El
mundo de
Sylvain Chomet
es el de mimos, funambulistas, ventrílocuos, payasos tristes y
magos. En medio de personajes del mundo del arte, del teatro y del
folletín, construye historias tan reales que si no se tratara de
dibujos animados podríamos creer que estamos viendo un drama (por
momentos). Viceversa, cuando trata personajes reales, los dota de
elementos mágicos. Así, la visión del arte que podamos tener a
través de su mundo siempre tendrá un tipo de engranaje que nos
permite seguir soñando.
Aunque
es difícil en un contexto en el que el arte va dejando de tener
cabida en el entretenimiento. Así empieza “El Ilusionista”,
último largometraje de Chomet, con el ocaso. Las salas
vacías, el ser sustituido por modas juveniles, buscarse otros
trabajos más humildes, para públicos más reducidos. Pasar de ser
el centro de atención a un mero acompañamiento en bodas, algo
exótico.
Si
voy a hablar de tristes, este director se puede merecer un puesto de
tristeza bella en medio de mi colección. De hecho, ya lo había
obtenido cuando vi por primera vez el corto de "Paris Je
t'aime", el de los mimos, al presentar la tristeza con una
elegancia sin-igual y, al mismo tiempo, con la delicadeza de los
colores. Porque la tristeza de Chomet
no es en blanco y negro como con el estatismo y agriedad de otros
tipos de tristeza (que puede estar muy bien para transmitir desgarro
y penas más intensas, no tan melancólicas) y entonces logramos
entrar en la parte de la pena que es alma, la que crea y da a luz.
Como los mimos, de los que nace el amor o como las trillizas, que
continúan brindando sus cantos.
"Les
triplettes de Bellville" es el primer largometraje de Chomet
y pude verlo en pantalla grande en la filmoteca de aquí de
Valencia. Me resultó muy amena esta película, tenía toques
surrealistas (cómo se convertía lo del ruido del tren en algo
onírico, hasta la comida de ranas bombardeadas tenía un toque
surreal...) y de sueño en medio de lo cotidiano. Aquí ya
encontramos personajes del mundo del espectáculo en el ocaso de sus
vidas y carreras (de los escenarios a los cubos donde se calientan
los 'clochards' debajo del puente).
Antes
de las trillizas, vi en youtube “La vieille dame et les pigeons”
y me cautivó. El tema es muy curioso: un hombre que se percata de
una mujer que adora a las aves y las ceba de comida en el parque. El
hombre se disfraza de gran paloma y va a visitar a la mujer para que
ésta lo alimente también. La gracia de los movimientos y
gestualidad es algo de resaltar en este director, ya que en todas sus
obras el diálogo es pobre o inexistente (pero cuando aparece, es
necesario e igual de brillante que sus otros elementos). Me gustan las películas en las que los protagonistas son grandes amigos que hablan diferentes idiomas y son grandes porque su comunicación es sin palabras. Ésta es una película de esas.
“El
Ilusionista” se inspira en la obra y persona de Jacques Tati.
De hecho, el protagonista lleva su nombre completo: Tatischeff.
Sabemos que fue la hija de Tati la que encargó a Chomet
la tarea de llevar a su realización esta idea que se había quedado
hasta el momento en manuscrito. La imagen de Tati es reflejada
tal cual en el dibujo y se encuentra cara a cara con el Tati
original, imagen grabada y en movimiento, cuando el personaje de
Chomet entra en un cine.
El
protagonista se ve obligado a emigrar para hacer su espectáculo y
aterriza en Edimburgo. Ahí no se le quiere separar una adolescente
ingenua que piensa que no le faltará de nada con aquel, para ella,
ser mágico y viajan juntos a su nueva casa. La chica, de campo y
pobre, ve en la ciudad un nuevo tipo de vida que la seduce y poco a
poco quiere más lujos para vestir. El ilusionista se ve en la
necesidad de trabajar fuera de tiempo para poder pagar los caprichos
de la chica. Prefiere trabajar de cualquier cosa antes que revelarle
que los magos no existen y que él no hace aparecer las cosas de la
nada, que 'simplemente' es un fingidor y un artista de las
apariencias y de la ilusión. Hasta que descubre que la chica se ha
enamorado del vecino y que ya no lo necesita demasiado como compañía
y soporte. Y se va, previa nota amarga, como varios apuntes amargos
hay en la película; todos ellos constituyen mis momentos
predilectos, porque como he dicho, es una amargura sutil que hace de
la injusticia vital un bello poema.
Son
imborrables las imágenes del muñeco del ventrílocuo en el
escaparate, siendo continuamente rebajado, hasta que llega un momento
en que la etiqueta pone que lo regalan, porque nadie quiere un muñeco
como ese... y el ventrílocuo en la mendicidad, sentado en la esquina
de una escalera como otro muñeco completamente abandonado. O el
payaso que siempre está al borde del suicidio. También es
significativa la aparición de una niña humilde que recuerda a cómo era
la chica que ahora pasea como un maniquí de escaparate, representando la imagen de un
espíritu limpio antes de los aderezos de presunción en la sociedad.
Nostalgia
silenciosa es la de Sylvain Chomet, donde las historias
tristes son de colores.
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