Me acordé de mi con diez años llorando y rezándole a un santo porque creía que mis notas del colegio habían bajado. Ahora sonrío porque ese problema que se me ha quedado grabado, ya que mi cerebro lo consideró importante, es tan ridículo... y ni siquiera es un problema porque podía tomarme en serio el deber, hasta más que a mi misma. Me gustaría poder invertir mi estado actual con el de aquel entonces. Le habría sacado mucho provecho al estatismo este, seguro que habría sabido qué hacer con él.
Esta mañana
Me doy cuenta de que todo lo que estoy haciendo este mes, estas dos últimas semanas más precisamente, tienen que ver con la reflexión sobre el canibalismo. Viene y se me posa encima de los papeles y de mis ojos. Es curioso, que lo que esté leyendo e investigando sea una novela que trata este canibalismo ("El entenado", de Juan José Saer, además de otros temas trata el canibalismo... es normal que al ser un rasgo morboso de la historia se me quede revoloteando más que otros) y la serie que esté viendo ahora (cuando yo nunca veo series) sea la de Hannibal, y en las imágenes se dan platos preparados de supuesta carne humana, muy bien decorados con música de clavecín de fondo o de theremin y piezas tipo el Aria de las Variaciones Goldberg o la Balada número 1 de Chopin... El dilema de la carne es una patada a mi debilidad.