miércoles, 19 de octubre de 2016

El niño puede pasar, usted no

Mortal y rosa es el libro que releo cuando estoy originando un niño, dicho genéricamente y no como hombre o mujer, sino como el niño de Umbral, que era todos los niños. "Es falsa esta mudanza de plumas, pero mi hijo será hermoso" dice el verso de Watanabe y al mismo tiempo se me columpian las palabras de Umbral, para quien su hijo es como el cerdo colgado de la charcutería, con su alma pendiendo de alguna parte. Las páginas cobran un nuevo sentido al ser releído en clave biográfica: teniendo en cuenta que al inicio de esta especie de diario (o monólogo con su hijo confidente, conversación nunca acabada) el padre no tenía la consciencia de la muerte inminente del niño. Se puede ver mejor cómo va mutando la prosa de Umbral y se hace desgarradora como las tiras de su carne que se desprenden en forma de tiempo, así le empieza a sangrar, mientras escribe para dejar a su otro yo aturdido, al muerto, pues afirma resignado que será su compañero hasta el fin. Además de esta percepción lacerante del tiempo se ahonda también en que la ausencia del niño es la ausencia de todo lo que pueda significar juego y luz, reencontrarse con su paraíso perdido, con una promesa o esperanza. Al desaparecer esta posibilidad de reconciliación el autor se vuelve sombrío pero poético, más aún, más musical, tornando el libro en una elegía, un canto que no era tal: un inofensivo comienzo como de reflexión va tomando desprevenido al que lo lee dejándonos tras un final de una obra maestra insuperable: esa carne colgada o esos patos de los que le quiere contar, nada más. "Hijo, un día vi un pato en el agua. Quería habértelo contado. Hacía sol, estábamos en el campo, y el pato estaba allí, al sol, en el agua. Era blanco y no muy grande ¿sabes? Nada más eso, hijo. Sé que es importante para ti. Para mi también. Te escribo, hijo, desde otra muerte que no es la tuya..." Luego sólo le queda mecerlo para que se vuelva a dormir, pero para nosotros es una permanencia en la que no queda más que tristeza: la del infierno que describe Umbral, junto con Dostoviesky o Camus, el del sufrimiento infantil. Esto tiene su revés en el mundo del niño vivo: "Tropiezo cosas que dejaste caídas, deshago con los pies, involuntariamente, un resto de tu juego ininterrumpido, y la pizarra me mira con su negror, pero tomar una tiza y escribir en ella una letra o dibujar un lobo, sería convocarte, estremecer el mundo de ondulaciones, y no me atrevo a hacerlo". La vida entonces se pierde a sí misma al perder al niño, un niño entre otros tantos, aparentemente inofensivo, pero capaz de conectar con un mundo al que a Umbral le estará vedado por siempre jamás.