miércoles, 16 de octubre de 2013

la foto que no hice

Hoy he vuelto a recordar la foto que quise hacer. Cuando estaba por entrar en mi casa y tuve que detenerme, delante de mi, cruzando la calle estrecha, estaban el señor mayor y el perro pequeñito. El perro metía y sacaba la pata, sorprendido y muy inquieto. Lo que se formaba entre ellos era una bola de polvo, pelusa y porquería de la calle, todo eso había hecho un remolino con trocitos de papel de colores muy brillantes, que habían sobrado de alguna boda, pero que junto con la mierdecilla había cogido cuerpo y se agitaba muy uniformemente. Habían formado una entidad compacta y rápida con un agujero central como un donut. El señor sujetaba al perrito con sonrisa pero hipnotizado, evidentemente, por este hecho sobrenatural. El perrito no paraba de intentar unirse a la bola, no con sus patas traseras ni saltando dentro, sólo tocando un poquito con una de sus patas delanteras -muy importante saber que esa bola ahora se movía con la rapidez y fuerza de un tornado- rozaba la bola y enseguida apartaba la mano. No saltaba, ninguno de los dos se movía de su sitio. Yo tampoco. Esa era la foto que quise hacer y no hice porque no tenía cámara. Era merecedora de foto por los colores, por la brillantez de esa bola tan nueva, una bola especial que reconocimos los tres durante ese momento. Le reconocimos carácter de ser, como cualquier manifestación de la naturaleza, solo que mejor, ya que se había impuesto y originado a ella misma sin necesidad de un dios tras siete días de creación majestuosa. No he vuelto a ver esa bola, pero sí que he recordado la foto cuando veo a otros perros haciendo un gesto, que no es igual, a lo mejor están metiendo una pata dentro de una reja, en medio de la alcantarilla, o levantándola para cualquier acto innecesario; no es el mismo gesto, pero recuerda a ese otro gesto.

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