jueves, 21 de febrero de 2013

El infausto Malleus Maleficarum

Empiezo mi primera entrada del año reviviendo temas antiguos en mi e identidades atávicas. El otro día, tras invocar a la fortuna por mi falta de dinero, la suerte me bendijo con un fajo de billetes en la calle y volví a pensar en mis poderes mágicos. Por eso llegué a la conclusión de que mejor compadecer a quien no creyera en ellos, ya que tarde o temprano creerá.

Hace algunos años descubrí lo que llamaban en la antigüedad "prueba de la aguja". Estaba yo haciendo unos trabajos sobre literatura medieval y concentrada en libros como el Malleus Maleficarum y pensé que a lo mejor, quizá, todo eso estuviera oculto, debajo de nuestras bibliotecas, pero aún entrañando nuestro lado salvaje. Me atrevo a pensar en que la magia que aún vive debajo de la tierra no sea fruto de algún don de los dioses, sino más bien un recuerdo que se queda atascado, siempre producto de muchas vivencias; y esa energía acumulada de los que nos predecedieron es la que podemos considerar como poderosa.

Ya desde pequeña una bruja se me acercó a mirarme la mano. Le dijo a mi madre "esta peca en su mano izquierda en el lugar de la copa de la fortuna le traerá dones". Efectivamente, esa peca, un punto marrón oscuro muy visible, se encuentra en la parte inferior de la palma, justo en medio, en el lugar verdadero donde le pusieron los clavos a Cristo. Es decir, donde tendrían que aparecer los estigmas.

Se cuenta que la prueba que le hacían a las mujeres para saber si eran brujas era clavarles justo ahí para ver si sangraban. Si no sangraban eran brujas y las mataban. Las que nacían con esta señal habían sido condenadas por brujas en sus vidas pasadas.

Sigo conservando la peca, como es normal, aunque durante muchos años la miré embelesada por su forma nítida y por pensar que se me había quedado así desde que maté una mosca con la mano.

Más adelante, tuve un viaje astral. Me levantaba una y otra vez. Recuerdo muy vivamente lo que me pasó, ya que durante muchos días no sabía si me había despertado definitivamente o si por el contrario seguía atrapada en el limbo de uno de mis sueños. Porque si con cada vez que me desperté (y realmente seguía soñando) pensaba que estaba en la vida real, ¿qué me aseguraba que esta vez sí que lo estaba? Pavor.

Por aquella época soñé con la muerte de mi abuelo, y se produjo, también es preciso anotar que desde los doce años más o menos, había podido desterrar definitivamente a todos esos seres que se me aparecían por la noche para molestarme y hacerme cosquillas en la espalda (lo de mi abuelo fue a los trece). Cuando me pude enfrentar a ellos y no volvieron a aparecer en mis sueños me sentí libre. Siempre había tenido interferencias de seres nocturnos. Recuerdo haber visto a un señor frente a mi cuna cuando aún era una niña de dos o tres años. Mi madre también lo recuerda y era el hombre del sombrero.

Creo que todos estos datos no se deben olvidar, ni pasar por alto.

Hasta que me hice mayor y un día deseé la muerte. Y se produjo. Y no lo suelo contar, pero por eso pensé que mejor tener miedo y ahora compadezco a quienes no vayan a creer en la magia. Yo también me compadezco de mi, porque sé que es algo que me excede y me sobrepasa como una aguja en la mano.


3 comentarios:

  1. Espero solo sea un cuento pues la verdad es que los demonios también existen y operan constantemente en la vida de la gente ajenas al verdadero cristianismo, sería bueno que te informes por la Biblia.

    Saludos.

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  2. Cito a Gombrowicz: “Tengo mucho miedo al diablo. Extraña confesión en boca de un incrédulo. No soy capaz de liberarme de la idea del diablo... Ese vagabundeo del horror en mi proximidad más inmediata... De qué me sirve la policía, las leyes, todos los seguros y medios de seguridad, si el Monstruo se pasea entre nosotros impunemente y nada nos protege de él, nada, nada, ninguna barrera entre él y nosotros. ¡Su mano libre entre nosotros, absolutamente libre! ¿Qué es lo que separa la felicidad de un paseante de las profundidades que resuenan con las voces de los condenados? ¿Qué? Nada en absoluto, sólo un espacio, vacío... Esta tierra por la que caminamos está toda ella cubierta de dolor, andamos hundidos en él hasta las rodillas, y es el dolor de hoy, de ayer, de anteayer y de hace miles de años; pues no hay que hacerse ilusiones, el dolor no se disipa en el tiempo y el grito de un niño de hace treinta siglos no es ni mínimamente menos grito que el que resonó hace tres días. Es el dolor de todas las generaciones y de todos los seres, no sólo del hombre. Y al fin y al cabo..., ¿quién os dijo que la muerte, al liberarnos de este mundo, os puede traer la paz? ¿Y si 'allá' no hay más que arañas? ¿Y si allá hay un dolor que sobrepasa infinitamente todo lo que nos podamos imaginar? No tiemblas demasiado ante ese momento porque te abandonas a la certidumbre ilusoria de que detrás de esta pared no puedes encontrar nada que sea totalmente inhumano, ¿de dónde proviene esta certidumbre? ¿Qué es lo que te autoriza a ella? ¿Acaso en el seno de este mundo nuestro no está contenido un principio infernal, inaccesible para el hombre, imposible de abarcar ni con la razón ni con el sentimiento humano? ¿Dónde está, pues, la garantía de que aquel mundo ha de ser más humano? ¿Tal vez él es la inhumanidad misma, la total negación de nuestra naturaleza? Pero nosotros no podemos admitirlo, porque el hombre -esto es cierto- por su naturaleza no es capaz de comprender el mal.
    Punto. Quiero creer que allá, en Querandí, no hay nada que sobrepase la normalidad más normal, y además me falta cualquier base para suponer lo contrario..., pero la presencia del mal vuelve mi existencia tan azarosa..., tan inquietante..., tan susceptible de diabolismo..., que verdaderamente me sería difícil inclinarme a cualquier certeza, sobre todo porque la falta de datos en este caso tiene exactamente el mismo significado que su abundancia.”

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