lunes, 18 de marzo de 2019

Puro buitre, poemario de Marina González, El Doctor Sax editorial

Puro buitre de Marina Gonzalez nos adentra en el panorama oscuro, pero tranquilo, de lo que conocemos bien si nos tentamos de vez en cuando con un espejo, pero hacia dentro, en una labor que no siempre es entretenida, sino que tiende al conjuro. A destapar lo inquietante mediante esas invocaciones o letanías. La poesía surge en el espacio en que al sujeto poético le sigue sorprendiendo algún detalle. Ahí se muestra la voz, anhelando lo que sabe que no será para ella, que se “le vea por toda la cara”. Escribir unos versos muy buenos es otra exhortación, sin embargo, al otro lado del mundo alguien lo hace mejor. El fondo, es entonces, lo contenido, de una mujer en verano que habla de muerte y de frialdad en la terraza con sol tomándose una limonada. Sin restarle un ápice de frío a sus palabras, porque la pena se encuentra precisamente ahí donde sería paradójico encontrarla y por eso se la trata con condescendencia “¿y tú qué haces aquí?” le parece increpar esta voz. Y aún parece añadir “siento tu tibio sol en mi cara, sepáralo”;  cuando está a punto de ser arropada.

Es justamente el poema que da nombre al poemario sobre el que pivotarían el resto de temas cual vectores saliendo disparados desde ese corazón de ave de rapiña. “Mientras espero viene el frío. No viene nadie”. La estampa que nos describe la podemos imaginar como aquella escena de Un homme qui dort de Perec, en la cual sentados en un parque, el protagonista frente a un hombre mayor, yacen inmóviles y el tiempo se congela sabiendo que la espera es lo último que nos queda “esperar, hasta que no haya nada que esperar”, como la espera beckettiana, ese transfondo se respira en estas obras hermanas, la escena es gris y a partir de aquí surge lo cotidiano. 

Marina González llama a estas estampas “minucias urbanas” y es de lo mejor de su poesía. Las historias que cuenta tienen ese silencio que se esconde en la cotidianidad, que nos recuerda a una Clarice Lispector en sus decorados de lo cotidiano, donde dispone mundos; estos mundos en la autora que nos compete son citadinos, de supermercados, apuestas, ascensores, el mirar por la ventana, fruteros y vecinos. También pone el foco en otros, en historias de otros que nos puede hacer resonar la desolación humana, como es ese poema “Historias del barrio” cuando dice: “algunos miran para otro lado y fingen que ya no está”; en la suma dejadez y falta de empatía hacia los seres que nos rodean. 

Hay un color que se repite, una frialdad, el elemento del frío está presente en nieve, aire o humedad en algunos poemas y llega a su máxima representación en el poema “Otras cosas” en el que notamos una clara referencia al gran Antonio Gamoneda de “Sobre excremento de rebaños...” del Libro del frío. Afirma el Premio Cervantes: “Cesa el viento y las sombras son húmedas. Hierba de soledad, palomas negras: he llegado, por fin; éste no es mi lugar, pero he llegado”. Marina González hace una paráfrasis de estos versos y los encuadra en un homenaje directo para el que emplea los mismos elementos que utiliza Gamoneda (excrementos, vientos y sombras) dispuestos en una nueva estampa, quizá el mismo sentimiento del cual se siente deudora; en ambos se recalca lo fundamental, lo que se ha extinguido frente a lo que permanece: “Abro y no hay viento, las sombras son húmedas. Por fin una casa. Este no es mi sitio, pero he llegado”. 

Otro de los vectores importantes en su poesía es la imagen de la infancia y de la vejez como dos polos que se atraen, la infancia en lo imposible y la vejez en la pena romántica que desprende. La infancia en lo inacabado. La vejez en el olor a algo imposible y en las huellas y surcos de manos y piernas. Ciertamente es una visión romántica de la vejez, sin quitarle el spleen y la melancolía que puede desprender, el paso del tiempo está marcándose bajo sus formas menos sutiles y la autora sabe apreciar el espectáculo.

Finalmente el yo poético afirma: “soy del lugar donde tiro la basura” constatación con la que muchos podemos sentirnos identificados y hacerlo extensivo a nuestra voz, e incluso hacia el poema, ya lo decía Ammons: “basura tiene que ser el poema de nuestra época porque la basura es lo bastante espiritual y creíble como para embargarnos la atención, estorbando, poniéndose por medio, amontonándose, apestando, manchando los arroyos de marrón y de blanco cremoso: qué otra cosa nos aparta de los errores de nuestros ilusorios usos, no la tentación de carecer de porquería, eso resulta remoto, y, en cualquier caso, inimaginable, poco realista...”. Así, pues, la autora es consciente de que para llegar a cuotas realistas no hace falta edulcorar nada y qué más realista que la basura y lo desencantado que se nos pone de por medio. 


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