maestro de la forma, por qué no). Pero reivindico el valor de la forma, de la estructura y de la disposición; de la belleza de sus sonidos más que de sus sentidos y del misterio al que juegan ocultándonos el referente. Para escuchar interesantes historias me quedo con mi abuelita. Claro, ¿qué diferencia a Juan Rulfo de la abuela o tía que le contaba las historias? Va por ahí.

Pero hay un punto en que la calidad retrocede y deja paso a la verdad: al verso aparentemente mal escrito (mal escrito ante el erudito) pero que cuenta mucho más, porque en esas palabras hay rodillas desgastadas, olor a lejía, uñas carcomidas y felicidad, una felicidad eterna por el simple hecho de escribir. Creo en esas poetisas, en esos poetas, en esa poesía. La demás me puede gustar, mucho. Pero jamás me podrá conmover, por eso alzo la figura de Poe, los goles de Rivaldo…”

Afirma Germán. Y asegura que la forma es incapaz de conmoverlo. No puedo estar más en desacuerdo, es precisamente la forma la que a mi me trastoca y me deja deseando más. Como con el juego de Joyce, o el de Celan, por citar a grandes maestros de la palabra. Los subterfugios son necesarios a veces, el símbolo y la música, la belleza, la armonía... La labor del escritor es lo que nos contaba Pavese: un oficio, el oficio de poeta. Veinte por ciento de talento y ochenta de arduo trabajo de ensayo y error, de borrar y borrar, de dominar las apetencias y centrar la razón. No dejarse llevar por impulsos, cual adolescente quinceañera que vomita en su blog. Lo siento, pero es así para mi. En la adolescente se encontrará morbo, se encontrará la anécdota, pero no la forma. No si lo que la domina es la pasión y no la escritura en sí.

Hay tipos y tipos. Está el escritor de manos Sanex escribiendo en teclado Mac, como dice Germán. Está también el escritor viejuno que tiene amigos poderosos y escribe cualquier cosa de acontecer histórico y dinerito al bolsillo. Por otro lado están los mil que quieren sentirse escritores sin la preparación de toda una vida. Es tan fácil; tan a la mano se brinda la ilusión de escritor, casi como coger un ordenador y ponerte a escupir versos al tuntún. Cualquiera lo puede hacer, ¿no? Y por otro lado estamos los que hemos estudiado largas carreras, másters y doctorados por amor a la literatura y sobre literatura y que trabajamos en cualquier cosa, por mantener vivo nuestro amor. Y quizá lo consigamos, quizá no. Pero como digo, hay tantas variedades de escritor... que lo único en claro es que los monstruos de la naturaleza vivían en, para, por, según... la literatura.

Por cierto, lo que pongo a continuación es un dibujo que he hecho en el trabajo. Es una pareidolia: se ve las cortinas (ojos), el cable de mi lámpara (silueta del perfil y nariz), el alargador con el enchufe conectado (boca):