miércoles, 21 de mayo de 2025

Somos madres y no todas estamos desnortadas

 Esto no es una reseña literaria.

Me acuerdo que la otra vez que di a luz, cuando me estrené como madre hace ocho años, no había tanta discusión en redes sobre lo agobiante que era ser mamá. Es cierto que en el aire se respiraba mucho secretismo y una bruma que ensordecía la verdad sobre el alumbramiento: descubrí todo lo que no se nos solía contar (hemorroides, cura de episiotomías, violencia obstétrica, mastitis...). Pero ahora sí que leo esta advertencia por todos lados y no nos veo tan carentes de información sobre los inconvenientes y sobre todo lo que puede ir mal. Creo que hasta hay sobreabundancia de maldiciones en torno a la maternidad que ya se está pasando de rosca: se está convirtiendo en un espantabobos, que adquiere dimensiones de tremendismo total.

Ni lo uno ni lo otro.

Creo que haría falta un punto medio, en el que no se silencie pero tampoco se sobredimensione. Ahora resulta que poner mensajes por todos lados de: sé feliz, no seas madre (lo he leído por doquier en instagram) sea lo más pertinente, adecuado y esperado. Madres que dicen: es verdad, soy madre, lo avalo. Y chicas que rechazan la maternidad con un espanto total, casi con pavor. 

Voy a contar mi experiencia, que no es la general, pero tampoco será la excepción ni un caso rarísimo: no he dejado de ser yo. Así como suena y con todas sus letras. Suelo leer también que las mamás que se lamentan de ser madres hablan del poco tiempo para dedicarse a sí mismas. Pero también las que no se quejan dicen que son otras personas, que el proceso de identidad les afecta, les transforma... No he sentido nada de esto y no pasa nada. La verdad es que me encanta que haya sido natural y sea igual antes, durante, después. Y nunca fui una mujer preparada para esto ni entraba en mi obsesión de vida. Es curioso cómo el "dejarse fluir" tan trivial a veces, en "esta cosita" que es el vivir a veces lo borda. Y así es como poco a poco entró en mis planes y con 43 tengo dos niñas, de 8 y 1 año, planeadas, sin problemas en sus concepciones (de forma natural y sin largas esperas, ni tiempos de búsqueda) y ambas con totalmente diferente forma de maternar:

Con la primera lactancia materna exclusiva hasta más allá de los dos años y medio, con muchísima leche y sin problemas de agarre ni succión en ningún momento. Destete no respetuoso, o no entendido como respetuoso para las formas políticamente correctas de maternar. Fui yo la que la obligué a dejarlo contra su voluntad porque no quería seguir amamantando. Todo iba perfecto, pero no quería una niña mayor tomando leche de mi más tiempo. Lo de llorar por separarme yo de esa forma de alimentar no pasó, por supuesto (hay algunas madres a las que les cuesta más a ellas que a los bebés, supongo por el papel que sienten que cumplen, la importancia con respecto al bebé o vínculo que tienen, me gustaría explicar un poco esto desde el punto de vista de una madre como yo que viví esto, dándole exclusivamente el pecho y siendo refugio anticaídas, antilloros y antitodo. La panacea de la teta. No he llegado a disfrutar de ese lugar, lo hice porque era lo que se supone que se debía hacer, pero ese extraño masoquismo de "bello pero doloroso" no lo viví, aunque ni siquiera me doliera absolutamente nada. Nunca tuve dolor por amamantar, todo era tan fácil, pero no, no es lo mío). Ella siguió tocándome el pecho varios años después, llevo un par de años que no lo hace y no sé si me parece ideal que hiciera eso...la verdad es que no, pero cada una...

No me gustaba dar el pecho en público. Tenía que encerrarme en los baños de los sitios a los que fuera. Una vez se me obligó a dar el pecho en el autobús para callar a mi bebé. Lo odié, no hice caso. Me decían "tápate si quieres". No quería, no me sentía cómoda. Para mi amamantar era un acto privado, entre ella y yo. Casi ritualístico. No quería sentirme ni la transgresora ni la que naturaliza nada. Yo naturalizaba de puertas para dentro, pero aunque sea algo ciertamente cotidiano, para mi seguía siendo mi cuerpo y me parece terrible que se me critique por mi particular tipo de pudicia.

Con la segunda tomé la pastilla que corta la leche nada más dar a luz. La lactancia artificial me ha gustado bastante porque ambas partes: madre y padre, se hacen cargo por igual y no soy siamesa de mi hija. No siento un apego diferente de ella a mi por este hecho. Desde luego ambas hijas me han salido muy independientes y la primera a pesar de estar pegada a la teta siempre nunca lloró por separarse de mi cuando empezó a ir al cole o cuando se tenía que quedar con sus abuelos y ninguna tiene mamitis.

Hay gente que dice que la transformación es total. Para mi no. Sigo siendo la que quiere ir al jiujitsu, aunque en este periplo haya parado años entre maternidad y maternidad y en vez de estar avanzada y ser una jiujitera de diez años de trayectoria siga siendo una newbie, una eterna principiante. Da igual, en el trabajo uno también se reinventa y cambia y se vuelve a formar. Me lo tomo así, como si fuera otro trabajo y en la vida tenemos bastantes dimensiones que pueden convivir una con la otra. El año que viene me gustaría retomar clases de arpa y clases de ruso. Tengo todavía bastante vida para ir empezando continuamente, a menos que me muera inesperadamente, claro. Pero un hijo crece, un bebé no dura más que un suspiro, un niño es en gran parte independiente, en más de la mitad de su día está en el colegio, además, y uno lo echa de menos, las madres no somos madres todo el día, muchas van al gimnasio, muchas quisieran leer o tener tiempo para ellas, pero no es por los hijos, es por el capitalismo que no podemos hacerlo más. Desgraciadamente, tenemos que trabajar para vivir y tenemos que ir de aquí para allá y centrarnos en asuntos bastante aburridos, serios, terribles. No conozco berrinches ni rabietas, si tienes eso, no sé cómo lo afrontaría. Para mi, mi hija la mayor ha sido un bálsamo y no tormenta, ha entrado en mi vida tan naturalmente que es parte de ella sin suponerla una sacudida.

Mi identidad no está más ni menos clara por ser madre. Es simplemente la misma identidad confusa de cualquier ser humano que ha leído Ser y tiempo. La ontología transmite este estado de tribulación en sí misma, pero lo tendría si fuera hombre también.

Es fácil ser madre si es un proceso consustancial a tí misma, aunque no supieras que eras madre antes de serlo.



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