sábado, 26 de octubre de 2013

¿Y si hubiéramos sido amigas, Samantha Berger?

¿Y si hubiéramos sido amigas?

Últimamente la recuerdo, como si lo hubiéramos sido. O como si la hubiera conocido, aunque sea. En cierta forma, siento que sí la conocí. Compartimos el espejo del baño varias veces, cuando se delineaba los ojos de negro. Las chicas solían decir que "así cualquiera..." que con esa pintura todas podíamos llamar la atención. Samantha vestía de negro, solía llevar falda larga, pelo larguísimo... contrastaba con su piel y se acentuaba todo con la delgadez de nínfula de acero, imperturbable en su mirada y lejana, sobre todo.

"No procede", dijo una vez a mi lado. Era tan seria para los que la veíamos pasar. Era una persona que no terminaba de pasar, digamos que la gente pasa, entra y sale, se mueve, se posiciona en uno y otro lugar y desaparece. Ella no terminaba de pasar porque siempre estaba, se quedaba algo, silencio de mujeres dormidas a su alrededor.

Claro que los chicos por los que yo hubiera anhelado algo de atención la miraban con deseo. Pero la gente decía -y era verdad- que ella prefería a las chicas. Otro motivo más para verla como lo escurridizo, casi como una musa etérea.

Todo el mundo conocía su nombre en la facultad. Han pasado trece años, catorce a lo mejor. ¿Qué buscabas en Viena, Samantha? Creo que precisamente 'acero' es una palabra que hubiera definido muy bien a la imagen que tengo de ella (a ella no, a ella no lo sé, porque no la conocí). Ahora empiezo a recordar ciertas intervenciones suyas, coincidimos en muchas clases... Creo que pienso en Samantha porque es mi puente entre los grandes poetas peruanos que murieron trágicamente, ontalgia que se derrama de lo gris de nuestro entorno, y la cotidianidad de mi vida adolescente, en los albores de mis estudios universitarios, cuando se gestaba en mi la apertura: primera habitación el entorno pijo-estudiantil cerrado, a una segunda habitación más amplia, crisol de otros tipos de personas, que vienen de otros entornos. Ahí.

Mi primera apertura.

¿Y ahora? Hay cierta conexión. La serenidad tras comprobar que nada nuevo puedo encontrar. Que quizá todo lo que venga sea una repetición disimulada de lo anterior. Para cierto tipo de espíritus esto es demasiado.

Las mujeres son más discretas a la hora de morir. Los hombres suelen ser más hardcore, no se contentan con morir, sino que quieren explotar, dejar manchas, dejarlo todo perdido... hacer de la muerte un acto de exhibición, como una performance. La mujer suele salir por la puerta de atrás, salta, se toma una pastilla, desaparece detrás del decorado, hace mutis por el foro sin que eso signifique gran cosa...

Otro compañero incendió su cuerpo. Como aquel del que habla Santiago Rocangliolo en su cuento. La facultad de Letras de la Católica ha incubado una ontalgia que lleva a la acción, puede ser. Los que se van sirven de precedente a las nuevas generaciones. Nuestra tristeza es un rasgo que a algunos les parecerá censurable, otros admirarán, pero desde luego, no es menos significativo que tantos nombres de los grandes se hayan visto marcados por la tragedia.

He nevado tanto para que duermas.


miércoles, 16 de octubre de 2013

la foto que no hice

Hoy he vuelto a recordar la foto que quise hacer. Cuando estaba por entrar en mi casa y tuve que detenerme, delante de mi, cruzando la calle estrecha, estaban el señor mayor y el perro pequeñito. El perro metía y sacaba la pata, sorprendido y muy inquieto. Lo que se formaba entre ellos era una bola de polvo, pelusa y porquería de la calle, todo eso había hecho un remolino con trocitos de papel de colores muy brillantes, que habían sobrado de alguna boda, pero que junto con la mierdecilla había cogido cuerpo y se agitaba muy uniformemente. Habían formado una entidad compacta y rápida con un agujero central como un donut. El señor sujetaba al perrito con sonrisa pero hipnotizado, evidentemente, por este hecho sobrenatural. El perrito no paraba de intentar unirse a la bola, no con sus patas traseras ni saltando dentro, sólo tocando un poquito con una de sus patas delanteras -muy importante saber que esa bola ahora se movía con la rapidez y fuerza de un tornado- rozaba la bola y enseguida apartaba la mano. No saltaba, ninguno de los dos se movía de su sitio. Yo tampoco. Esa era la foto que quise hacer y no hice porque no tenía cámara. Era merecedora de foto por los colores, por la brillantez de esa bola tan nueva, una bola especial que reconocimos los tres durante ese momento. Le reconocimos carácter de ser, como cualquier manifestación de la naturaleza, solo que mejor, ya que se había impuesto y originado a ella misma sin necesidad de un dios tras siete días de creación majestuosa. No he vuelto a ver esa bola, pero sí que he recordado la foto cuando veo a otros perros haciendo un gesto, que no es igual, a lo mejor están metiendo una pata dentro de una reja, en medio de la alcantarilla, o levantándola para cualquier acto innecesario; no es el mismo gesto, pero recuerda a ese otro gesto.

jueves, 10 de octubre de 2013

lunes, 7 de octubre de 2013

de cuando aparece la forma

Soñé con una erre perfecta.

No me reconozco en mis bes,
no las conocía hasta verlas
de-te-ni-da-men-te en el papel.

Pero qué placer al mostrárseme
esa erre soñada.
No la encontré jamás en mis textos.