domingo, 22 de diciembre de 2013

ballena ayer mía

Hace unos pocos años saqué unos anagramas de mi nombre y apellido. Entre ellos estaban mi favorito por marielenesco "niebla alma ayer", el pretencioso "bella reina maya", y uno más lúdico "arenilla y ameba". Pero había uno que aleatoriamente decidió permanecer y yo lo dejé ahí junto a los otros, aunque no me dijera nada en ese momento. Ahora se ha desvelado el significado, el anagrama era "ballena ayer mía" y realmente ayer se me apareció una ballena. Es como si el destino me dijera: "¿Quieres aún más pruebas? Pues ahí te dejo una ballena en el parque de en frente de tu casa". Lo que más me remuerde la conciencia y me intriga muchísimo es el hecho de que estuviera tan absorta en el semáforo de la otra calle, que no viera la ballena que tenía justo en mis narices, a medio palmo de mi cara. Me siento como uno de esos personajes de la Ciudad Irreal, de Eliot; de repente puede llegar una ballena que nadie se va a inmutar, la señora seguirá paseando a su perro a mi lado, los de la acera de en frente también estarán concentrados en el mismo semáforo que yo. Y a la ballena le faltaba poco para hablar con el fin de atraer nuestras miradas, ni siquiera la dimensión de su gran carruaje me hizo extrañarme... Sin embargo, lo lamenté cuando se alejó. Hubiera querido entonces asimilarla con la mirada, verla mejor, no perder el tiempo en un semáforo cualquiera. ¿Y si hubiera sido un animal de mediano tamaño? Entonces me pongo a pensar en la cantidad de animales y, por qué no, seres fantásticos cuya aparición me he perdido precisamente por ese único motivo: por no ser de grandísimas y pesadas dimensiones.

Para la próxima espero estar alerta.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Mierda


Hubiera querido escribir sobre la sonrisa nerviosa que he visto aparecer completamente despistada y como último recurso delante de la muerte, del accidente, de la miseria de uno mismo. Pero cuando pasan los días las imágenes también se quedan atrás a veces. Algunas palabras sueltas, algún sentimiento engreído y solo que ni yo recogería. Culpo de mi dejadez a la cantidad de sueño que me da el vivir, moverme, como algo más que las plantas, un poco más que ellas. Pienso por las noches, antes de dormir otra vez, en textos que luego olvido. Luego despierto varias veces al día pensando en los sueños que ya no anoto. Dejar constancia de que aún estoy de este lado y no del otro. Pero por cuánto tiempo, a veces me confundo.

Paul Klee "El inicio de una sonrisa"

sábado, 26 de octubre de 2013

¿Y si hubiéramos sido amigas, Samantha Berger?

¿Y si hubiéramos sido amigas?

Últimamente la recuerdo, como si lo hubiéramos sido. O como si la hubiera conocido, aunque sea. En cierta forma, siento que sí la conocí. Compartimos el espejo del baño varias veces, cuando se delineaba los ojos de negro. Las chicas solían decir que "así cualquiera..." que con esa pintura todas podíamos llamar la atención. Samantha vestía de negro, solía llevar falda larga, pelo larguísimo... contrastaba con su piel y se acentuaba todo con la delgadez de nínfula de acero, imperturbable en su mirada y lejana, sobre todo.

"No procede", dijo una vez a mi lado. Era tan seria para los que la veíamos pasar. Era una persona que no terminaba de pasar, digamos que la gente pasa, entra y sale, se mueve, se posiciona en uno y otro lugar y desaparece. Ella no terminaba de pasar porque siempre estaba, se quedaba algo, silencio de mujeres dormidas a su alrededor.

Claro que los chicos por los que yo hubiera anhelado algo de atención la miraban con deseo. Pero la gente decía -y era verdad- que ella prefería a las chicas. Otro motivo más para verla como lo escurridizo, casi como una musa etérea.

Todo el mundo conocía su nombre en la facultad. Han pasado trece años, catorce a lo mejor. ¿Qué buscabas en Viena, Samantha? Creo que precisamente 'acero' es una palabra que hubiera definido muy bien a la imagen que tengo de ella (a ella no, a ella no lo sé, porque no la conocí). Ahora empiezo a recordar ciertas intervenciones suyas, coincidimos en muchas clases... Creo que pienso en Samantha porque es mi puente entre los grandes poetas peruanos que murieron trágicamente, ontalgia que se derrama de lo gris de nuestro entorno, y la cotidianidad de mi vida adolescente, en los albores de mis estudios universitarios, cuando se gestaba en mi la apertura: primera habitación el entorno pijo-estudiantil cerrado, a una segunda habitación más amplia, crisol de otros tipos de personas, que vienen de otros entornos. Ahí.

Mi primera apertura.

¿Y ahora? Hay cierta conexión. La serenidad tras comprobar que nada nuevo puedo encontrar. Que quizá todo lo que venga sea una repetición disimulada de lo anterior. Para cierto tipo de espíritus esto es demasiado.

Las mujeres son más discretas a la hora de morir. Los hombres suelen ser más hardcore, no se contentan con morir, sino que quieren explotar, dejar manchas, dejarlo todo perdido... hacer de la muerte un acto de exhibición, como una performance. La mujer suele salir por la puerta de atrás, salta, se toma una pastilla, desaparece detrás del decorado, hace mutis por el foro sin que eso signifique gran cosa...

Otro compañero incendió su cuerpo. Como aquel del que habla Santiago Rocangliolo en su cuento. La facultad de Letras de la Católica ha incubado una ontalgia que lleva a la acción, puede ser. Los que se van sirven de precedente a las nuevas generaciones. Nuestra tristeza es un rasgo que a algunos les parecerá censurable, otros admirarán, pero desde luego, no es menos significativo que tantos nombres de los grandes se hayan visto marcados por la tragedia.

He nevado tanto para que duermas.


miércoles, 16 de octubre de 2013

la foto que no hice

Hoy he vuelto a recordar la foto que quise hacer. Cuando estaba por entrar en mi casa y tuve que detenerme, delante de mi, cruzando la calle estrecha, estaban el señor mayor y el perro pequeñito. El perro metía y sacaba la pata, sorprendido y muy inquieto. Lo que se formaba entre ellos era una bola de polvo, pelusa y porquería de la calle, todo eso había hecho un remolino con trocitos de papel de colores muy brillantes, que habían sobrado de alguna boda, pero que junto con la mierdecilla había cogido cuerpo y se agitaba muy uniformemente. Habían formado una entidad compacta y rápida con un agujero central como un donut. El señor sujetaba al perrito con sonrisa pero hipnotizado, evidentemente, por este hecho sobrenatural. El perrito no paraba de intentar unirse a la bola, no con sus patas traseras ni saltando dentro, sólo tocando un poquito con una de sus patas delanteras -muy importante saber que esa bola ahora se movía con la rapidez y fuerza de un tornado- rozaba la bola y enseguida apartaba la mano. No saltaba, ninguno de los dos se movía de su sitio. Yo tampoco. Esa era la foto que quise hacer y no hice porque no tenía cámara. Era merecedora de foto por los colores, por la brillantez de esa bola tan nueva, una bola especial que reconocimos los tres durante ese momento. Le reconocimos carácter de ser, como cualquier manifestación de la naturaleza, solo que mejor, ya que se había impuesto y originado a ella misma sin necesidad de un dios tras siete días de creación majestuosa. No he vuelto a ver esa bola, pero sí que he recordado la foto cuando veo a otros perros haciendo un gesto, que no es igual, a lo mejor están metiendo una pata dentro de una reja, en medio de la alcantarilla, o levantándola para cualquier acto innecesario; no es el mismo gesto, pero recuerda a ese otro gesto.

jueves, 10 de octubre de 2013

lunes, 7 de octubre de 2013

de cuando aparece la forma

Soñé con una erre perfecta.

No me reconozco en mis bes,
no las conocía hasta verlas
de-te-ni-da-men-te en el papel.

Pero qué placer al mostrárseme
esa erre soñada.
No la encontré jamás en mis textos.

domingo, 29 de septiembre de 2013

La mirada del otro

Me siento extraña
como cuando enrarezco con mi presencia
el ambiente de campanas y olor a gente de bien
una mañana de domingo.

Altero, perturbo, doy otra vergüenza
a su armonía
y engaño desde mi banco,
aparentemente un banco que no me esconde.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

de cuando leo a Max Blecher

"Me rodean cosas demasiado normales, me da miedo".

Una incesante esfera de vida
que se sucede a sí misma
como una boda cualquiera,
la del niño con su padre,
bautizo de la primera compra
y comunión de los miembros de otros.

Y así;
desarrollándose las fiestas
sin que nadie se acuerde de ningún
suicida trascendente,
a veces me siento tan sola.

domingo, 8 de septiembre de 2013

una larga temporada de verano

Para quienes nacemos en una ciudad con mar es difícil que nos lleguemos a separar de ese vínculo: siempre acabaremos viviendo en otra ciudad con mar.


jueves, 13 de junio de 2013

Oda a la confusión

Quien no se interroga, no duda y por tanto, no piensa.
¡Líbrame de tener claros pensamientos
y líbrame de un camino definido!

La duda, motor de la filosofía.
La tribulación, asiento del existencialismo.

El hombre práctico querrá encasillarse en lo que ve. Asumirá lo que venga con una sonrisa.
El hombre contemplativo se confundirá a sí mismo mil veces para no definir nada nunca. Las definiciones no se hicieron para el que ama sólo a las preguntas.

Confusión es el nombre de la obra teatral que interpretamos con la vida.
Aunque a veces nos olvidemos de que no somos más que máscaras.

Y esto no es una cara

sábado, 4 de mayo de 2013

De organismos

Me dan miedo las cabecitas de vena que asoman a través de mi piel.

El signo mayor de mi organismo
el que entraña más entrañas
es el dolor de ovarios.
Una mezcla de dolor en vano y dolor a secas.

Mi ombligo ha sido una revelación. Pero no me agrada nada su impudicia.

Tengo unos lunares que se inmiscuyen y juegan a alternarse posiciones en el mapa con las coloradas cabecitas de vena. Pero los lunares no me dan miedo, sólo están ahí.

También hay algo de azul.
Sólo me da miedo en primavera.

Todos vemos bellas sinfonías a veces
pero eso ocurre en los organismos de otros.

Quien dice que los tejidos de cicatriz son un almacén de lo vivido,
y además hermoso,
sin duda no ha sido encarcelado en un salón de espejos.
Yo me pinto otros dibujos, para despistar.

Me desconcierta (algunos días)
otros días me da miedo
y otros días me es indiferente
la mancha amarilla de mi ojo izquierdo.
Quizá, no debería estar ahí.
Algunas veces la veo cobrando autonomía,
irreal
desafiante.

Es cierto que para algunos el amarillo representa la locura
para otros puede ser la enfermedad, la bienvenida, o incluso la vida a las seis de la tarde.

Para mi es el umbral y por música 'umbral' me dice 'ámbar'.



viernes, 19 de abril de 2013

Algunos apuntes sobre mi

Cuando era niña me gustaban las historias de santos y sobre todo mártires. Me producía mucho morbo, curiosidad, admiración, una mezcla de todo; al leer las historias de las vidas de estos santos mártires, sucesos paranormales, mutilaciones, ubicuidades y olor a rosas desprendido del cuerpo tras la muerte. También me fascinaban las noticias de accidentes en las columnas de 'Sucesos' de los diarios. Leía a los clásicos, Dostoviesky, Charles Dickens, algo de realismo mágico (leí por primera vez 'Cien años de soledad' a los doce años), hermanas Brontë y recuerdo que también un libro llamado 'El Premio Nóbel' de Irving Wallace. Era esa época cuando me encerraba y pasaba horas tirada en mi cama leyendo. Bueno, eso continuó en mi adolescencia, pero hacia vertientes un poco más existencialistas (Camus y Hesse en particular). He recordado ahora, que estaba leyendo un libro para clase de valenciano, cómo cuando era niña y leía libros más 'argumentales' en los que la historia era lo importante, me solía leer el final cuando llevaba más de la mitad del libro leído y después de leerme el final retomaba la historia desde donde me había sobrepasado la curiosidad. He hecho lo mismo ahora, con el libro en valenciano y me he acordado...

Los peces y los pájaros me gustaban por igual. Pero más que nada los de colores. Aún ahora me gustan los peces y pájaros por igual. Entre perros y gatos siempre he sido más de perros. Cuando pienso en los animales, pienso en sus distintas capacidades para percibir los colores.

Siempre he prestado mucha atención a lo que ocurre en mis sueños. Creo que he llegado a entender el lenguaje que aparece en ellos, o que utiliza mi subconsciente en ellos. Por ejemplo, hace poco alguien en clase de francés dijo que era músico. Esa noche soñé que esa persona no tenía manos, que las había perdido y tenía en cada puño un muñón. Mi interpretación del lenguaje de mis sueños es que al no saber yo qué instrumento tocaba le había cortado las manos. Una forma de poner un signo de interrogación en esa parte del cuerpo. Cuando era niña no tenía miedo antes de dormir, nunca tuve miedo de monstruos nocturnos... sin embargo sí que tenía miedo de los monstruos del sueño. No aparecían debajo de mi cama, no tenía miedo de la oscuridad cuando estaba despierta. Sólo cuando estaba dormida. Hasta que no llegué a los 12-14 años no dejaron de molestarme todos esos monstruos que me hacían cosquillas en la espalda.

Hablando de lenguajes, cuando hablo en otros idiomas hago increibles circunloquios. No me pasa en castellano, suelo ser más sintética cuando hablo. Pero en otros idiomas doy vueltas alrededor de una idea que se queda colgando de mi boca y a la que le pongo un punto en el momento en que me canso, tras utilizar muchas palabras comodín. Como si cortara un hilo que se queda fuera de mi boca, muy mal, muy desagradable todo eso.

Durante mi infancia añoraba haber tenido una hermana gemela, y digo 'añoraba' porque lo vivía como una pérdida. Supongo que era por la soledad que sentía muy pesada y creer que con una 'yo' casi clonada iba a no sentirme de esa forma; buscaba escapes a esa soledad, pero siempre en modo fantasía. Como fantasía menos fantasiosa imaginaba haber tenido hermanos mayores y no menores, porque los menores no servían para nada. Ser adolescente mientras tus hermanos son aún infantes no es nada agradable. Se siente doblemente duro el paso de crecer y vergüenza ante ciertas vivencias de madurez.

También detestaba a los bebés. Era un sentimiento muy incómodo y muy inapropiado, a veces. Era un impedimento para sentirme normal en algunas circunstancias, como cuando la gente se arremolinaba en torno al bebé de alguien. Como si fuera obligatorio decir algo bonito o sentir algo tierno, etc. Ahora esto ha cambiado, cosa que no creí que pudiera suceder, así, de repente. Aunque no voy a decir 'tan de pronto' porque han pasado treinta años. Creo que en esas épocas envidiaba al amor. O sentía odio y rencor por la existencia del amor. O era que no soportaba la idea de mi soledad.

La sensación de sentirse amado siendo un adolescente debe ser algo muy bueno, supongo. Algo que nunca podría llegar a conocer, como los colores que ven las mariposas y que nuestro cerebro nunca reconocería. Así que no puedo sacar la conclusión de que no hubiera tenido preocupaciones de soledad, etc. Ahora, esos sentimientos (de sentirse querido) creo que no son tan importantes. Por lo menos para mi, a partir de los diecinueve años, más o menos, ya no lo eran. Como si hubiera pasado el momento para ello.

A los diecisiete me hice llamar infausta, por mi dirección de email (eran los primeros tiempos del correo electrónico). Poco después desarrollé mi filosofía: "la realidad es la que uno quiere que sea". Pero quizá, mi verdadera filosofía de vida apareció mucho antes... y cuenta la anécdota (que yo no recuerdo, pero quienes participaron de ella, sí) que tenía unos tres años cuando pedí salir al parque sobre las siete u ocho de la tarde. Mi madre, rodeada de unas monjitas a las que había ido a ver, me dijo: "no, ya es muy tarde ¿no ves que los niños no salen a estas horas al parque?", a lo que dicen que yo respondí: "yo no quiero ser esos niños, quiero ser yo. ¡Déjame ser yo!". También dicen que lo dije bastante indignada y enfadada. Algo que les quedó grabado y siguieron recordando muchos años después.

Gombrowicz, es el autor del cual hago la tesis, habla de esta autoafirmación en varias partes de sus Diarios. Es uno de los temas principales, una de las aristas de su ideario fundamental. Dice él: "No he escrito ya en este diario que en ese 'yo quiero ser yo' se encierra todo el secreto de la personalidad, que esa voluntad, ese deseo, es decisivo para nuestra actitud ante la deformación y hace que ésta empiece a dolernos? Aunque las fuerzas exteriores me amasen como una figurita de cera, seguiré siendo yo mismo mientras sufra por ello y proteste contra ello..."



"a estas horas los niños ya no salen al parque..."




miércoles, 20 de marzo de 2013

Murió de muerte natural

El libro murió de muerte natural. Lo concebí ligeramente, como quien espera a su amante que vuelva del bar, lo llegué a vislumbrar tras la cortina de la ducha en medio de un vapor de somnolencia, pero caliente como el limbo; sin embargo, no tuve la precaución de atarlo a la patita de mi cama para que no escapara. Y es un grave error no tratar a la idea como a los globos con helio, la idea es de poderoso éter, elemento brujo, mucho peor que cualquier otro. Y murió de muerte natural, mientras yo imaginaba un restablecimiento de su parte, en la sala de espera.
No debí sentarme a esperar su reanimación. Él esperaba de mi los cuidados de enfermera. Murió de muerte natural. Mi libro murió de muerte natural.

sábado, 16 de marzo de 2013

Es falsa esta mudanza de plumas


No escribo de mis vivencias, de mi vida, pero esto, de alguna forma, es un diario. Recordé,  el otro día cuando me sacaba los calcetines, cómo estos estaban rotos. En los talones, completamente. Unos calcetines comprados en unos chinos, en Dublín. Tenían tréboles, la tela no es algodón, está claro, pero parecía resistente. Me acordé de los calcetines cuando estaban completos, y del tiempo, más que de cualquier suceso en concreto.

¿Por qué los pies y sus complementos tienen que ser para mi lo que las magdalenas para Proust? No lo sé, pero ya incluso viviendo el momento, cuando no se había transformado aún en pasado, me fijé en unas pantuflas oscuras y pensé que nunca tendría el valor de probármelas. Esto no guarda absolutamente ningún significado oculto.

No pertenezco a la parte fuerte del mundo, que pisa y se asienta, construyendo vivencias concretas, recuerdos para marcar en el calendario. Los momentos me vienen siempre como abrazos que se aflojan y sueltan. Queda la sensación buena o traidora, pero el tiempo la juega otra vez. Cuando era niña intenté plasmar esta sensación de fugacidad con metáforas de momentos-trofeo, momentos-latas de conservas, etc. Incapacidad para ponerles pegatinas con sus nombres y archivar, o exhibir. No se puede hacer nada de esto.

¿Dónde se encontraría el miedo a la realidad?, se puede reflejar en el niño que duerme, o en quererse (a uno mismo, al niño de uno mismo) con desencanto. Podría decir desencanto, o desazón o desaliento y significaría lo mismo. Es decir, no demasiado, verdaderamente no significaría gran cosa.

jueves, 14 de marzo de 2013

Clarice Lispector


Las mujeres de ojos rasgados ven hacia dentro. Las mujeres que tienen los ojos rasgados están predestinadas a grandes logros... y a paradójicas catástrofes. Una mujer de ojos rasgados puede ser muy femenina, muy lista y seria, pero esquiva, ajena, y mientras más quiera uno llegar a la mujer de ojos rasgados, más se perderá en sus palabras sin llegar a comprenderla. Las mujeres con ojos como estos son misteriosas, la misma línea del ojo te hace pensar que en algo estarán tramando. Si el ojo es negro, la hondura nos hará apartarnos a unos y a otros querer adentrarnos, fascinados, en torno a ese pozo, forado trágicamente oscuro por el que nos moveremos a tientas. Algo grande se siente al leer a Clarice Lispector, la maestra de las sensaciones. Con ella podemos perdernos en un movimiento, en una acción, y es como si plasmara sucesivos cuadros, que estuvieran chorreando aún de tinta.

Los cuentos de Clarice Lispector, conocida como brasileña de origen ucraniano, son como si Cortázar les hubiera quitado la primera capa de piel a los suyos, congelado momentos, y se explayara a lo Joyce. Pero sin mostrar la forma en que se despellejara, aunque el lector puede sentir, un poquito, cómo quemaría si alguien tirara un poco de su propia piel, hasta exponer la carne a la intemperie. Nos podemos imaginar a la hermana gemela talentosa de Kafka, animando a los objetos igual que él y diciendo cuánto los ama.

Enigmática y trágica, Clarice lo tiene todo, habiendo sido incomprendida desde temprana edad, rodeada de escritores realistas de claros argumentos desarrollados linealmente. No tuvo cabida su personal forma de visión de mundo; si a alguien le sorprende ahora que ciertos poemas sean tachados de 'extraños' por no llevar rima, imagínense unos cuentos que sean tachados de impublicables por narrar sensaciones. Un verdadero lirio entre cardos, podría decirse.

A raíz de leer el otro día un artículo sobre el libro “Sólo para mujeres” que se ha atribuido a Lispector al mismo nivel que sus otras obras, he investigado un poco y parece ser que no está a la altura de su obra global, ya que los artículos que ella escribía a veces en revistas y otras publicaciones y en los que se basa dicho libro no los firmó con su nombre y distan mucho en calidad de lo que ella solía escribir. Siendo que su obra es mucho más que eso, he pensado en recordarla donde más brillaba, en su prosa viva.


lunes, 4 de marzo de 2013

Visión


 Una mujer escritora impactante, pero no de las pasionales. Una que no se mató, que no se quemó la cara y que no se desgarró. Pero igualmente chocante. Una que no sufrió en su útero. Una mujer escritora que se confundiría con Eliot, la contención, o con el hieratismo.  

martes, 26 de febrero de 2013

Los países imaginarios


Ayer, a mi vecina la de arriba, le vinieron a hacer una visita. A la chica -¿en qué estaría pensando?- se le ocurrió utilizar una de las palabras prohibidas. Dijo que estaba triste. Eso no entra en nuestro vocabulario, hace décadas que el Líder nos hizo el bien de quitar todo aquello que podría aquejar a su pueblo; y empezó por las palabras negativas que no podemos emplear en voz alta: tristeza, melancolía, hastío, soledad, misantropía, astenia, etc. Los académicos del Líder dieron por válidas palabras como oscuridad para matizar la ausencia de luz eléctrica y para describir la noche del planeta Tierra, y no para referirse a una oscuridad como espacio del alma o concepto metafórico. Lo mismo con la palabra vacío: se permitía desde entonces para referirse al espacio y no como vacío vital. Es decir, se salvaron algunas que podían seguir conservando sus significados más prácticos.

Al cortar por lo sano con esas palabrejas, de pronto, todos empezamos a estar contentos. Operó un cambio radical, fuimos libres. Porque la libertad es la alegría de saber que nunca estaremos mal. Lo otro sí que es una cadena: atarse a estados que te oprimirían hacia abajo, hacia la improductividad, la pérdida de sentido. Por eso nuestro Líder ostenta uno de sus títulos con mucho orgullo: el de liberador de los estados de ánimo del hombre. Él nos ha liberado de cualquier patología del alma.

Ya nadie se ha vuelto a quejar. Y las revueltas ¿cuándo ha habido alguna revuelta? Aquí no necesitamos ese tipo de manifestaciones desordenadas propias de sociedades menos desarrolladas. Aquí nadie tiene que manifestar una indignación, siquiera un desconcierto. Porque no hay ninguna mancha y ni una sola rajita por donde se pueda resquebrajar una pieza de este sistema. Todo está controlado por la disciplina de los altos cargos, que también viven como nosotros y que adoran a nuestro Líder como los que más, por encima de sus propias vidas.

Creo que es imposible poder transmitir una sensación tan plena y compadezco a los que no forman parte de nuestra comunidad, porque sé que no están bien y que sufrirán todo aquello que ellos llaman democracia y se muestra en la televisión, en dos palabras: caos y desigualdad.

Yo por ejemplo, me levanto a las seis de la mañana para hacer mis oraciones, nos despertamos todos a esa hora y sin ningún esfuerzo por nuestra parte, ya que tomamos unas pastillas que nos regulan el horario diario y así es imposible que no tengamos ganas de hacer una sola de nuestras tareas, siempre habrá un pinchacito debajo del cráneo que te recordará lo que tienes que hacer. Aquí no hay gente despatarrada frente a la televisión o a lo que ustedes llaman internet, nadie come entre comidas por placer y menos aún nos damos siestas o nos quedamos mirando el techo. Aquí no hay vagos. Otro motivo por el que fue razonable y hasta necesario borrar esas palabras de nuestro vocabulario fue porque ni las usábamos: no existe en nuestra vida el concepto de persona que no hace nada y tampoco de gente que está tirada en la calle mendigando. No vemos enfermos ni incapacitados. Alguna vez he visto fotos de ellos en algún periódico que mostraba la miseria de otros países. Pobres. Sólo puedo que reafirmarme en mi compasión con respecto a los que no forman parte de nuestro sistema.

Y mi vecina, se lo merecía, la insensata estaba contagiando a sus propios hijos cierto talante sombrío, salía de casa sin una sonrisa en la cara, o no era una sonrisa muy plena, cuando mostraba un amago de sonrisa era tan tímida, tan apenas esbozada, que no se podía dar por válido eso. Eso no convencía a nadie. Y por ahí se movía como serpenteante, sin marcar sus actos con determinación. Algo fallaba en esa mujer y la gente no es tonta como para pasarlo por alto. Rápidamente convocamos a una reunión de vecinos y llamamos a las autoridades competentes. Se la han llevado con mucha rapidez, por eso puedo felicitar al equipo que lo llevó a cabo y otro ejemplo de la pulcritud del sistema de nuestro Líder. Un día más y esa mujer podría habernos enturbiado algún minuto de nuestras vidas o habernos aportado algún tipo de venenosa inquietud. Sus hijos, felizmente, han pasado a manos de la seguridad social que se hará cargo de ellos.

Cada vez estamos mejor, es cierto. Al comienzo el Líder tuvo mucho trabajo. Tuvo que recomponer las apariencias de nuestro terreno, limpiándola de todo lo que podía hacer daño a la vista. El camión que recogía la camorra se llevó perritos vagabundos, abuelos tristes de los bancos de los parques y mendigos de los puentes. Todo eso se erradicó. No hemos vuelto a tener que llorar de pena al ver ese tipo de espectáculos desagradables. No nos sentimos en deuda con nadie, nos ha quitado cualquier tipo de preocupación. No conocemos el estrés ni ningún tipo de patología producto de mentes enfermas. El Líder ha podido asegurarnos una salud de hierro y una felicidad a prueba de balas.

Todos esos árboles que se quedaron sin hojas en otoño, han sido rápidamente vestidos con hojas artificiales muy verdes y bonitas. No tenemos acantilados desde donde nadie se lanzará al abismo. No tenemos olas ni caracolas que las imiten, está prohibido el viento. También está prohibido el completo silencio y el ruido estruendoso. Está prohibido el color negro en los funerales y los entierros de cuerpo presente, todos se incineran. No se toleran sauces ni cipreses, plantamos por lo general robles. Los pájaros negros están prohibidos, cuervos, incluso jilgueros. Pero ante todo y sobre todo no construiremos jamás un discurso absurdo y mientras menos siga hablando de lo que me rodea, mejor.

Pero una mosca se posa en mi mano, y aunque este hecho pretende pasar desapercibido y sin importancia, la mosca se impone; vuela y vuelve a posarse: quiere que su dolor sea mi dolor. Desde entonces, soy un símbolo sucio. Y callo, pues ya no soy digna de la palabra.



"Ciudad irreal bajo la parda niebla de una madrugada de invierno un caudal de gentes vi pasar. Y siendo tantos, nunca pensé que la muerte llevara a tantos." (Tierra Baldía- Eliot)

jueves, 21 de febrero de 2013

El infausto Malleus Maleficarum

Empiezo mi primera entrada del año reviviendo temas antiguos en mi e identidades atávicas. El otro día, tras invocar a la fortuna por mi falta de dinero, la suerte me bendijo con un fajo de billetes en la calle y volví a pensar en mis poderes mágicos. Por eso llegué a la conclusión de que mejor compadecer a quien no creyera en ellos, ya que tarde o temprano creerá.

Hace algunos años descubrí lo que llamaban en la antigüedad "prueba de la aguja". Estaba yo haciendo unos trabajos sobre literatura medieval y concentrada en libros como el Malleus Maleficarum y pensé que a lo mejor, quizá, todo eso estuviera oculto, debajo de nuestras bibliotecas, pero aún entrañando nuestro lado salvaje. Me atrevo a pensar en que la magia que aún vive debajo de la tierra no sea fruto de algún don de los dioses, sino más bien un recuerdo que se queda atascado, siempre producto de muchas vivencias; y esa energía acumulada de los que nos predecedieron es la que podemos considerar como poderosa.

Ya desde pequeña una bruja se me acercó a mirarme la mano. Le dijo a mi madre "esta peca en su mano izquierda en el lugar de la copa de la fortuna le traerá dones". Efectivamente, esa peca, un punto marrón oscuro muy visible, se encuentra en la parte inferior de la palma, justo en medio, en el lugar verdadero donde le pusieron los clavos a Cristo. Es decir, donde tendrían que aparecer los estigmas.

Se cuenta que la prueba que le hacían a las mujeres para saber si eran brujas era clavarles justo ahí para ver si sangraban. Si no sangraban eran brujas y las mataban. Las que nacían con esta señal habían sido condenadas por brujas en sus vidas pasadas.

Sigo conservando la peca, como es normal, aunque durante muchos años la miré embelesada por su forma nítida y por pensar que se me había quedado así desde que maté una mosca con la mano.

Más adelante, tuve un viaje astral. Me levantaba una y otra vez. Recuerdo muy vivamente lo que me pasó, ya que durante muchos días no sabía si me había despertado definitivamente o si por el contrario seguía atrapada en el limbo de uno de mis sueños. Porque si con cada vez que me desperté (y realmente seguía soñando) pensaba que estaba en la vida real, ¿qué me aseguraba que esta vez sí que lo estaba? Pavor.

Por aquella época soñé con la muerte de mi abuelo, y se produjo, también es preciso anotar que desde los doce años más o menos, había podido desterrar definitivamente a todos esos seres que se me aparecían por la noche para molestarme y hacerme cosquillas en la espalda (lo de mi abuelo fue a los trece). Cuando me pude enfrentar a ellos y no volvieron a aparecer en mis sueños me sentí libre. Siempre había tenido interferencias de seres nocturnos. Recuerdo haber visto a un señor frente a mi cuna cuando aún era una niña de dos o tres años. Mi madre también lo recuerda y era el hombre del sombrero.

Creo que todos estos datos no se deben olvidar, ni pasar por alto.

Hasta que me hice mayor y un día deseé la muerte. Y se produjo. Y no lo suelo contar, pero por eso pensé que mejor tener miedo y ahora compadezco a quienes no vayan a creer en la magia. Yo también me compadezco de mi, porque sé que es algo que me excede y me sobrepasa como una aguja en la mano.