martes, 20 de octubre de 2015

Tango de Satán y Beckett

Sobre el dorso él irá cara al cielo renacido sobre él las ruinas las arenas lejanías. Aire gris sin tiempo tierra cielo confundidos mismo gris que las ruinas lejanías sin fin. Renacerá el día y la noche sobre él lejanías aire corazón relatirá. Refugio cierto por fin minas esparcidas mismo gris que la arena.

Quimera luz nunca fuera más que aire gris tiempo ningún ruido. Lejanía sin fin tierra cielo confundidos nada móvil ni un aliento. Lloverá sobre él como en tiempo bendito azul nube pasajera. Cielo gris ni una nube sin ruido nada móvil tierra arena gris ceniza.

sábado, 17 de octubre de 2015

En otoño reblandezco

Duermo con calcetines incluso en verano porque sufro de pies fríos.

Tengo también las manos muy frías. Mi mamita Alicia me decía "manos frías amor de un día, manos calientes amor permanente", mientras me las intentaba calentar.

Sigo pensando que el gato es el animal del demonio. Así como el violín su instrumento.

Mi única superstición es la de que si dices algo en voz alta (o en pensamiento fuerte) luego ya no se cumple.

No me decido entre arpa y clavicordio.

A veces quisiera volver a las palabras simples del texto que le dicté a mi padre cuando tenía tres años, decir "y quiero que me hagas caballitos todo el año" y que un año se recupere como sinónimo de infinitud.






jueves, 8 de octubre de 2015

Cuento a lo Faulkner

Basado en un cuento tradicional alemán, así empezaba a veces el Cuentacuentos de Jim Henson. Pero soy sudamericana y mis historias por más que intento hacerlas serias y hasta cierto punto hieráticas alguna vez... me salen a lo real maravilloso mezclado con reguetón, muy chicha (la cultura pop del extrarradio peruano). Mi idiosincrasia, pues, se impone, y ayer leyendo algo de Ricardo Piglia (Respiración artificial) suscribí completamente un comentario que decía algo así como "nunca nadie hizo buena literatura con historias familiares". Es verdad, pero también reconozco que para todos deba sernos atrayente y un reto tentador intentar no caer en un Cien años de soledad, que es lo mismo que decir en un bucle ya conocido.

Todos tenemos familias y todos hemos escuchado (quizá no todos, pero si saben que te dedicas a las letras puede que te lo digan más) lo de "esto es tema para escribir un libro". Anécdotas familiares a montones. No hay una que destaque encima de otra, supongo que en todos lugares se cuecen habas. Por eso siempre defiendo la forma frente al argumento.

El hecho de que yo quiera cogerme a este tipo de material peliagudamente literario me lleva a justificarme por medio de la ensoñación, lo que siempre hago. Y ahora estoy en una etapa de fantasía futurista en la que sueño viva y despierta y muerta y dormida con mi otra vida de señora mayor. Porque yo podría ser ya una señora mayor, solo que aún no me he dado por aludida.

Cuenta la leyenda que la hermana de mi abuelita Eva no quería tener hijas, sino un hijo. Le había puesto nombre y todo, contaba los días para que naciera y hablaba de su hijo en presente, como una realidad patente, que estuviera ya fuera de su útero. Pero nació mujer y de no poder soportarlo se volvió loca. Tuvieron que ingresarla. Con este tipo de anécdotas (hay muchas más) me crié y al no gustarme los bebés no me preocupó esta historia en especial. Pero he aquí que con la treintena se me despertó lo que no creía que tenía y empecé a soñar con un hijo... varón. El temor a volverme loca al no conseguirlo se presenta como un quiebro frente a mi y a veces como un dedo que me apunta muy largo.

La mitología griega nos habla de las Grayas, hermanas de las Gorgonas, y eran tres ancianas de pelo gris, que compartían un solo ojo. Recuerdo que cuando vi el capítulo de Perseo en "El Cuentacuentos" me fascinó esa parte, cuando se encuentra con estas tres mujeres tan interesantes. Así que el otro día pensé en reconciliarme con la idea de unas hijas, porque unas descendientes mías de esta forma sí que las podría ver... Temor, Horror y Alarma, eran las Grayas, como tres nombres mágicos para ser sucesoras de una madre que se llama Infausta y que tiene Pavor escrito en sí misma (o sea encajan perfectamente en la mitología que tengo de mí misma, mi imaginario vital). Las Grayas parecían malignas y asustaban un poco, pero al final sólo era el morbo de lo desconocido, como todo lo que nos fascina teratológicamente. Vivían en un lugar oscuro, como es mi casa. Las imagino siempre mayores, como lo fui yo, como cuando era niña y ya era una anciana. Saldrían a su madre, claro. Y me cuidarían en la vejez, postrada en mi cama y ellas, Angustias, Mortificación y Dolores (así se llamarían las mías, mis grayas particulares) harían las diligencias con mucho cuidado de los niños que las señalarían por hurañas y, quizá, brujas. Mi casa, lugar en el que la risa estaría proscrita. El número tres, un número mágico con el que se ha jugado desde siempre.




sábado, 3 de octubre de 2015

Romances y canciones populares antiguas (segunda parte)

Cuando era chiquita, con tres y cuatro años, mi abuelita Eva me enseñaba canciones que ella misma aprendió cuando era niña (nació en el año veintinueve, así que sería en los años treinta). Las cantaba yo en fiestas de cumpleaños cuando hacían concursos y de esa forma gané algunas colecciones de cuentos que me gustaban muchísimo (una de esas colecciones tenía las portadas con una parte de holograma 3d que se movía y cambiaba de imagen). Antes de aprender a leer me gustaba mirar largo rato las imágenes de estos cuentos, mi madre dice que me gustaba especialmente la página en la que salía el escudero probándole el zapato que había perdido la Cenicienta, y que no quería que me cambiaran de página y quería esa. Creo que era por la cara del paje ese, los vestidos que llevaban ahí, el contraste con el vestido de la Cenicienta y el zapato de cristal en sí mismo. Las imágenes eran como fotografiadas de muñecos de tela reales y al tener tantas texturas era apasionante quedarse mirando y completar la historia mentalmente.
Pues, las canciones las recuerdo perfectamente y ayer, treinta años más tarde, las he vuelto a cantar con mi abuelita. He buscado por internet y no he encontrado referencias a la del señor Merengue, pero para la del señor don Gato hay algunas versiones diferentes a las que me enseñó mi abuela.
También me tarareó una canción japonesa que le enseñaron en el colegio, pero sería imposible buscarla, porque es algo así como po-po-po...
Es muy interesante preservar la tradición oral... anotármelo por aquí para no olvidarlo y cantar las melodías a mis sucesores.

Estaba el señor don gato sentado en su tejado
calzando medias de seda y zapatito calado
pasó la señora gata con sus ojos deslumbrantes
el gato por arañarla cayóse del techo abajo
rompióse media cabeza y descontorsóse(?) el brazo
llamaron a los doctores y también a los escribanos
y así murió el pobre gato diciendo miau miau.

Me dicen Merengue yo no sé por qué
si es por mi elegancia o por mi chaqué
cuando voy al cine todos me gritan en ovación:
"adiós Merengue por tus ojitos
y tu figura, tu maniquí,
tus bigotitos y tu carita
de alta moda a lo marchí".