Como un ejemplo más de dichas rutinas idealizadas, ninguno tiene tanto encanto sociológico como las actuaciones de los mendigos callejeros. Sin embargo, en la sociedad occidental, las escenas ofrecidas por los mendigos han perdido parte de su mérito dramático desde comienzos de siglo. Hoy en día, oímos hablar menos de «la argucia de la familia limpia», en la que esta aparece con vestidos harapientos pero increíblemente pulcros, los rostros de los niños brillantes merced a una capa de jabón aplicada con un paño suave. Ya no vemos las actuaciones en las cuales un hombre semidesnudo se atraganta con una sucia costra de pan pues está demasiado débil para tragarla, o la escena en la cual un hombre harapiento persigue a un gorrión para quitarle un trozo de pan, limpia con lentitud el bocado con la manga del saco y, apa- rentemente ajeno al auditorio que lo rodea, comienza a comerlo. También se ha vuelto raro el «mendigo avergonzado» que mansamente implora con los ojos lo que su delicada sensibilidad le impide, en apariencia, decir.A propósito, las escenas presentadas por los mendigos han sido llamadas de diferentes modos —grifts (artimañas),dodges (trampas), lays («expediciones» o correrías para proveerse de alimentos, vestidos, etc.), rackets (timos), lurks(conductas evasivas y furtivas), puches (venta callejera de baratijas), capers (hurtos)—, suministrándonos términos muy adecuados para describir actuaciones que tienen mayor legalidad y menos arte.
No es extraño, pues, que nos imaginemos como sus títeres, intentando salir de nuestras cajas. Cada uno en la nuestra y esperando nuestro turno para dar el show. Pero esta representación, como toda buena representación de títeres, entraña la reflexión por antonomasia del Demiurgo. El hecho de que alguien tire de nuestra espalda o nuestros hilos, o nos motive a reaccionar... en este caso, es un ser equivalente al títere, en Aranda el que los lleva es uno más y se relaciona con ellos, cual metáfora de la sociedad actual en la que el hacedor no se oculta sino que convive con sus marionetas. Pero esto no lo hace más precario, al carecer de un factor místico sigue planteando juegos como el de las matrioskas o una mise en abyme singular, al ponerse el títere con un títere, llevando el juego de títeres hacia el infinito con esta proyección... El títere que contiene al títere nos hace suponer que haya un títere más a ambos lados y que el que vemos llevar al títere sea a su vez títere.
Cada imagen de sus personajes es para reseñar, cada uno tiene un diferente tipo de melancolía, la melancolía de la cantante (que recuerda a la de viejas estrellas hermosas que se enfrentan al espejo cuando la ilusión del pasado las ha dejado ya sólo con los tules oliendo a naftalina) no es la misma a la del ser que se va descubriendo a sí mismo con la luz y que refleja la más honda inquietud de tan solo existir, o el que vive en la pobreza y actúa para ganar. Cada uno tiene la suya propia. El tirano es el personaje más cómico de la obra y su fisonomía, como la de cada uno, nos cautiva en su sencillez. Es curioso que las formas de estos títeres sean tan fuertes, les atribuyo esta fortaleza a la capacidad que tiene un objeto nunca visto para cobrar la forma que uno quiera. Me gustaron y me gustaría ver más espectáculos como éste.