jueves, 3 de diciembre de 2015

Witkin y yo

Tengo que darles una noticia negra y definitiva:
Todos ustedes se están muriendo.

Siempre me acuerdo de estos versos de Emilio Adolfo Westphalen cuando la evidencia se me aparece en los momentos más adecuados: por medio de imágenes, por ejemplo, que se queden flotando en mi retina más tiempo de lo "normal" (de lo anodino). La evidencia de la que hablo -por si no resulta tan evidente- es la muerte. La muerte llega a nosotros no siempre de la misma forma, el final de la vida es una cuestión más misteriosa que la de un simple trozo de carne que se descompone.

Joel-Peter Witkin en sus fotografías me trae muchísimas ideas más allá de la idea del fin, pero es la ventana al otro lado la que más se queda dando tumbos en mi cerebro de forma reflexiva y al mismo tiempo deleitosa. Un morbo filosófico, quizá, pensar en esas imágenes reales y oníricas a la vez. Cada cuadro compuesto meticulosamente, cada pieza como parte de un conjunto simbólico, referencial. En medio, los versos de Westphalen haciendo música, entre la religiosidad y el paganismo, la letanía y lo satánico. Witkin rezuma espiritualidad en sus composiciones, es difícil explicar cómo un instante petrificado va a contar una historia, pero no de cualquier forma, sino una historia como una evocación (de un sitio de la memoria del sueño). No encuentro estas imágenes aterradoras como pesadillas, pero sí difuminando sus contornos como en los sueños en los que no se podría delimitar lo real de la parte más absurda. Dentro y afuera, discurso de límites como en Bataille. Hay mucho de los seres discontinuos de Bataille en la obra de Witkin, tenemos miembros abiertos, miembros con y sin suturas, partes con y sin muñones, metal, ojos cerrados, ojos abiertos. Nuestra realidad-sueño es igual de difusa en sus líneas como los términos del dentro y afuera de los personajes de Witkin.

Es preciso imaginarlo recogiendo sus partes de las fosas y de los depósitos mortuorios como quien quiere componer un puzzle, o como quien deshoja margaritas. Me ha fascinado leer ciertos testimonios en los que relata cómo sus personajes van cambiando una vez los ve recién traídos a la morgue, luego en el proceso de la autopsia, y tras el ornato final para sus fotos. La transformación del cuerpo viendo cómo se alargan unos dedos, cómo cambia una expresión, una cabeza, una maldad. Y al final, sumergirse en el terreno de lo siniestro para recuperar un halo de espiritualidad, cierta naturaleza muerta trascendente, unos muertos proteiformes que abrazan con ojos cerrados.

Westphalen seguiría retumbando: la muerte, los muertos, la muerte de ojos rojos...
Y de ojos blancos y las muchachas haciéndose jóvenes. Al igual que Diane Arbus (fotógrafa suicida, apasionada y delirante, la de los Freaks de Tod Browning) Witkin repleta su imaginario artístico con lo teratológico: opta por enanos, hermafroditas y seres incompletos (o partes de ellos) para recrear sus cuadros.

Sobre la vida de Witkin me llama especialmente la atención el caso del olor de la gangrena de la pierna de su abuela mezclado con el café matinal, como la sangre corrupta que puede significar amor y dolor, un recuerdo que se puede llamar "bello" como los cuadros que él compone. Es un episodio que puede pensarse como de la misma naturaleza que sus obras; la palabra "conmovedor" podría excederse en azúcar, definitivamente, pero sí que se puede hablar de lo estético del mundo de Witkin y que lo hermoso a veces tiene forma oscura (sus fotos nunca tienen color). Otro dato biográfico que me ha gustado es cuando el fotógrafo era niño y coge en sus manos el crucifijo de la abuela y dice que de mayor le gustaría hacerlos y ser el encargado de clavar la persona a la cruz.

Voy a adjuntar algunas de sus fotos aquí, estaba tentada a hacerlo en Facebook, pero obviamente me expondría a la denuncia y censura de mis contactos más cerriles, así que lo haré a continuación:



Algunas de estas imágenes me recuerdan al universo de Odilon Redon. Sin embargo, las influencias de Witkin son más bien clásicas.

Para comparar a una escala infinitamente menor, pero que quizá sirva para aclarar el concepto de foto-que-llama-al-sueño, pondré una que hice hace un par de años en una casa abandonada en Doël (casas abandonadas también son un juego de dentro y afuera, la casa violada, la casa sin uso, el espacio en el que se dejó todo a mitad y que continúa en un momento congelado para el futuro) que denota un espacio de la memoria, del sueño, las plantas que crecen más de lo normal, el techo, la pared, plantas en la memoria es musgo del tiempo que pasa mientras todo sigue igual, musgo de lo inservible que se rebela con todo su verde.


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