lunes, 19 de diciembre de 2016

Parias de Javier Aranda o todos los parias que somos

Los títeres están casi desde que el hombre existe, se remontan a las civilizaciones más antiguas... su origen está envuelto de historias y misterios. El mismo símbolo del títere nos hace pensar en la metáfora del control, dominación o posesión. Se hacen muy fuertes para representar los golpes de impacto en la humanidad, es por eso que los títeres que trabajan situaciones de interés social son de los más populares y, por ejemplo, su presencia se ha constatado de viva actualidad con la polémica de los titiriteros censurados hace no mucho... Los títeres también son de por sí poderosos de cara al Misterio, como ventana hacia él y hacia lo siniestro: recuerdo aquellos títeres de Jan Svankmajer en Fausto, los demonios representados de esta forma y rodando o cortándoles los hilos son más que un símbolo, nos evocan algo que todos llevamos dentro. Lo siniestro de un títere es que se emancipe o que adquiera autonomía. Pero los títeres somos nosotros. Cuando los vemos en el escenario sentimos empatía con ellos. Es lo que ocurre en esta obra Parias de Javier Aranda. Se dice que es un espectáculo para adultos porque además de entretener, como es en el caso de los espectáculos para niños, éste adquiere otra dimensión: llegamos a ver títeres que en vez de ser caricaturas son personajes. El fondo negro nos funde con ellos y el interactuar de ellos hacia nosotros fluye natural, incluso en los momentos en que no se rompe la cuarta pared, pero nos hemos involucrado ya en su lenguaje, este lenguaje que incluye música, cadencia, ritmo en los movimientos de un símbolo que danza y nos conmueve. Sí que sentí que los títeres estaban actuando para mi como en un sueño, pero me hicieron reflexionar en muchos sentidos. Erving Goffman, sociólogo padre de la microsociología, nos considera a todos actuantes en un escenario que sería el mundo. Nuestras representaciones, para él, serían no solo conscientes, sino también inconscientes, cuando performamos nuestras actividades para según qué "público" o "auditorio". No siempre esta actuación está delimitada por nuestro carácter o modales, a veces es nuestra profesión o la actividad que demanda determinada profesión, la que hace que organicemos todo un código de actuación de cara a los otros. Yendo más lejos, se trata también de nuestra actitud constante al ser mirado por otros, como ya anunciaba Sartre. Los títeres nos hacen reflexionar en torno a todo esto, si nos detenemos en esta función de Aranda hay tipos de títeres, cada uno cumpliendo una función y nos representan a todos, podemos sentir que son como nosotros performando nuestras propias funciones. Dice Goffman del personaje mendigo, que, casualmente, también vemos representado en la obra de Javier Aranda:
Como un ejemplo más de dichas rutinas idealizadas, ninguno tiene tanto encanto sociológico como las actuaciones de los mendigos callejeros. Sin embargo, en la sociedad occidental, las escenas ofrecidas por los mendigos han perdido parte de su mérito dramático desde comienzos de siglo. Hoy en día, oímos hablar menos de «la argucia de la familia limpia», en la que esta aparece con vestidos harapientos pero increíblemente pulcros, los rostros de los niños brillantes merced a una capa de jabón aplicada con un paño suave. Ya no vemos las actuaciones en las cuales un hombre semidesnudo se atraganta con una sucia costra de pan pues está demasiado débil para tragarla, o la escena en la cual un hombre harapiento persigue a un gorrión para quitarle un trozo de pan, limpia con lentitud el bocado con la manga del saco y, apa- rentemente ajeno al auditorio que lo rodea, comienza a comerlo. También se ha vuelto raro el «mendigo avergonzado» que mansamente implora con los ojos lo que su delicada sensibilidad le impide, en apariencia, decir.A propósito, las escenas presentadas por los mendigos han sido llamadas de diferentes modos —grifts (artimañas),dodges (trampas), lays («expediciones» o correrías para proveerse de alimentos, vestidos, etc.), rackets (timos), lurks(conductas evasivas y furtivas), puches (venta callejera de baratijas), capers (hurtos)—, suministrándonos términos muy adecuados para describir actuaciones que tienen mayor legalidad y menos arte.

No es extraño, pues, que nos imaginemos como sus títeres, intentando salir de nuestras cajas. Cada uno en la nuestra y esperando nuestro turno para dar el show. Pero esta representación, como toda buena representación de títeres, entraña la reflexión por antonomasia del Demiurgo. El hecho de que alguien tire de nuestra espalda o nuestros hilos, o nos motive a reaccionar... en este caso, es un ser equivalente al títere, en Aranda el que los lleva es uno más y se relaciona con ellos, cual metáfora de la sociedad actual en la que el hacedor no se oculta sino que convive con sus marionetas. Pero esto no lo hace más precario, al carecer de un factor místico sigue planteando juegos como el de las matrioskas o una mise en abyme singular, al ponerse el títere con un títere, llevando el juego de títeres hacia el infinito con esta proyección... El títere que contiene al títere nos hace suponer que haya un títere más a ambos lados y que el que vemos llevar al títere sea a su vez títere.

Cada imagen de sus personajes es para reseñar, cada uno tiene un diferente tipo de melancolía, la melancolía de la cantante (que recuerda a la de viejas estrellas hermosas que se enfrentan al espejo cuando la ilusión del pasado las ha dejado ya sólo con los tules oliendo a naftalina) no es la misma a la del ser que se va descubriendo a sí mismo con la luz y que refleja la más honda inquietud de tan solo existir, o el que vive en la pobreza y actúa para ganar. Cada uno tiene la suya propia. El tirano es el personaje más cómico de la obra y su fisonomía, como la de cada uno, nos cautiva en su sencillez. Es curioso que las formas de estos títeres sean tan fuertes, les atribuyo esta fortaleza a la capacidad que tiene un objeto nunca visto para cobrar la forma que uno quiera. Me gustaron y me gustaría ver más espectáculos como éste.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

nomatofilias


Nuestros nombres no son los que hablan de nosotros, hablan de nuestros padres. Así es, pues, que los que dirán algo de nosotros serán los que les demos a nuestros hijos. Si se tratase de nosotros como un lenguaje, sería nuestro código a base de escritura jeroglífica vertical que se lee de abajo hacia arriba.
Este es un dato a tener en cuenta por el buscador de señales, que, a veces, abrumado por el Misterio, olvida lo sencillo.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Nostalgia y gallinazos o cómo los exiliados llueven a veces

Hoy he visto Nostalgia de Tarkovsky y he pensado en la nostalgia de los exiliados, como el protagonista Andrei en Italia, evocando Moscú. Es curioso porque esta semana llovía y escribí esto en instagram.

Se trata del agua también: como vemos en la película de Tarkovsky, que está toda inundada, pero que casualmente tiene una piscina que se vacía en el momento de llevar la luz. Italia y Lima no serán lugares que relacionemos con lluvia, precisamente; sin embargo en momentos así, atípicos, es cuando mejor se abre la puerta al recuerdo, con el consecuente sentimiento de éste (que lleva por título la película).

Si hablamos de Nostalgia juntamente con mi post seguiríamos encontrando muchas similitudes, como es el hecho de la presencia de la fe. En mi post premonitorio cito los versos de Vallejo: "Esta tarde llueve como nunca, y no quiero vivir, corazón" de su poema llamado Heces. Es ciertamente doloroso este título que significa sedimento líquido o desecho, conjuga ambos matices y lo hace más preciso en la imagen a aportar. Heces me recuerda al cáliz, por asociación de palabra, digamos que tiene la misma fuerza y una z final poderosa cuando es en singular. Duelen por sí mismas, estas palabras, que serían como flechas o como espinas. Cáliz utilizado por Jesucristo en "aparta de mi este cáliz", reutilizado por Vallejo como todo en su poesía plagada de Cristos, Marías y demás imaginario cristiano.

Tarkovsky no hace más que mostrarnos al hombre de la fe kierkegaardiano, al loco en Cristo que es el mismo loco social que se aísla de una realidad apocalíptica. La fe en contraste con el mundo de la materia y el protagonista ve en este rebelde a un doppelganger, fusionándose ambos recuerdos, los suyos y los de él, haciendo uno su camino, para acabar con la luz iluminándolos a ambos (el fuego de preferir arder a durar, que diría Barthes, y otra luz, más contenida y frágil). Todo se trata de fe, incluso cuando se trata el tema de la maternidad y de los pajaritos que nacen de ella, las letanías a la virgen del parto y la dedicatoria a la madre del director.

El exilio trae nostalgia, la lluvia nos remueve ese pasado siempre, quizá escucharla nos transporta a ese otro momento en el que no está definido con claridad el sueño de la vigilia, así como son los fotogramas de Tarkovsky, embadurnados de niebla como los recuerdos y la materia de los sueños.

Pero la diferencia entre ambas localizaciones y mi tesitura con la de Andrei es que Lima siempre es triste. No hace falta que llueva, porque nunca llueve en realidad. Ahí no se conocen los paraguas. Lima es el sitio sucio del tabú y la vergüenza. Al poner esa foto con la ropa interior mojándose, también recuerdo el hecho de llamar a la menstruación "enfermedad", de hecho mi madre sigue utilizando esta palabra... La suciedad de Lima es otra, la no aceptación, además de la basura que es comida por los gallinazos, que de tantas epidemias habrán salvado en el pasado. Por eso creía que en el escudo se hacía homenaje a estos buitres, pero no, resulta que son águilas que dispusieron reyes españoles alrededor del año 1500 y algo. Muy triste, porque águilas no nos representan. Gallinazos sí, la literatura peruana está plagada de ellos (recuerdo siempre el cuento que de niña me impresionó de Los gallinazos sin plumas, de Julio Ramón Ribeyro) y no hay símbolo más fiel. Gallinazos, suciedad y paradoja de lo que salva, ésta es la verdadera esencia de la ciudad.