sábado, 16 de marzo de 2013

Es falsa esta mudanza de plumas


No escribo de mis vivencias, de mi vida, pero esto, de alguna forma, es un diario. Recordé,  el otro día cuando me sacaba los calcetines, cómo estos estaban rotos. En los talones, completamente. Unos calcetines comprados en unos chinos, en Dublín. Tenían tréboles, la tela no es algodón, está claro, pero parecía resistente. Me acordé de los calcetines cuando estaban completos, y del tiempo, más que de cualquier suceso en concreto.

¿Por qué los pies y sus complementos tienen que ser para mi lo que las magdalenas para Proust? No lo sé, pero ya incluso viviendo el momento, cuando no se había transformado aún en pasado, me fijé en unas pantuflas oscuras y pensé que nunca tendría el valor de probármelas. Esto no guarda absolutamente ningún significado oculto.

No pertenezco a la parte fuerte del mundo, que pisa y se asienta, construyendo vivencias concretas, recuerdos para marcar en el calendario. Los momentos me vienen siempre como abrazos que se aflojan y sueltan. Queda la sensación buena o traidora, pero el tiempo la juega otra vez. Cuando era niña intenté plasmar esta sensación de fugacidad con metáforas de momentos-trofeo, momentos-latas de conservas, etc. Incapacidad para ponerles pegatinas con sus nombres y archivar, o exhibir. No se puede hacer nada de esto.

¿Dónde se encontraría el miedo a la realidad?, se puede reflejar en el niño que duerme, o en quererse (a uno mismo, al niño de uno mismo) con desencanto. Podría decir desencanto, o desazón o desaliento y significaría lo mismo. Es decir, no demasiado, verdaderamente no significaría gran cosa.

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