viernes, 4 de agosto de 2017

Ciro Alegría

Cierro la trilogía de novelas peruanas con "los perros hambrientos", obra del indigenista Ciro Alegría.  Dividiría la novela en dos estados de ánimo, la primera parte es de naturaleza alegre contenida, un orden natural de cosas que se ve roto por la ausencia de lluvias y a partir de ahí todo degenera en un ambiente muy anormal, diríase hasta pesado y turbio. La transformación de hombres, animales, plantas y territorio se manifiesta ostensiblemente.
Nos situamos en la sierra norte del Perú, lugar casi mágico (de aguas en las que si bebes te da nuevo origen, pertenencia; dicen en un momento de la novela) de fábulas, historias y cercanía entre el humano y las fuerzas de la tierra. Pero lo llamativo es que la naturaleza no es tampoco un dios, no concede ni niega, también sufre. Es, pues, un personaje más a la altura de los perros animales y los perros humanos. O por lo menos, si no la naturaleza toda, la tierra y lo que hay en ella.  El sol no es en vano la deidad Inca y se libra de las desventuras al estar tan por encima:

El sol había terminado por exprimir a la tierra todos sus jugos. Los que anteriormente fueron pantanos u ojos de agua resaltaban en la uniformidad gris-amarillenta de los campos solo por ser manchas más oscuras o blancuzcas. Parecían cicatrices o lacras.
(...)
Sufría la naturaleza un sufrimiento profundo, amplio y alto que empezaba en las raíces...

La tierra está herida en sus cicatrices y los eucaliptos entristecen y todos sufren por igual. La fatalidad se cierne por ser pobres, y se es pobre porque no llueve y los ancianos ya conocen las sequías y saben que se puede estar mucho tiempo soportando esta sombra. De hecho la tragedia que se cuenta: la metamorfosis de los animales serviles en enemigos y ladrones, ya ha sido experimentada antes. Entonces el amigo del hombre es expulsado, porque al primer momento de comerse una de las ovejas ya está corrompido y se sabe que no pararán. Lo mismo sucede con los hombres que se le rebelan al comunero, éste responde con sangre, repitiendo la acción pero para defender a su ganado. Igual que el hombre con los perros. Son los perros hambrientos las mascotas del hombre que estaban llenos de virtudes, que servían con gran fidelidad y entregaban hasta sus vidas por sus dueños. Son también los trabajadores de la tierra arrendada, perros hambrientos que ven morir a sus hijos, a sus nietos. Cuando la muerte planea sobre ellos ya no hay fidelidad ni virtudes. Los perros son envenenados, se comen los unos a los otros, las estatuas de los santos ya no son veneradas, ya no se confía en las oraciones, ya ni se puede tener lástima por el prójimo.

La vida en esta novela es un ciclo, con el agua pueden volver los perros.

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