sábado, 20 de enero de 2024

Individualidad, Schopenhauer, Houellebecq, yo y Huevos crudos

 

Aquí estoy yo en la cama, medio de lado, leyendo y escribiendo torcida, como mi escoliosis y mi árbol del pie, como mi embarazo y mi memoria (parodiando a Celan "amapola y memoria"), que pensaba que ya había reseñado hace tiempo este libro, al que he ido sorbiendo una y otra vez, royendo, mejor, agujereado mil veces y vuelta a agujerear. Porque no sé si a ustedes les pasa lo mismo, pero cuando retomas un libro te has olvidado de varios pasajes y cuesta ponerte otra vez o continuar si no lo relees todo... Es lo que me ha pasado con este mini ensayo de Houellebecq sobre Schopenhauer, que lo leí hace tiempo, lo tuve por ahí, quizá lo leí en desorden, los capítulos que más me interesaban primero y cuando lo he cogido otra vez incluso encontraba fragmentos enteros que no me sonaban de nada...así debe ser un queso Gruyere, aire como túneles que no se ven a simple vista, vacíos que tú mismo has colocado ahí.

Memoria y libros es como memoria y vivencias. Libros = vivencias.

También huelga decir que la memoria de una embarazada va como va y mis dolores han sido enemigos de la lectura estos meses. Mi voluntad (¡voluntad! palabra favorita de este libro, cuando en otros sitios se quejan de palabras repetidas dicen que hay que beberse un chupito cada vez que aparezca... en un par de capítulos de este mini libro podría hacerse este juego para los bebedores más houellebecquianos, no es mi caso, ni por antidionisiaca ni por ser marielena, la que prefiere Coca cola). Decía que mi voluntad se ha visto desterrada muy fuera de mis dominios al no ser yo la que controlaba del todo mi cuerpo, al menos no como estoy acostumbrada a controlarlo. La hibernación no es compatible a la lectura, sobre todo con los libros físicos, reales, palpables, que son con los que topamos en estado de vigilia (he soñado que leo libros, pero son libros intangibles).

Hablaré del libro en sí, muy sucintamente, creo que lo que pesa es más mi contexto con el libro que el libro en sí, no sabía que esto sucedía hasta que me he puesto a escribir sobre él. Houellebecq era fan de Schopenhauer y lo traducía, incluso se vio muy influenciado por él en sus primeras obras. No se sabe si fue primero el huevo o la gallina, si ya había un germen schopenhauariano en él y simplemente reconoció su mismo sentir en otro o si, por el contrario, fue el pesimista quien inoculó el germen en Houellebecq. En cualquier caso, las notas que hace en este ensayo son interesantes, sí que da su opinión sobre ciertos fragmentos de Schopenhauer y más o menos tienen una línea a seguir: la vida, el destino, la búsqueda de la felicidad, la falsa felicidad, la distinción entre talentosos y corrientes, el arte, etc. Sobre la muerte no hay y eso he echado en falta, pero sobre el individuo diría que es el tema principal.


En esas lecturas estaba, cuando Almendra eligió una serie japonesa de un huevo crudo llamado Gudetama. Me extrañó que en Japón comieran tanto huevo crudo en distintos platos. Pero más me extrañó el momento filosófico de las bolitas de caviar preguntando por la individualidad. Por supuesto, lo relacioné con el libro que estamos comentando:

La mitad objetiva del presente y de la realidad está en manos del destino, y, en consecuencia, es cambiante; la mitad subjetiva somos nosotros mismos, y, por lo tanto, es en esencia inmutable. Pues la vida del hombre, pese a los cambios exteriores, suele tener siempre el mismo carácter, y puede compararse con una serie de variaciones sobre un tema. Nadie puede salir de su propia individualidad.


Así de grave y sentencioso. Y va a ir a más en su sentencia. Me gusta lo tajante que es Schopenhauer, estoy segura de que vomitaría sobre la gente de ahora y les llamaría idiotas, aunque creo que no se sorprendería, hay muchos temas en los que fue visionario, sobre todo en su concepción de arte y tragedia, considerando que la peor de las representaciones de la tragedia no venía del tema destino impuesto, sino de lo más cotidiano... y ahí es donde radica lo verdaderamente siniestro. 

El destino no es el gran monstruo al que debemos temer, sino a nuestra propia idiotez:

Así está claro hasta qué punto nuestra felicidad depende de aquello que somos, de nuestra individualidad, mientras que casi siempre solo se toma en cuenta nuestro destino, es decir, aquello que tenemos o que representamos. El destino, sin embargo, se puede mejorar; y, si se goza de riqueza interior, no hay que pedirle mucho; en cambio, un bobo será bobo por el resto de sus días, y un zoquete será un zoquete aunque esté en el paraíso y rodeado de huríes. 



 

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