sábado, 4 de octubre de 2025

El último retrato siempre es el más certero

 Porque somos una acumulación o, aunque inacabados, la última versión de nosotros puede que lo atine todo más precisamente que nuestros intentos previos, nuestras imágenes del camino que van conformando el resultado final. Como esos fotogramas de las películas de Charles Chaplin, que luego puestas en conjunto adquirían movimiento y entonces: "he ahí la película".


Estuve pensando estos días en lo equivocada que estaba cuando era niña. Por entonces pensaba que los recuerdos de los mayores iban por gradaciones: mientras más rebobinaban hacia su pasado primitivo más lo veían borroso y mientras más adelantaban sus recuerdos por edad se iban clarificando, exactamente como una escala de colores en las que los tonos más vibrantes serían los hechos que se iban acercando al presente y los tonos más difuminados serían los que acercarían en el tiempo al pasado más remoto. 


presente-pasado cercano-pasado lejano-pasado prístino



Ese abanico de colores representaría la gráfica mental que se me ocurría a mi que era como funcionaban los recuerdos. Cuál ha sido mi sorpresa al comprobar que, al menos en mi, esto no ha ocurrido así. Siento nula gradación de intensidad con respecto a mis recuerdos, o en todo caso, no siguen el esquema de más nitidez mientras más cercano sea. Siento una anarquía vivencial en mis recuerdos, es decir, son vívidos según les da la gana, he podido sentir un recuerdo del colegio y del jardín de infancia de la misma forma en la que tengo un recuerdo de hace pocos años o meses o incluso hasta días. El sentimiento del recuerdo, su fenomenología, no observa esta jerarquía que yo imaginaba en mi más ilusa infancia. Lo más curioso es que me esté dando cuenta ahora. El recuerdo es en sí mismo un color nuevo y cualquier recuerdo lleva el mismo color.

Pasado, indolente,
el tiempo irá dejando atrás
tu pedernal figura,
hasta que el viento y la lluvia
hayan borrado los ojos
de todas las estatuas.

José Luis Jover en este último retrato, su poemario reciente editado en Pre-textos llamado Último retrato del autor, nos llama estatuas, nos conmina a la imperturbabilidad del proceso de encontrarnos y reencontrarnos. Las cosas son así, parece decirnos, y si no estamos muertos nos duchamos y ya está y a seguir con el día. Sigue siendo el José Luis Jover de los juegos de palabras, el fan de las greguerías que ya lo demostraba en sus otros libros, aunque solo fuera para acompañar sus collages; no es menos poeta en sus juegos aquí, quizá un poco más, un poeta que aún tiene que asomarse para decir algo que se le ha venido urgente sobre la memoria. Cuántas veces vamos a volver a retractarnos sobre ella, me digo, cuántas veces más (si es que sigo con vida) reformularé impresiones y añadiré otras metáforas, la última metáfora, la metáfora final y la definitiva, con la que uno se pueda ir a dormir tranquilo.


A veces la memoria se pone medio loca,
lo revuelve todo y crea
conexiones caprichosas
entre recuerdos que nada tienen en común.
Pareciera que estuviera 
proponiéndome un juego,
pero yo no puedo jugar,
estoy cansado
y me duermo.


Certero Jover, evanescente y rápido como un holograma, suave humor agudo, habla de juegos, recovecos de la memoria, ese magistral juego al escondite, pero que se le aparece a un hombre mayor, a un hombre que siente la sombra de sus últimos días. Estoy cansado, dice, y el tono es tan real, de nuestro tiempo, de una persona que ha vivido y que puede hablar sobre ello sin temor a equivocarse y por eso las metáforas son tan reales que te aletean en la cara y te hacen decir: solo tienes que leer a personas mayores cuando quieras leer sobre la memoria. Y entonces te sientes mayor y agradeces el don de la clarividencia que te viene regalado cuando pasas ese umbral de la adultez y saludas y sonríes y aceptas tu turno para la siesta, para ver la tele infinitamente por la tarde, porque ya solo toca esperar, como espera mi abuela nonagenaria, y por eso la tele existe y sólo la tele puede existir jamás porque a veces la memoria se pone medio loca y entonces qué hacemos.

Lo que no se ve no es menos cierto, lo transparente puede que en realidad sea opaco, los fantasmas de la memoria aparecen de una proyección desde lo hondo, de lo profundo, una profundidad conflictiva, ya que ahí, donde descansa la memoria y el pasado también está atropellado el recuerdo y el olvido. La lectura del poemario de Jover me recuerda al libro de la filósofa Ana Carrasco Conde, Presencias irReales, en el que trata las diferentes formas de fantasmas y monstruos en un ensayo que nos hace reflexionar en torno a estos límites que pueden dársenos difusos. Creo que ya he hablado varias veces sobre este ensayo en mi blog o en otras partes, pero me ha remitido algún y otro poema de Jover en su ultimísimo retrato al ensayo mencionado y, encima, señala la fealdad y tristeza del "amistoso" fantasma de la melancolía. No hay que fiarse de un fantasma que se te acerca a darte la mano así. Y yo que creía que más bien era un poco apático pero hermoso, el de Jover es un querubín venido a menos, también es aceptable que lo sea, modo ángel caído, fantasma desdichado.