domingo, 4 de diciembre de 2016

Nostalgia y gallinazos o cómo los exiliados llueven a veces

Hoy he visto Nostalgia de Tarkovsky y he pensado en la nostalgia de los exiliados, como el protagonista Andrei en Italia, evocando Moscú. Es curioso porque esta semana llovía y escribí esto en instagram.

Se trata del agua también: como vemos en la película de Tarkovsky, que está toda inundada, pero que casualmente tiene una piscina que se vacía en el momento de llevar la luz. Italia y Lima no serán lugares que relacionemos con lluvia, precisamente; sin embargo en momentos así, atípicos, es cuando mejor se abre la puerta al recuerdo, con el consecuente sentimiento de éste (que lleva por título la película).

Si hablamos de Nostalgia juntamente con mi post seguiríamos encontrando muchas similitudes, como es el hecho de la presencia de la fe. En mi post premonitorio cito los versos de Vallejo: "Esta tarde llueve como nunca, y no quiero vivir, corazón" de su poema llamado Heces. Es ciertamente doloroso este título que significa sedimento líquido o desecho, conjuga ambos matices y lo hace más preciso en la imagen a aportar. Heces me recuerda al cáliz, por asociación de palabra, digamos que tiene la misma fuerza y una z final poderosa cuando es en singular. Duelen por sí mismas, estas palabras, que serían como flechas o como espinas. Cáliz utilizado por Jesucristo en "aparta de mi este cáliz", reutilizado por Vallejo como todo en su poesía plagada de Cristos, Marías y demás imaginario cristiano.

Tarkovsky no hace más que mostrarnos al hombre de la fe kierkegaardiano, al loco en Cristo que es el mismo loco social que se aísla de una realidad apocalíptica. La fe en contraste con el mundo de la materia y el protagonista ve en este rebelde a un doppelganger, fusionándose ambos recuerdos, los suyos y los de él, haciendo uno su camino, para acabar con la luz iluminándolos a ambos (el fuego de preferir arder a durar, que diría Barthes, y otra luz, más contenida y frágil). Todo se trata de fe, incluso cuando se trata el tema de la maternidad y de los pajaritos que nacen de ella, las letanías a la virgen del parto y la dedicatoria a la madre del director.

El exilio trae nostalgia, la lluvia nos remueve ese pasado siempre, quizá escucharla nos transporta a ese otro momento en el que no está definido con claridad el sueño de la vigilia, así como son los fotogramas de Tarkovsky, embadurnados de niebla como los recuerdos y la materia de los sueños.

Pero la diferencia entre ambas localizaciones y mi tesitura con la de Andrei es que Lima siempre es triste. No hace falta que llueva, porque nunca llueve en realidad. Ahí no se conocen los paraguas. Lima es el sitio sucio del tabú y la vergüenza. Al poner esa foto con la ropa interior mojándose, también recuerdo el hecho de llamar a la menstruación "enfermedad", de hecho mi madre sigue utilizando esta palabra... La suciedad de Lima es otra, la no aceptación, además de la basura que es comida por los gallinazos, que de tantas epidemias habrán salvado en el pasado. Por eso creía que en el escudo se hacía homenaje a estos buitres, pero no, resulta que son águilas que dispusieron reyes españoles alrededor del año 1500 y algo. Muy triste, porque águilas no nos representan. Gallinazos sí, la literatura peruana está plagada de ellos (recuerdo siempre el cuento que de niña me impresionó de Los gallinazos sin plumas, de Julio Ramón Ribeyro) y no hay símbolo más fiel. Gallinazos, suciedad y paradoja de lo que salva, ésta es la verdadera esencia de la ciudad.

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