jueves, 26 de julio de 2012

Ejercicios y soledad


Georges Perec.
Desde hace algunos meses que quiero escribir sobre él. Vengo anunciándolo en Twitter y aún no me sentaba a escribirlo... Es que vi “Un homme qui dort” y me quedé sorprendida. No había visto una película así, tan verdaderamente existencialista, que tanto me recuerde a Beckett o a Cioran. No recuerdo cómo llegué a Perec. No fue por Raymond Queneau, cuyos ejercicios de estilo me parecían simpáticos hace muchos años. En serio no recuerdo nada de cómo llegué a Perec; luego fui y me compré “Especies de espacios” un libro que era superficialmente lo que intuía que podía ser, aparentemente simple, de primera ojeada muy parco y sin anécdota. Todo lo contrario cuando se le presta atención, es esa clase de libros "engañosos" (conozco pocos libros así). En “Especies de espacios” le pones tú la anécdota: los barrios son tus barrios y las ciudades son tus ciudades, junto con sus vecinos y sus cafés. Me encantan los libros que hablan sobre paredes. Éste es uno de ellos. La parte de paredes y escaleras me gustan mucho, así como el borrador de carta y su ejercicio de “lugares”.


Es curioso que yo escribiera “Lo que no se nombra es el título” en una entrada del 27 de junio. Ahora que releo a Perec me parece que tiene mucho de él en cuanto al mecanismo que sigo: intento llegar a sensaciones que el lector puede compartir mediante la enumeración escueta de situaciones cotidianas (de lo que es 'misterioso' en lo cotidiano). Hay mucha labor del lector en todo esto.

Y cómo lo lleva al cine. “Un homme qui dort” es un chico que se rebela contra lo que se supone que tiene que hacer. Yo, personalmente, no creo que esté reflejando un día en el que cambia y decide ser de otra forma y no seguir yendo a clases, etc. Creo que relata lo que hace siempre, sus divagaciones y conflictos son de mucho atrás. Este chico tiene ansias de infinito, de trascender. Por eso la voz en off que relata su pensamiento no para, es una voz que relata la soledad, pero que por lo general es dulce (en el sentido de la melancolía). Hay un poco de spleen... pero se intercala con otros sentimientos como en una sinfonía. El chico empieza y acaba en su cuarto las noches, sale a la calle, pasea, devora su soledad.

El episodio que más me gusta es cuando se sienta en frente de un señor mayor. Cómo batallan en sus bancos. Se da por vencido y se da cuenta que no puede estar tan inmóvil como el señor ahí al frente. El joven, al fin y al cabo, es un jovenzuelo. Pero el estatismo, quietud y mansedumbre de su oponente es tal, que cualquiera que experimente la desazón del paso del tiempo o la irreversibilidad sabrá empatizar con este cuadro.


No todo es una soledad hermosa en este film. Aparece la rabia, la música que rasga y la voz en off que se enciende cuando se habla de los 'otros' como monstruos. Recuerda a la “Tierra Baldía” de Eliot, por lo menos a mí me lo recordó, aquello de “Ciudad Irreal, bajo la parda niebla de una madrugada de invierno un caudal de gentes vi pasar y siendo tantos, nunca pensé que la muerte llevara a tantos”. Así es como se describe a la humanidad. Unos monstruos, unos entes de carcasa. El protagonista sufre y lo quiere ver todo derruido, que todo se purifique. Como en la canción de Tool: “Aenima” cuando pide que un maremoto acabe con todo. Y así acaba la película. En medio de una ciudad devastada. Perec puede ser un posmoderno, pero en la sensibilidad es de los míos, de los de fines del XIX-comienzos del XX.  

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