No
escribo de mis vivencias, de mi vida, pero esto, de alguna forma, es
un diario. Recordé, el otro día cuando me sacaba
los calcetines, cómo estos estaban rotos. En los talones,
completamente. Unos calcetines comprados en unos chinos, en Dublín.
Tenían tréboles, la tela no es algodón, está claro, pero parecía
resistente. Me acordé de los calcetines cuando estaban
completos, y del tiempo, más que de cualquier suceso en concreto.
¿Por
qué los pies y sus complementos tienen que ser para mi lo que las
magdalenas para Proust? No lo sé, pero ya incluso viviendo el
momento, cuando no se había transformado aún en pasado, me fijé en
unas pantuflas oscuras y pensé que nunca tendría el valor
de probármelas. Esto no guarda absolutamente ningún significado
oculto.
No
pertenezco a la parte fuerte del mundo, que pisa y se asienta,
construyendo vivencias concretas, recuerdos para marcar en el
calendario. Los momentos me vienen siempre como abrazos que se
aflojan y sueltan. Queda la sensación buena o traidora, pero el
tiempo la juega otra vez. Cuando era niña intenté plasmar esta
sensación de fugacidad con metáforas de momentos-trofeo,
momentos-latas de conservas, etc. Incapacidad para ponerles pegatinas
con sus nombres y archivar, o exhibir. No se puede hacer nada de
esto.
¿Dónde
se encontraría el miedo a la realidad?, se puede reflejar en el niño
que duerme, o en quererse (a uno mismo, al niño de uno mismo) con
desencanto. Podría decir desencanto, o desazón o desaliento y
significaría lo mismo. Es decir, no demasiado, verdaderamente no
significaría gran cosa.
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