Cuando era niña pensaba siempre en el misterio de la adultez. Y
pensaba que nunca olvidaría lo que significaba la infancia. Estaba muy en el
presente, aunque pensaba en el futuro, pero el futuro se veía como un plan
desdibujado, mucho menos palpable que mis propios sueños de aquel entonces. Me
concentré en escribir mi diario a partir de los ocho años de forma compulsiva,
pero resultó ser una mera descripción de mis actividades. Lo peor es que no
escribí lo que tenía en la mente por pudor a que lo leyeran en un futuro (me
imaginaba que abrirían una caja perdida en una de las últimas casas en las que
viviera y encontrarían el diario, y que posiblemente fueran extraterrestres, o
una forma de vida diferente, cuando los humanos se hubieran extinguido o
estuvieran extinguiéndose) y esto lo sé porque recuerdo exactamente cómo lo
adorné y lo acartoné (por ejemplo, decía que veía en la tele Garfield y
acotaba: es un gato; para que mis lectores del futuro lo entendieran y me
callaba cosas que pensaba que no entenderían, todo muy convencional, dejaba
puntos suspensivos y jamás, pero jamás, me pasaba de la hoja asignada, porque
cada hoja tenía su propia fecha. Creo que esto impidió que me explayara
profundizando en la propia cotidianidad, sobre todo cuando tenía cosas que
decir), ahora resulta de tan poco valor porque debo hacer un esfuerzo
complicado para recuperar ciertas sensaciones que tenía por aquellas épocas y
algunas las recuerdo, como la duda que me embargaba, la que me paralizaba; no
sé a qué podría pertenecer ese tipo de Duda general, si a una extraña forma de
madurez mental o quiebre sentimental. La única vez que la he vuelto a
experimentar fue cuando tuve mi única crisis psicodélica (sin drogas,
obviamente) en Cracovia un día de nieve y luces rojas. Pero por aquel entonces,
cuando apareció la Duda, tenía unos siete años y ninguna preocupación en
concreto. En esta muestra que adjunto se puede ver y, además, lo del espacio de
una sola hoja por día. Me gustaban las hojas, eran perfumadas, aún huelen. Me
gustaba circular el dibujito que ponía sol, paraguas o nube para indicar el
tiempo que había hecho. Es un texto del 91, cuando tenía exactamente nueve
años.
Lo de la
adultez vista por mi infancia era un pensamiento bastante particular. Quería
retener la esencia de la infancia para siempre, pero no influida por historias
a lo Peter Pan, no la conocía por aquel entonces o no la entendía en esa clave.
No se trataba de ser niño para siempre, sino que el adulto conociera el secreto
de los niños, sabía que siendo niña tenía algo valioso que luego olvidaría (ese
“algo” es lo que estoy tratando de recordar). Y era simplemente que veía dos
mundos enfrentados: el de los niños y el de los adultos. A los adultos los veía
concentrados en cosas aburridas, muy lejanos, sentía que les faltaba algo, que
no veían lo principal... Lo curioso de todo esto es que la clave la he
olvidado, la esencia que consideraba primordial. Espero acordarme
concentrándome más en estos temas. Aunque me temo que no pueda porque soy muy
adulta.
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