Un caluroso domingo de agosto es la fecha que elige Sánchez Ferlosio para retratar el Jarama. James Joyce utilizó también un día, el 16 de junio, conocido por todos como Bloomsday desde entonces. Los personajes que transitan Quipus están maquinando sus escapes (mutis por el foro, momentos de inflexión o puntos suspensivos vitales) en esta misma fecha, varios años después entrados los dos mil.
Cuando encuentras una historia que te cuenta lo que alguna vez se te ha pasado por la mente querer descifrar (historia que resuelve preguntas, dando posibles explicaciones, una de tantas, todas válidas) y eso que te cuenta te hace sentir un in crescendo porque te emocionas de lo que vas descubriendo, así son las historias que no hace falta que contengan fantasía para que te puedan maravillar. Hablo de las que este compendio de relatos contiene, hermanando relatos de personas desencontradas en sus lazos fraternos: en sus desencuentros las desesperanzas o la realidad más inmediata, a la cara y siempre con un toque de dulzura. Porque la melancolía es así, triste (y cómo describirías a la melancolía sino, triste, con la pizca de azúcar que nunca rebaja su amargor, sino que lo potencia en ese glukupikron del que Anne Carson hace estandarte), aunque te esté contando cómo se apaga la vida de alguien. Y quién no ha imaginado los derroteros de las personas grisáceas con sus trajes uniformados de jirones, sus pelos enmarañados y sus pestes en los cajeros por la noche. Más aún, te has puesto a pensar en cómo ha devenido mendigo un señor que antaño sería otra cosa, porque nadie nace mendigo, sino que la transformación se da como en esas pelis de zombies cuando los zombies se alimentan de otros zombies y no en humanos y acaban produciendo un ser amorfo peor. O eran vampiros. En cualquier caso, la metáfora sirve para ilustrar al ser en el cual nos transformamos en el ocaso de nuestras vidas o por alguna decisión desafortunada... no siempre teniendo posibilidad de elección.
Hay poesía en la física o es que la física a veces es poesía, de la misma forma que hay belleza artística y perfección en la matemática de la música (macro), como en el universo o en una composición sublime (micro). En Armonías de Werckmeister, nos lo contaba Béla Tarr a su modo, en blanco y negro y haciendo uso de cadencias, silencios y cortes abruptos. En Quipus uno de sus personajes tiene un pensamiento similar: "En el instituto odiaba la física, siempre le gustó más la música y las artes, pero posteriormente descubrió que la física era poesía" . Y cómo no puede ser poético todo esto si la teoría de cuerdas está tan cercana al Misterio porque aún no puede ser corroborada y es hasta señalada a veces de pseudociencia, incluso se dice que su verdad oscila como un péndulo entre lo tajantemente cierto y la equivocación más absoluta, pero que de esto no se puede asegurar nada. Su magia radica en esta incertidumbre.
Houellebecq llamó a una de sus famosas novelas Las partículas elementales. En Quipus estamos viendo la conexión entre distintos relatos que vendrían a significar también estas partículas en una analogía hasta visual con los nudos de los quipus ancestrales.
A veces lo que pensamos que son casualidades no son tanto casualidades sino hechos que responden a una dinámica superior, una conexión invisible que en estos relatos Ximo Rochera aborda con la analogía de la teoría de las cuerdas. Es curioso, porque sus personajes a pesar de ser muchos personas comunes y corrientes de algún modo participan del interés por la física o son ellos mismos estudiosos de la física y desarrolladores. Así como pensamos en las metáforas de la vida cotidiana podemos pensar en las casualidades que se nos presentan que responden a un poder invisible mayor, como si de hilos que nos conectan se articularan nuestras experiencias. Podemos no saber que estamos participando de esta conexión, a menos que venga un relator omnisciente y nos disponga cómo X persona se ha cruzado con Y persona en algún momento y de algún modo. Si nuestras historias fueran contadas así... cuántas casualidades veríamos expuestas y reveladas. Como la de la teleoperadora que se encuentra dentro de miles de llamadas a una antigua compañera de piso. O cómo una llamada puede interrumpir un momento decisivo, llamadas que van dejadas al vacío o que no se llegan a conectar. Son estas metáforas de las ondas que se transmiten para poder comunicarnos telefónicamente (no las vemos, pero existen) bastante precisas a la hora de significar minúsculas partículas que no podemos ver tampoco, pero en las que creemos por la física, más allá de electrones y protones, los quarks, tan misteriosos y escurridizos a la hora de experimentar con ellos.
Si no fuéramos puntos, sino hilos...
En Quipus hay distintos personajes, de clase trabajadora o incluso en situación de pobreza alguno o de extrema pobreza, algunos extranjeros inmigrantes, latinoamericanos y que acaban viviendo en Valencia. También hay alusiones a escritores centro y sudamericanos como José Emilio Pacheco y Roberto Bolaño. Se da, pues, un fiel reflejo de lo que sería esta multiculturalidad que en España se está teniendo ya desde hace un tiempo y cómo es que los caminos de estos personajes se entrecruzan aún viniendo desde tan lejos, que nadie se libra de estas casualidades. Es que si no hay nombres sueltos, si vibramos en una cuerda continua, estamos afectándonos los unos a los otros constantemente; parecemos puntos, pero puede que no lo veamos del todo bien en nuestra limitación. En Quipus vemos esta teoría unificadora plasmada en distintos casos, a cada cual más interesante. Debo confesar que la lectura de este libro me ha entretenido como las series adictivas que ves del tirón, pero en este caso a la vez alimenta.