martes, 14 de julio de 2015

Autosuficiente decadencia y algunas nomatofilias

A veces me pongo a pensar en lo obvias que se nos dan algunas asociaciones que, sin embargo, no deberían de ser tan obvias y, por el contrario, hay un todo que pasamos por alto, y que sin embargo está ahí.

Lo obvio no es tan obvio y lo desapercibido es más real que lo que se nos muestra. Pienso que la importancia está debajo, aunque no quiero ponerme en plan cursi como con razonamientos del tipo Principito “lo esencial es invisible a los ojos”, no va por ahí, aunque puede que coincida en algunos aspectos.
Coincido con el hecho de que muchas personas se nos presentan como objetivamente armónicas, estéticamente proporcionadas... hasta que hablan, se mueven y gesticulan. El movimiento y el tono de voz producen en el conjunto la impresión de lo que está debajo: lo que se guarda dentro de un cajón que está decorado con pinturas de colores por fuera.*
Eso tan sólo para el trato cotidiano, una primera toma de contacto ya nos hace percibir este tipo de rasgos. A veces no sabemos qué pasa, pero hay algo que “no va” y es ese algo de la misma naturaleza que los suspiros, pero sin su materialización. Cuando algo no va se aleja como un suspiro, de dentro hacia arriba y afuera. Es devuelto al aire en forma de aire y deja su inutilidad junto con el olvido. “Ya no hay más pasión que la indiferencia” sonreiría giocondamente de fondo un Gamoneda sin eco, más bien como un hacha. Todo eso es muy simpático, no hay dramas. Lo terrible se produce a la inversa: cuando hay algo que no sabes qué es, pero sí... todo encaja. Cuando todo encaja es extraño y no te preguntas demasiado. Triste utilidad preguntarse demasiado -uno piensa- mejor abandonarse a estos remedos de magia.
Todos sabemos cómo acaba.
Los magos no existen.

Pero ese no es mi tema. Yo no hablo de magias ni intento explicarlas, se me da fatal escribir sobre “cosas bonitas” (y soy fervorosamente fiel al tema infausto de mi blog, que es todo lo contrario). Vuelvo a la primera línea y ahora me toca explicar la segunda parte de la frase: el todo que pasamos por alto y que sin embargo está ahí.
Estoy pensando obsesivamente en la palabra “decadencia”. No tengo ni diccionarios ni internet a la mano, así que si intento ponerme literal, mi intuición indica que decadencia originalmente hace referencia a lo que cae, a una lentitud y a la manera en que algo cae. Lo decadente evoca decrepitud, mortandad, sequedad, acritud, etc. Pero un día me levanto y pienso que en ella está toda la música. Sin querer auscultar en diccionarios ni en libros, lo decadente más allá de sus referencias pictóricas, literarias y estilísticas me importa por la música en sí de la palabra que se erige ella contra todo lo demás. Decadencia es la forma de lo suficientemente fuerte y rotundo como para autodefinirse por su música, sin ayuda de etimologías. Creo que varias veces en mi vida he enfermado de nomatofilia, y ello me ha llevado a estamparme palabras como si fueran enteras consignas. Me fío de ellas. Se me aparecen en sueños con colores o con acertijos y les hago caso. Me las tatúo. Las pienso y las vuelvo a pensar a lo largo del día. Les creo canciones. Intento pintarlas con mis dedos y con otros colores menos acertados de los que ellas mismas me muestran. Decadencia. Ya se me ha aparecido varias veces, la quiero como a ella misma, el valor que les doy es a cada una un valor diferente. Como el amor que dicen las madres que tienen hacia sus hijos diferentes. Pero no son mis hijos. Tampoco las adoro, ni siquiera las venero. Me obsesionan, las pienso, luego se van. Vuelven por la puerta de atrás, las miro y las vuelvo a decorar. Decadencia se tumba, no se enrosca, es alargada como su nombre, es enferma, lánguida y de tules. Lleva muchos trozos de trapo, estos sí, enroscados en sus pies. Arrastra las telas con una levitación imperceptible. No se maquilla, solo espera. Y a pesar de que no se esconde nadie la suele ver.



*En “La conciencia de Zeno” de Italo Svevo hay un dilema que tiene que ver con la importancia de los gestos, pero también con todo el tema de las asociaciones curiosas. Es en esta novela, creo, y en otras (“Mujeres enamoradas”, quizá, o algún cuento de Walser, no lo sé, en literatura es un tema que suele aparecer cuando se trata de amor) donde vemos cómo al conocer al hermano del ser amado, siendo éste menos agraciado que el depositario de nuestros deseos, de pronto los gestos que antes amábamos se ven mancillados por la distorsión que sufren en el sujeto recién conocido (he masculinizado al ser, sin embargo en literatura suele hablarse de esta característica desde la voz masculina refiriéndose a mujeres). Las asociaciones son las culpables, pues, de la apreciación menos objetiva de nuestros seres queridos.