domingo, 13 de agosto de 2017

Rusia es recuerdo

He vuelto a la literatura rusa y aparte de un libro de cuentos rusos que he retomado en el que me he encontrado con la dama del perrito y el hombre ridículo (así de primera instancia y al azar), estoy revisando un libro que tenía por ahí de las musas rusas. "Las musas rusas" es una obra de investigación de una dupla afrancesada y periodística, los señores Vladimir Fedorovski y Saint Bris Gonzague. El estilo es un poco cargado, por momentos rococó por momentos espeso, quizá en la abundancia de descripciones y adjetivos. Es cierto que se decantan por palabras redundantes, como es el caso de egeria, la cual hace alusión a una de las ninfas protectoras de los partos, algo curioso, ya que las musas a las que describe quizá vendrían más en consonancia con el origen mitológico de la misma palabra, que viene de Mnemósine, la personificación de la memoria en la mitología griega. Mnemea, también una musa hija de esta deidad Mnemósine, es la encarnación de la memoria. El río Mnemósine en el infierno era el opuesto al llamado Lete, del que bebían todos los mundanos al llegar para olvidar sus vidas, pero solo los escogidos podían beber del Mnemósine. Origen de todas las inspiraciones es la memoria, sin ella no hay construcción. Pero volviendo al tema de cómo es este libro, ya nos podemos imaginar que un relato articulado con la voz de dos hombres de los años noventa hablando de mujeres... pueda estar plagado (aún) de lugares comunes y un tanto obsoletos para la visión que de las mujeres pretendemos potenciar hoy en día, ya cansadas de ser un instrumento pasivo. Pero una musa es casi un objeto decorativo, un elemento que se sienta y espera, lo notamos ya durante las primeras páginas de este libro... y una se empieza a inquietar y a plantearse la pregunta de rigor: de qué forma yo misma, como mujer, hubiera transmitido estas ideas. Porque está claro que existe una labor de reconstrucción de datos bastante interesante, podemos leer anécdotas y curiosidades que los escritores obtuvieron de primera mano, personas como Anastasia Tsvetaeva les relataron episodios que aparecen en estas páginas. Y estas semblanzas de la vida de distintos artistas que casualmente coincidieron espacio temporalmente: Tolstoi, Modigliani, Anna Ajmatova, Tsvietaievas, Gala, Olga Picasso, Marevna, etc...  son muy interesantes por momentos. Como por ejemplo esa visión de una Lou Andreas Salomé, que encandilara a Nietzsche, de la mano de Rilke -al cual daría nombre- yendo a casa del conde Tolstoi. O la visión de Anna Ajmatova sobre Modigliani. Y es aquí donde me planteaba yo si no hubiera sido más potente trabajar a estas mujeres así, según sus construcciones y no en tanto que elementos que aglutinan en torno a sí mismas una cantidad de amantes a los que inspiran, valorándoselas en tanto que bellezas o por cualidades que encajan con tópicos de las mujeres rusas. Tenemos a una Olga Picasso que, a pesar de saber de las escapadas de su marido, aguantó como un corderito. A un Diego Rivera precursor del abusador de Frida, en este caso ya dominante de su mujer rusa Marevna, y nosotros lo vemos aquí sellando pactos de amistad con sangre, todo un líder. Es curioso que a pesar de que este libro se titule "Las musas rusas" veamos casi cada episodio comenzar con el protagonismo de un hombre que en plan mecenas conectará a las mujeres con los artistas, o las hará a ellas mismas poetas o bailarinas. En las primeras cien páginas ya contamos con al menos tres o cuatro mecenas, Dhiaghilev y Vassilev entre ellos. Pero pensemos que mujeres como Anna Ajmatova o Marina Tsvetaeva no necesitan ser musas de nadie, más bien son ellas quienes tienen musas; Modigliani, por ejemplo sería una musa para Ajmatova. Mujeres escritoras, poetas que pueden ser una inspiración para nosotros, pero que ver en ellas el papel que tuvieron para seducir a más o menos hombres (y en el caso de Tsvetaeva también mujeres) nos puede ser irrelevante.
De los cuentos que releí me vino a la mente que el hombre ridículo era la némesis del hombre del subsuelo. Pero al final los veo hermanos. Y la concepción del amor humano como sufrimiento me hizo recordar a Amour de Haneke. En la dama del perrito me llegó esa visión de cansancio del hombre hacia la mujer que ama. Ellos son amantes y se quieren, pero él cuando ella habla piensa que se calle ya. Ese pensamiento de la histeria en la mujer subyace en la historia de Chejov. Aunque se quieran tanto y aunque la tragedia los lleve a tener una vida de camuflaje y silencio.

Abramtsevo y yo

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